Borrar
Un largo hola, POR ANDRÉS NEUMAN
OJO SECRETO

Un largo hola, POR ANDRÉS NEUMAN

Estamos ante un acto de poética insumisión. De semiótica rebeldía por parte del David hispano ante el Goliat anglosajón. Bien pensado, incluso Aznar debiera rebosar orgullo patrio.

ANDRÉS NEUMAN

Sábado, 6 de octubre 2007, 03:41

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

LA noche del pasado 24 de septiembre, durante una cena de trabajo organizada por el secretario general de la ONU, el presidente Bush se cruzó con el presidente Zapatero, le buscó los ojos con su mirada astuta y le dijo extendiendo su incansable brazo: «Hola, ¿cómo está?». A lo que Zapatero respondió misteriosamente: «Muy bien». Hasta aquí, creo que pueden seguirme. Pero eso no fue todo. Tras la ágil respuesta de nuestro presidente, el mandamás yanqui añadió, poniendo un sutil énfasis en el adjetivo: «Good to see you again». Y Zapatero, comprendiendo la trascendencia del momento y deduciendo que esta vez no convenía quedarse con la última palabra, guardó entonces un estadista silencio. No faltarán maledicentes que achaquen la maniobra silenciosa de nuestro líder al hecho liso y llano de que Bush, una vez dicha esta segunda frase, pasó de largo inmediatamente. Estos apresurados comentaristas acaso no percibieron que Bush, antes de dar media vuelta y estrechar la mano del siguiente comensal, se cercioró de que Zapatero no movía los labios y daba así por concluido el intenso diálogo.

La memorable escena que acabamos de recordar no es tan simple como pueda parecer a primera vista. Recapitulemos con el debido detenimiento. «Hola, ¿cómo está», empezó Bush. Pero lo dijo, obsérvese, en puro castellano. No fue ZP, no, quien dijo por ejemplo: «Hello, how are you doing?» Sino que fue el mismísimo emperador del mundo quien se avino a deponer su lengua colonizadora para expresarse en la ya considerada segunda lengua cultural del mundo, tercera en términos demográficos si contamos a China. Esta genuflexión por parte de Washington no la conseguiría Chávez ni empuñando un fusil. Por otra parte, Zapatero tampoco quiso tener la condescendencia de ser recíproco y contestar, en sentido inverso, «Very well, mister president, that's very kind of you», ni siquiera un modesto «Fine, thanks, George». Es por eso que Bush, intimidado ante la firmeza de ZP, trazó un veloz repliegue y se refugió en su lengua materna concluyendo servilmente con un «Good to see you again» que, es preciso admitirlo, no deja de humillar las inflexibles paredes del Pentángono. Salvo que, en un alarde de ingenio disidente, sostuviéramos que Bush puso más bien el énfasis en el adverbio, es decir en 'again', como dando a entender que se le hacía bastante cuesta arriba tener a Zapatero nuevamente delante de sus narices. Pero no nos equivoquemos. Estamos ante un acto de poética insumisión. De semiótica rebeldía por parte del David hispano ante el Goliat anglosajón. Bien pensado, incluso Aznar debiera rebosar orgullo patrio.

Pero atentos, exegetas, que hay más. George Bush manifestó, como queda dicho, «Good to see you again». Ahora bien, determinados medios tradujeron este complejo aforismo como: «Me alegro de volver a verlo». Esta interpretación lingüística resulta algo atrevida, toda vez que ver a alguien de nuevo, incluso cuando verlo resulte 'bueno' en algún sentido, no tiene por qué implicar la alegría o el regocijo íntimo de quien pronuncia la frase. Sin duda nos alegra pensar que Bush se alegra, entre otras razones porque su ocasional mal humor tiende a causar la muerte de miles de personas cada año. Pero, siendo rigurosos, hemos de reconocer que algo bueno no es lo mismo que algo alegre. Aun así, es de justicia admitir que la otra traducción que nuestra prensa ofreció como alternativa, «Qué bueno volver a verlo», siendo aparentemente más fiel a la frase original, tropieza con otro problema de no menor calado filológico. A saber: que, a pesar de que en términos léxicos «good» es sin duda «bueno», el contexto general de la oración, «good to see you again», parece sugerir que no eran la bondad en sí, ni tampoco la bonanza, las categorías morales que sostenían la intención del hablante Bush. Estaríamos de este modo ante un 'bueno' quizá más próximo a lo empírico, o sea a la conveniencia o a la oportunidad, a lo bueno en tanto justo o necesario. Lo cual nos llevaría sin mayores rodeos hasta la razón kantiana, destino que sin duda asombraría antes que a nadie a Bush.

La cena, by the way, era para evitar el cambio climático, ya saben. La política internacional jamás había sido tan apasionante.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios