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El titular de la crisis

Arcadi Espada

Miércoles, 13 de septiembre 2017, 18:35

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La crisis del periodismo es además psicológica. Sus oficiantes han entrado en una depresión profunda. De repente han descubierto que su trabajo era mucho menos importante de lo que creían. Para las personas que hacen los periódicos ha sido duro confirmar que la gran mayoría de los que creían sus lectores se conformaban con hojear distraídamente las páginas. Esto era una verdad perfectamente conocida y asumida por los tabloides y el conjunto de la prensa popular; pero solo inquietantemente sospechada por los periodistas que trabajan en la llamada prensa de referencia.

La pavorosa caída de todos los periódicos, cultos y populares, puede explicarse de un modo bastante sencillo: las webs noticiosas les dan gratis y de un modo más actualizado y vistoso lo que antes le pedían al periódico del papel. Por supuesto, los mejores periódicos son algo más que un amasijo de titulares. En primer lugar establecen el orden y la jerarquía de los hechos diarios. Y son también el soporte donde se escriben algunos relatos imprescindibles sobre el funcionamiento del mundo. Todo ello se consigue gracias al trabajo de un gran número de personas y germina en la ordenación más o menos sofisticada de unas decenas de titulares. Es evidente que debajo de un titular hay una inversión considerable de capital y de capital humano. Como lo hay debajo del abstract de un experimento científico. Pero como en la ciencia, la mayoría de los lectores se conforma con el abstract y no pide cuentas sobre la metodología y las características particulares de la noticia o el experimento.

Hasta el implacable desvelamiento del mundo digital los periodistas querían creer que el lector de periódicos buscaba algo más que titulares. No lo parece. Pero, además, es discutible reprochárselo. En realidad debemos reconocer que para la gran mayoría de noticias bastan los titulares. Como internet es una monstruosa factoría de titulares, no es raro que el antiguo lector de periódicos se dedique a consumirlos. La terrible paradoja es que aunque muchos de esos titulares supongan una considerable inversión de recursos su consumo es gratuito. No hay posibilidad de consumir titulares sin el trabajo periodístico. Pero, al mismo tiempo, es imposible cobrar por ellos la cantidad que sería necesaria para hacer rentable la inversión. La paradoja se agrava cuando se piensa que, obviamente, nadie se dedicaría a un tipo de negocio que incluyera tales premisas de rentabilidad. Pero que tan cierto es eso como que nadie concebiría hoy una vida sin la circulación constante de titulares.

Los periodistas harían bien en salir rápido de la depresión. Y en reconocer que, en efecto, escribían básicamente titulares. Y que los titulares son hoy una mercancía gratuita, por mucho que debajo de ellos haya un trabajo costoso, complejo y exclusivo. Y harían bien, sobre todo, en dejar de seguir haciendo el mismo tipo de periódico de los tiempos en que los titulares se cobraban. Los periodistas deben asumir que la noticia y, más dolorosamente aún, la noticia exclusiva puede seguir siendo eje moral de la comunidad de lectores, pero ya no es el eje comercial. El eje comercial se ha desplazado, probablemente, del qué al cómo. Todos los elementos no automáticamente replicables del periódico, éticos pero también estéticos, es decir, lo que en términos generales puede llamarse la experiencia de lectura de un periódico, son los que van a caracterizar los únicos proyectos periodísticamente viables.

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