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CULTURA Y ESPECTÁCULOS

Enfermo de Borges

Siente pasión por el autor de 'El Aleph' y Gamoneda, pero Rodríguez Zapatero también disfruta con el cine de Bruce Lee y la música de Supertramp

TEXTO: I. BERNAL

Domingo, 17 de febrero 2008, 02:29

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LA mañana del 15 de marzo de 2004, Paco Ibáñez devolvió por un instante a José Luis Rodríguez Zapatero a los tiempos en los que, recién convocadas las primeras elecciones, repartía propaganda por las calles de León junto a su hermano Juan. Aún no tenía edad para votar ni se había afiliado al Partido Socialista, pero la voz correosa del cantante valenciano ya le espoleaba con empecinamiento. «A galopar, a galopar, hasta enterrarlos en el mar». Hasta gobernar. De la propaganda a las rosas. De León a Madrid. Aquel día, el músico que en 1982 cerró con un recital la campaña de Felipe González le felicitaba por convertirse en el quinto presidente del Gobierno desde la Transición y él, cosas de la nostalgia, se acordaba de un concierto en el que no estuvo.

El 2 de diciembre de 1969, cuando el líder del PSOE no había cumplido los diez años, Ibáñez cantó en el teatro Olympia de París a los jinetes fusilados de Lorca, los caminantes exiliados de Machado y los aceituneros encarcelados de Hernández. El concierto, recogido en un doble vinilo, se difundió rápidamente entre los progres españoles que, con alegría libertaria y menor preocupación que hoy por los derechos de autor, lo grababan y regrababan en cintas de casete.

«Víctor Jara y Paco Ibáñez son el fondo musical de mi despertar a la política», reconoce Rodríguez Zapatero, que se hizo con las cintas en bachillerato. El cantante, aún residente en Francia, se convierte en su profesor a distancia de literatura y le enseña que, como dice Celaya, «la poesía es un arma cargada de futuro». Poco a poco se unen al claustro Serrat, Aute, Cohen y Dylan. En casa, de la pluma de Antonio Gamoneda, poeta amigo de la familia, aprende que frente a la poesía heroica de los mártires también existe el duro exilio interior de quienes vivieron y crearon en los años de férrea dictadura.

Críticas por el Cervantes

«Siente auténtica pasión por Gamoneda y no le hizo ninguna gracia que se dijera que se le había dado el Cervantes por su amistad con él», explica Eugenio García de Nora, amigo del presidente desde que éste entrara en la dirección provincial del PSOE en León. García de Nora, miembro de la generación poética de la postguerra y fundador de la revista 'Espadaña', descubrió con agrado que aquel jovenzuelo era un lector empedernido y vehemente en la defensa de sus gustos. «Creo que, salvo por Vargas Llosa y el mismísimo Cervantes, hemos discutido por todos los escritores. Pobre del que intente convencerle de que García Márquez está sobrevalorado. Bueno, y de Borges, mejor ni hablar».

Mejor no hablar... mal. Jorge Francisco Isidoro Luis Borges es intocable. «Durante un tiempo, cuando era más joven, estuve enfermo de Borges y todavía no estoy seguro de haberme curado», explicaba el propio Zapatero al prologar 'Ficciones' -su libro favorito- por encargo de un diario cuando aún era secretario general del PSOE.

Efectivamente, tiene recaídas, y muchas son públicas y notorias. De su despacho de la calle Ferraz, caminito de La Moncloa, se llevó un cuadro con la reproducción de los párrafos inicial y final de 'Nueva refutación del tiempo'; felicitó a los casaderos Príncipes de Asturias con unos versos de 'Los justos', y no pudo disimular su emoción cuando Néstor Kirchner -que temía por la continuidad de las empresas españolas en Argentina- le regaló una carta manuscrita del autor bonaerense.

«Supongo que decidir qué va a hacer con la carta cuando deje la presidencia será muy difícil para él. Es cierto que se la han dado por ser jefe del Gobierno, pero se trata de un regalo muy ligado a un gusto personal», señala Luis Rodríguez Aizpeolea, periodista autor de 'Ciudadano Zapatero'.

Con los años, a este repertorio literario -en el que también tienen sitio Unamuno, Goethe, Hesse y Buero Vallejo- se han ido sumando literatos de otras generaciones y emociones como Marías y Millás, que, en las preferencias del presidente, se quedan sólo un peldaño por debajo de Borges.

«Con Millás, además, tiene una muy buena relación. Le gusta, si puede, tener trato personal con los autores», subraya Rodríguez Aizpeolea. El último escritor en vivir ese empeño ha sido Juan Goytisolo, con quien desayunó la semana pasada en un encuentro que describió como «muy interesante». Por cierto, salió volando del mitin porque en Madrid le esperaba para comer el artista Miquel Barceló.

Lecturas políticas

En la Facultad de Derecho y ya afiliado al partido, pone en orden en sus lecturas políticas (Locke, Montesquieu, Rousseau, Kant, Tocqueville y Marx) e incluye entre ellas a Arendt y, más recientemente, a Pettit. Son años exultantes. Con Joaquín Sabina y, sobre todo, Supertramp como nuevos fondos musicales, pasa como un torbellino por los órganos de dirección de la federación socialista leonesa.

También por entonces descubre el cine con carga ideológica. «Recuerdo lo mucho que le impresionó 'Johnny cogió su fusil' y aunque después pasamos a gente como Tarkovski o Bertolucci, nunca se sobrepuso a la película de Trumbo», explica Joaquín Revuelta, compañero de facultad y fundador del cineclub del que Zapatero fue asiduo.

«Disfrutaba con el cine, por supuesto, pero donde realmente se lo pasaba en grande era en las tertulias del Belle Époque», dice Revuelta, que todavía se ríe cuando recuerda que, en ausencia de Sonsoles, terminaba muchos debates en peleadísimas defensas, más salaces que cinematográficas, de las aptitudes de Kelly 'la mujer de rojo' LeBrock frente a las de Kathleen 'fuego en el cuerpo' Turner.

Desde La Moncloa es más difícil ir al cine y tiene bastante abandonada la afición aunque ha visto -y le han gustado- 'Leones por corderos' y 'El valle de Elah', y vaticinó que 'Mar adentro' se «hincharía a ganar premios».

Pero no todo es tan sesudo. Su lado cutre -todos tenemos uno- siente un cariño nostálgico por las películas del malogrado Bruce Lee, que murió cuando el adolescente José Luis era cinturón verde. Su carrera como karateka no prosperó, pero quién sabe si, a pesar de los años de exorcismo a fuerza de arte y ensayo, el tan traído y llevado talante no será más que una reminiscencia, una adaptación a la política, del famosísimo «be water, my friend».

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