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BOTÍN. El civil Thomas Hill, que trabajaba para una empresa estadounidense, junto a uno de sus captores que aparece encapuchado y con una pistola en la mano.
Extranjeros valiosos
MUNDO

Extranjeros valiosos

El secuestro de ciudadanos de otros países es un lucrativo negocio para las bandas iraquíes, que no dudan en mutilar a sus víctimas para hacer pagar a las familias

TEXTO: MERCEDES GALLEGO. ENVIADA ESPECIAL

Lunes, 17 de marzo 2008, 02:48

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CADA extranjero que camina por Irak tiene sobre su cabeza una gran espada de Damocles: la del secuestro. En él, las bandas de criminales especializadas en el negocio más floreciente del país árabe ven un botín cien veces mayor que el que puedan obtener por alguno de sus compatriotas, y eso sube cada vez más la oferta.

Cualquiera que contacte con uno de estos grupos y facilite información fiable que conduzca al secuestro de un extranjero puede esperar entre 2.000 y 3.000 dólares (entre 1.200 y 2.000 euros) de recompensa por la llamada. Una propina en comparación a los entre 6 y 13 millones de dólares (4 y 8,5 millones de euros) que el Gobierno italiano habría pagado por la liberación de la periodista Giuliana Sgrena, según la prensa de su país. Francia y Alemania son algunos de los estados conocidos por sucumbir a las demandas económicas de los secuestradores iraquíes, pero no los únicos. Hace ya dos años, se estimaba que ciudadanos de sesenta nacionalidades habían caído en garras de las bandas iraquíes. Y ahora que en el país hay Internet y televisión por satélite, los malhechores también se han globalizado. La última evolución es copiar a sus más crueles 'colegas' de México, y envían dedos de las víctimas a las embajadas de sus países.

Tal es el tamaño del problema que la representación diplomática estadounidense en Bagdad tiene, al menos, una oficina de treinta hombres especializada en analizar y resolver estos casos. El Departamento de Estado reconoció a regañadientes la existencia de este Grupo de Trabajo de Rehenes (Hostage Working Group) hace dos años, durante el secuestro del activista estadounidense Tom Fox, miembro de la organización Equipos de Cristianos que hacen la Paz en la que se inspiró Sami Rasouli, anfitrión de esta periodista en Irak, para fundar Equipos de Musulmanes que hacen la Paz. Fox apareció muerto en un basurero de Bagdad tres meses después.

La venta del extranjero se ha hecho especialmente popular entre los taxistas y los hoteles de Bagdad, donde cada vez es más difícil encontrar un forastero sin escolta. En su ausencia, los iraquíes residentes en otros países son el siguiente blanco. Jaffer Al-Muthafer, exiliado en Alemania desde hace treinta años, que ahora trabaja para el Comité Olímpico Internacional, reserva tres habitaciones diferentes en el hotel Palestina cada vez que visita la capital. «Cada noche duermo en una, así no saben en cuál encontrarme», confiesa.

Y con todo, su segmento sigue siendo la punta del iceberg. A la oficina estadounidense llegan cada año informes de unos mil iraquíes secuestrados, pese a que la mayor parte de la población no lo denuncia a la policía, y menos a las fuerzas de la coalición.

«¿Estáis locos?»

Nawfal Zeini, de 27 años, es uno de ellos. Cuando oyó a sus secuestradores pedir por teléfono a su familia 120.000 euros, se le heló la sangre. «¿Estáis locos? Matadme, mi familia no tiene ese dinero», les espetó. Pero los secuestradores habían hecho sus deberes: un tío en EE. UU., otro en Arabia Saudí y un hermano en Dubai. «Si no nos pagas te lo dejamos en bolsas de basura en la puerta de tu casa», le advirtieron a su madre.

Nadie es rico sólo por trabajar en el extranjero, así que ninguno de sus familiares pudo hacer frente a esa petición. Su hermano Nasir, interlocutor de los criminales, regateó lo que pudo, consciente de que cada vez que se resistía a pagar empeoraba la situación de Nawfal. «Al principio la comida era de primera clase -recuerda el secuestrado-, pero cuando mi familia les dijo que no podían pagar dejaron de alimentarme y empezaron a darme tales palizas que un día casi me desmayo».

El desesperado regateo de Nasir duró diez días. Cada dos jornadas, los secuestradores volvían a llamar y rebajaban la petición «en un par de libros», como llaman en Irak a los fajos de 10.000 dólares (poco más de 6.000 euros) en billetes de cien. Cuando llegaron a los 50.000 euros supo que había tocado fondo. «O nos los pagas mañana o vendemos a tu hermano a una banda de Al-Latifia». La ciudad del triángulo de la muerte, 45 kilómetros al sur de Bagdad, es conocida como la guarida de las peores bandas de secuestradores del país, después de Al Qaeda. «Al final vas a pagar el triple y a lo mejor nunca vuelves a verle», le advirtieron los secuestradores.

Esa noche hubo cónclave familiar. Y al día siguiente fue al banco para pedir 32.000 euros a cuenta de la casa, que sus padres vendieron poco después. Los otros 20.000 los juntaron con la ayuda de toda la familia.

La entrega fue un sinvivir. «Si se lo cuentas a alguien, antes o después, quemamos la casa con vosotros dentro», le amenazaron. En cada punto de encuentro recibía instrucciones para un lugar distinto, hasta que cayó la noche y se encontró en medio del campo. «Sólo se oía el ruido de los animales. Me hicieron caminar cien metros, luego otros cien, hasta que alguien me pegó un golpe en la espalda y me tiró al suelo. Empezaron a insultarme de forma muy agresiva. Querían darme la impresión de que mi hermano estaba muerto. Volví a casa destrozado, pensando que se habían quedado con el dinero después de matar a mi hermano. Cuando iba llegando, vi un montón de gente alrededor de la casa, y pensé que lo habían dejado allí cortado en pedazos». Nawfal, en realidad, acababa de llegar caminando desde no sabe dónde, magullado, medio ciego y con una espesa barba. Ahora convive en una casa de alquiler con diecisiete miembros de su familia. Tuvo suerte. Unos vecinos pagaron 32.000 euros y nunca recuperaron a su hijo, que ya había sido vendido a otra banda. Muchos que ya han acabado con cuanto dinero pudieran arramplar entre toda la familia han optado por huir del país, porque lo que no tiene fin es la codicia de los secuestradores.

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