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TEXTO Y FOTOS: J. J. BUIZA
Domingo, 23 de marzo 2008, 02:41
EL Viernes Santo estremeció un año más el corazón de los perotes en un día de nervio y emoción desatada. Como es tradicional, la singularísima fiesta que es la Despedía capitalizó de nuevo el fervor de un pueblo donde la Semana Santa no se vive, se venera.
Los negros nubarrones que oscurecieron el cielo la noche anterior se abrieron durante la mañana para dejar que el sol alumbrara el encuentro de los tronos del Nazareno de las Torres y Dolores Coronada en la plaza Baja. Como cada año, miles de personas se arremolinaron en la plaza para presenciar un acto que es pura devoción y espectáculo. Antes, el desfile de La Legión ya había puesto las emociones a flor de piel. Con su habitual paso firme y ligero, los caballeros legionarios enfilaron por las callejuelas de Álora entre la admiración y la expectación de numerosos vecinos exaltados.
Pasadas las dos de la tarde, arrancaba el vibrante ritual que se viene repitiendo desde el siglo XIX y que le han valido a la Despedía la declaración de Fiesta de Interés Turístico Nacional de Andalucía desde el año 2003. Uno frente al otro, los valientes porteadores de los tronos del Señor y la Virgen se arrodillaron tres veces antes de llevar a sus sagrados titulares a sus respectivos refugios en el castillo de Las Torres y en la parroquia de la Encarnación.
En un reto de auténtica fuerza y fe, la Despedía obliga a los hermanos de las dos cofradías a aguantar hasta 500 kilos de peso sobre sus hombros. En esta ocasión, los presentes se llevaron un buen susto cuando vieron cómo el Nazareno estuvo a punto de caer cuando uno de los hombres de trono resbaló en el primero de los arrodillamientos. Por fortuna, todo quedó en un sobresalto y el rito siguió por sus habituales derroteros, culminando con la ovación y el congojo de toda la plaza. Entonces, Dolores Coronada se encerró de nuevo en la Parroquia y el Señor de las Torres emprendió el camino hacia la capilla del viejo castillo árabe.
El retorno del santo titular de la Archicofradía a Las Torres volvió a revelarse como una explosión de sentimientos. Los miembros de la Brigada Paracaidista del Ejército fueron fieles a la tradición y metieron sus hombros bajo los varales del trono para prestar su ímpetu y poderío en la subida por las empinadas cuestas que conducen hasta el castillo. Fue la culminación perfecta para un día de excitación y alboroto que tuvo su continuidad durante la noche.
Madrugada de fervor
El jolgorio y la vitalidad del día se transformaron al caer la tarde en devoción, respeto y pura religiosidad. Con la llegada de la oscuridad, cuatro tronos irrumpieron en las calles. El primero de ellos fue La Piedad, hermandad que retomó sus salidas procesionales tras un año en blanco por problemas burocráticos. Poco después, la atención se trasladó de nuevo a Las Torres, desde donde salió la Virgen de las Ánimas, espléndida imagen de rostro lloroso y mirada al suelo tallada en su día por Navas-Parejo y que representa mejor que ninguna el desconsuelo de una madre abatida por la muerte de su hijo.
Dolor y pena inspiraron también las dos últimas procesiones de la noche: el Santo Entierro y la Soledad, que cerraron una madrugada de pasión, fervor y tradición.
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