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TIERNA. Benigni y Braschi, en 'La vida es bella'. / SERGIO STRIZZI. AP
El nazismo en el cine: Sobre dioses y monstruos
SÉPTIMO ARTE

El nazismo en el cine: Sobre dioses y monstruos

La gran pantalla ha servido tanto de propaganda como de mofa al régimen totalitario desde que Hitler llegara al poder hace 75 años

JUAN ANTONIO VIGAR

Viernes, 7 de marzo 2008, 03:21

LOS regímenes imperialistas siempre saben entrarle por los ojos a la gente más ciega. Sus brillos militares y sonoras arengas ocultan los continuos desmanes de innobles dictadores. Por ello, el régimen nazi decidió desde el principio -nada más alcanzar el poder en Alemania tras las elecciones del 5 de marzo de 1933 (hace ahora 75 años)- hacer propaganda de su escaparate bélico, sus hombres de acero y su Olimpo de dioses, para ocultar con ello el monstruoso infierno alojado en su trastienda: un Estado totalitario, xenófobo y cruel.

Desde las líneas oblicuas y los expresivos claroscuros del movimiento expresionista alemán, diversos creadores como Robert Wiene, autor de 'El gabinete del Dr. Caligari', o Fritz Lang, desde la raíces históricas de 'Los nibelungos' y la épica futurista de 'Metrópolis', armaron de razones, muy a su pesar, a la afilada propaganda del régimen de Hitler, quien puso en manos de la hábil realizadora Leni Riefenstahl la imagen de su nueva raza y de un mundo en paz bajo la sombra de una guerra inevitable. Su exaltación de los valores arios en 'El triunfo de la voluntad', de 1935, y su canto a la belleza del cuerpo humano en 'Olimpiada', un sofisticado documental sobre los Juegos Olímpicos de Berlín celebrados en 1936, constituyen el paradigma de un cine dirigido a captar voluntades y seducir conciencias.

Sin embargo, conscientes del peligro de convertirse en instrumentos en manos de un poder absoluto, muchos creadores -especialmente significativo fue el caso de Fritz Lang, cuya mujer, Thea von Harbou, era una de las principales ideólogas de proyecto audiovisual nazi- optaron por el éxodo hacia otros países, fundamentalmente Estados Unidos, donde el cine buscaba su propio lenguaje lejos del adoctrinamiento y la guerra. Allí, desde la distancia, se convirtieron en testigos mudos de un ruidoso genocidio, de un movimiento político y militar donde dioses y monstruos tenían idéntico rostro.

El estreno de 'El gran dictador' se produjo en 1940, cuando Hitler ya dominaba gran parte de Europa, lo que impidió la exhibición de la película en muchos países, incluidos aquellos que, como España y Argentina, realizaban guiños de complicidad al régimen nazi desde su teatral neutralidad. Incluso Chaplin fue amablemente reconvenido por el presidente Roosevelt cuando, en su visita a la Casa Blanca, lo recibió con el siguiente comentario: «Siéntate, Charlie; tu película nos está provocando un montón de problemas». Sin embargo, para muchos críticos de la época, 'El gran dictador' suavizaba bajo el celofán de la broma y el divertimento la terrible personalidad de Hitler, con lo que desactivaba las crecientes denuncias contra el régimen nazi.

Algo que Chaplin negó una y otra vez aduciendo que « dicen que los dictadores ya no son cómicos, que el mal es demasiado serio. Eso es erróneo. Si hay algo que yo sé, es que el Poder es sensible al ridículo. Cuanto más grande se hace un individuo, con más fuerza le golpeará la risa». Símbolo de ello, en la secuencia más famosa del filme, el dictador Hynkel juguetea con un globo terráqueo en esa tremenda metáfora del dominio sobre un mundo confiado. Mientras tanto, un pequeño barbero judío, de enorme parecido con el tirano, afeita a su cliente al ritmo acelerado de la Danza Húngara de Brahms para, poco después, desplegar palabras de libertad en un discurso ejemplar contra el odio y la intolerancia. Dictador y sometido son, en este caso, luz y sombra de una misma imagen. Y en su incesante intercambio, en su acelerada suplantación, el destino apostará finalmente por la palabra y la esperanza.

Otro genio de la comedia, el sensato alemán Ernst Lubitsch, usará también la sátira contra el totalitarismo nazi en 'Ser o no ser', del año 1942, mientras que Roberto Rossellini recurrirá a su sincero neorrealismo para dar testimonio de una lucha en 'Roma, ciudad abierta' y 'Paisá', realizadas en 1945 y 1946, respectivamente. Tras éstas, llegarán las aportaciones del cine francés con títulos como 'Noche y niebla', dirigida por Alain Resnais en 1955, y 'Un condenado a muerte se ha escapado', realizada por Robert Bresson un año después, a los que seguirán un sinfín de filmes bélicos donde los nazis serán el enemigo constante y siempre derrotado, como 'Doce del patíbulo', dirigida por Robert Aldrich en 1967, o 'El desafío de las águilas', protagonizada al año siguiente por Richard Burton y Clint Eastwood.

También en los sesenta

Ya en los años setenta, recuperaremos los ecos de la ascensión nazi con los cánticos marciales que sobrecogen a los protagonistas de 'Cabaret' y en la sombría realidad alemana retratada por Ingmar Bergman en 'El huevo de la serpiente'. Y ya más recientemente, llegarán la parodia folclórica contenida en 'La niña de tus ojos', comedia realizada por Fernando Trueba en 1998 sobre las peripecias de una compañía de intérpretes españoles en la escena alemana, y 'Los falsificadores', ganadora del último Oscar a la Mejor Película Extranjera, relato de una supuesta operación de falsificación de libras esterlinas en un campo de concentración nazi para ayudar a financiar su esfuerzo bélico.

Sin embargo, las referencias al régimen nazi en el cine han encontrado su verdadero sentido y valor desde la denuncia de sus horrores y la reivindicación de la tolerancia y la paz como únicos caminos de progreso para el ser humano. Aquí se enmarca el conmovedor testimonio de Volker Schlöndorff en 'El tambor de hojalata' que, realizado en 1979 a partir de la novela de Günter Grass, contiene una admirable secuencia donde el redoble obstinado de un tambor infantil conseguirá transformar una marcha militar en amable vals de reconciliación.

'La lista de Schindler', de 1993, donde Steven Spielberg nos conmueve hasta el daño emocional con sus imágenes de los campos de concentración y el holocausto nazi, y 'La vida es bella', en la que Roberto Benigni consigue transformar el humor en sentimiento y la inocencia en el único futuro posible, desembocarán en 'El pianista', una de las películas más sobrecogedoras jamás filmadas, recuperación por parte del director Roman Polanski de sus vivencias personales en el gueto de Varsovia utilizando para ello la figura del pianista Wladyslaw Szpilman.

Como epílogo a este sintético repaso de la presencia nazi en el cine, resulta obligado citar la revisión de la Historia realizada por los propios alemanes en una película ejemplar, 'El hundimiento'. Este filme, dirigido en 2004 por Oliver Hirschbiegel, retrata con intensidad emocional y duro verismo los últimos días de la vida de Hitler y su suicidio final en el búnker donde se resistía a su dramático e inevitable final. El mismo destino colectivo, de daño y destrucción, que ya vaticinara cuando advertía furioso que «Alemania será una potencia mundial o no será».

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