Borrar
El himno que no
OJO SECRETO

El himno que no

ANDRÉS NEUMAN

Sábado, 9 de febrero 2008, 02:50

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Se convocó un concurso que pudo parecer demagógico, porque no se recurrió a poetas expertos, sino a la ciudadanía en general, a cualquier aficionado que quisiera intentarlo ME había quedado con poéticas ganas de comentar con ustedes la letra truncada del himno patrio, ¿recuerdan? Pongámonos en pie.

Si a la gente no le gustó la letra, y es evidente que a la mayoría no le gustaba, era absurdo pretender que la cantásemos con entusiasmo, que de eso se trataba: de generar unión y entusiasmo. Además, tal como está el patio (y tal como en realidad está configurada España desde la época de las coronas y los fueros), el propósito era casi imposible de antemano. Lo más innovador, lo más abarcante, era precisamente lo que ya tenemos: una música sola, una melodía pura, para que cada cual la sienta y traduzca como quiera. Eso es también muy típico español: no ver lo que se tiene.

Pero nada: que había que ponerle letra, y a ello nos pusimos. Se convocó un concurso que pudo parecer demagógico, porque no se recurrió a poetas expertos sino a la ciudadanía en general, a cualquier aficionado a la poesía que quisiera intentarlo, y finalmente salió lo que salió: un poemita malo. Sin embargo la idea de un concurso abierto a todos para mí era excelente, y por cierto históricamente justificada: la 'Marsellesa' misma (como narra con pulso inmejorable Stefan Zweig en 'Momentos estelares de la humanidad') la compuso enterita un tal capitán Rouget, que era un músico mediocre y un poeta diletante. Claro que aquellos eran otros tiempos, no solamente (y peligrosa, furiosamente) románticos, sino también de urgentes causas bélicas, que es lo que por desgracia más une a los pueblos. Mientras los extermina.

Si se analiza con atención el destronado poema de Paulino Cubero, con quien se ha sido cruel hasta la náusea, es sencillo sacar algunas conclusiones. A saber: que las dos primeras estrofas se cantaban aceptablemente bien y las otras dos, en especial la última, tropezaban sin remedio con el ritmo y los acentos de la melodía. Que la letra era bien intencionada y, pese a lo que se dijo, políticamente correcta: ese «cantemos todos juntos/ con distinta voz/ y un solo corazón», así como el plural de «pueblos en libertad», se acercaban más a la nación de naciones de la España autonómica que a la España de Pemán, cuya letra tenía un sentido muy distinto. Que no había un solo verso original, por no hablar de los tristes epítetos: verdes valles, inmenso mar, cielo azul, etcétera. Que la prensa escrita, donde el poemita fue criticado con justicia estética pero sin argumentos literarios, demostró un lamentable mal oído: en muchos medios nacionales, incluyendo algunos de los más importantes, la distribución de los versos fue mal reproducida, malogrando torpemente unas rimas asonantes que cualquier niño habría advertido: voz-corazón, mar-hermandad, abrazar-libertad, dan-paz.

No menos llamativas fueron las explicaciones del autor, que para defenderse insistió en que su letra había sido compuesta para la clase media, para el currante español, y no para el poder. Le alabamos el propósito, aunque no veo dónde podría verse reflejado un trabajador medio entre tanto altisonante mar inmenso, tanto idílico valle verde y tanto hijo glorioso. Me temo que Cubero confundió sin maldad sus deseos y su propia condición socioeconómica con el resultado concreto de su poema, que poco tiene en realidad de humilde o cotidiano. La intención del autor, ya lo sabemos, puede ser la tumba de sus logros.

Gracias a la polémica sobre el himno de Cubero, y como no podía ser de otro modo, hemos vuelto a confirmar que en literatura la forma mueve tantas emociones como el contenido. El poema, pese a mencionar la diversidad de pueblos y voces, pese a citar las palabras 'paz' y 'democracia', fue acusado de rancio e incluso de franquista. Creo que la razón de este rechazo no fue el mensaje explícito de la letra, sino su previsible tono épico, su anticuada forma casi de romancillo, sus ingenuas metáforas tradicionales. El himno de un país europeo del siglo XXI, con sus globalizaciones, sus fronteras ampliadas y sus veloces comunicaciones, necesitaría un lenguaje más acorde a su época. Si es que de verdad necesita un himno, que ese ya sería otro tema.

En el buen uso de la palabra, el cómo es el qué, y viceversa. Si la prensa o los políticos respetaran este principio, otro gallo nos cantaría. Un gallo mucho más afinado.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios