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FORO ELECTORAL

El cambio sostenible

La lucha contra el deterioro del medio ambiente se ha hecho un hueco en las agendas de los partidos. El autor advierte de que la destrucción de los ecosistemas está provocando un cambio global, el cual constituye un desafío pero también una oportunidad para procurar una forma de vida más racional y no necesariamente peor.

LUIS M. JIMÉNEZ HERRERO

Viernes, 15 de febrero 2008, 02:52

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NO se llaman programas de gobierno, sino electorales. Están hechos para ganar las elecciones, no necesariamente para gobernar. Sin embargo, no hay que fiarse: a veces orientan la acción gubernamental. Véase la ejecutoria de José Luis Rodríguez Zapatero. Para bien o para mal, ha dado en cumplir las promesas electorales -desde la retirada de las tropas de Irak hasta la Ley de Igualdad, pasando por los cambios en materia de educación, matrimonio o política migratoria- y tal novedad estremeció a la ciudadanía, no digamos a la oposición y a los depositarios de las esencias patrias. Quedaron cosas en el tintero, como la reforma constitucional o municipal, y otras estaban escritas de forma tan vaga (los cambios autonómicos, por ejemplo) que resultaba difícil atisbar lo que vendría, pero aun así la legislatura recién concluida es la que ha visto cumplidos más compromisos electorales.

Lo dicho: para bien y para mal, pues la constatación de que se ha hecho lo que se dijo no ha impedido que estos cuatro años hayan parecido de sobresaltos, como si viviésemos en una tempestad de improvisaciones. Sin embargo, (casi) todo estaba escrito (el casi: la excepción es la política antiterrorista). ¿El raro suceso de ajustarse a lo prometido ha prestigiado los programas electorales, de siempre un mamotreto etéreo y bienpensante, que se acostumbran a leer sólo para recordar incumplimientos? Pues no está claro. Eso sí, proliferan en la precampaña -qué no nos tocará en la campaña- turbadores y mágicos anuncios que nos caen de ambas orillas del pantano: nos van a dar 400 euros por trabajador, rebajarán el IRPF si eres mujer o si cobras nosecuantopoco, fabricarán 2 ó 2,2 millones de empleos, proporcionarán dinero a algunos para alquilar/comprar piso, por tener hijos, bicocas al mileurista, Internet de balde

Todos están a la búsqueda del buen postor, unidos en la causa común de comprar nuestra conciencia y honor en pública subasta. Produce algún bochorno tal almoneda electoral, pero a los optimistas antropológicos nos encanta. Primero, por si cae algo, más vale pájaro en mano. Otra suerte: por fin los políticos han caído en la cuenta de que los votantes no somos tan idealistas como creían. La unidad de España, el progreso, la modernización, la igualdad y nuestro imparable desarrollo están bien, pero a la hora de votar tanta abstracción nos sobrepasa y vamos a lo nuestro: a barriga llena, corazón contento. Estamos en venta por un buen pasar, siempre que el bocado nos llegue rápido. Tenemos vocación de niños en víspera de Reyes Magos.

El cambio hacia tal realismo rudo se basa en que los políticos confían sobre todo en nuestra avaricia. No es un cambio del todo negativo, si se prescinde del tono garbancero que han adoptado las propuestas. Quizás los partidos se van percatando de que cansan las jaculatorias abstractas y de que la ciudadanía, además de grandes convicciones, tiene sus intereses y le gusta que los partidos se lo trabajen. En tiempos no muy lejanos la propuesta electoral consistía sólo en la identificación grupal (con la izquierda, la derecha, el centro, el orden, el progresismo, todo ello en incorpóreo), al modo de lo que sucede aún, en primitivista y sin tapujos, en el País Vasco, donde se oferta en bruto el soberanismo independentista para identificarse con la identidad, al margen de qué pase con la feria.

Por lo demás, la desideologización identitaria afecta de lleno a los programas electorales. Constituyen éstos una redacción tortuosa llena de buenas intenciones, cuajadas de pestes e indirectas hacia el adversario, formadas en general por sutilezas contradictorias entre sí e hilvanadas por los encargados del marketing, que trituran los programas de los partidos, los pasan por la batidora y deconstruyen en plan hamburguesa 'king size', con todos los aditamentos y grasas que, suponen, gustan a las multitudes. Hasta las ideas sensatas las convierten en ocurrencias cuando las lanzan al mercadeo electoral. Estamos en la fase 'ocurrencial' de nuestra democracia y el gracejo ha sustituido a la trabazón del pensamiento.

Por eso conviene leer con atención suma, si no los programas electorales -literatura fantástica pero premiosa-, sí sus resúmenes, que son como la propaganda de los 'hot dogs', donde sale la salchicha más sustanciosa e inmensa que en la realidad. En estos resúmenes hay que fijarse, primero, en los chollos que nos van a caer -si nos ponemos puretas a la siguiente no nos dan nada- y comprobar si en realidad los políticos buscan tu voto. Lo malo será si le pasa como al que esto escribe, que aún no se encuentra entre los recipiendarios del maná, por lo común jóvenes menores de 30 años (cuando yo tenía 29 no se nos tenía por jóvenes), mileuristas, mujeres trabajadoras, padres/madres en tal trance (caigo en la edad, pero no en la tarea), jubilados, viudas, toda la prejubiladería, niños en guarderías. No hay nada específico para mí, no entro en ningún lado. Quizá me ven voto cautivo. Tras calcular cómo le va a ir a uno en el diluvio de euros y prebendas que se derramará sobre la ciudadanía, hay que apreciar en lo que valen y sin ningún menosprecio las coces que los programas propinan al rival, para ver si el votante siente similar placer por esa sangre, o se inclina por la de otras heridas, el gusto por las magulladuras une mucho.

Y, fundamental, en los resúmenes de los programas deben leerse con la debida atención las frases grandilocuentes de la letra pequeña, cuando se ponen estupendos, las que hablan de la política exterior, de la cuestión terrorista, del guirigay autonómico, de qué harán con el referéndum que quiere marginar a la mitad de los vascos, de la economía y de esas menudencias.

Hay que leerlas por dos razones. Porque ahora a los políticos les da por cumplir las promesas y conviene no sobresaltarse luego si hacen lo que dicen. Segundo, porque además de cobrar el aguinaldo y sentirse adulado por compartir con los mandos la identidad conservadora, progresista, izquierdista, ultramontana o abertzalevictimista, a la ciudadanía le gusta saber qué quieren hacer con su vida y votar en consecuencia.

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