Cupo de santos

EL Vaticano, con el sosiego y buen juicio que le ha caracterizado siempre, desde la noche de los tiempos, que a veces ha procurado mantener, acaba de aprobar un documento pidiendo más rigor en las beatificaciones. La verdad es que en los altares había 'over-booking'. La aglomeración sólo era comparable a aquellas remotas épocas donde, según Anatole France, los desiertos estaban poblados por anacoretas. Al parecer había tantos que no se podía dar un paso sobre la minuciosa arena sin pisar alguno. Ahora, pasados los siglos sigilosos, hay tantas ejemplares criaturas transitorias que empiezan a estorbarse unos a otros, originando problemas de circulación en el Paraíso.

Para poner orden en la oleada de beatificaciones no hay que restringir las eminentes virtudes que se requieren: basta con endurecer los reglamentos. No es preciso achicar las puertas de entrada, sino conceder menos permisos de admisión. Las nuevas normas que deben cumplir los procesos de beatificación y canonización, excluidos los santos de alta velocidad que adelantan siempre a quienes murieron cuidando leprosos, en Molokay o en su barrio, serán mucho más rigurosas. La nueva guía no va a cambiar, sino a escoger. Para ser mártir, por ejemplo, no se necesita abnegación, sino mala suerte. Exceptuando algunas vocaciones muy especificadas, muchos no buscaron el martirio. Simplemente lo encontraron.

Hay que hilar más fino ese hilo azul que utiliza Dios para tirar de ellos hasta el cielo. Ya está bien de otorgar la santidad a quienes aseguran que se les apareció la Virgen hablándoles en perfecto castellano, si bien con un ligero acento extremeño. El Vaticano quiere más rigor, ya que últimamente las admisiones están rodeadas de «alguna confusión». Hay tiernas pastorcillas no del todo de fiar. Para encomendarse a alguien es imprescindible tener las mínimas garantías.