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Los ‘hipocondríacos’, son personas que magnifican la intensidad y el valor de su afección o molestia y se convierten en hiperfrecuentadores de consultas.
La enfermedad imaginaria

La enfermedad imaginaria

A pesar de que solo existen en la cabeza de quien las padece, los síntomas que provocan las enfermedades psicosomáticas son físicos y muy reales, tanto que pueden llegar a dejar postrado en la cama a alguien de por vida sin un motivo aparente

pilar manzanares

Miércoles, 9 de marzo 2016, 07:50

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El cuerpo humano expresa sus emociones de múltiples maneras. Nos sonrojamos cuando nos avergonzamos, lloramos cuando estamos tristes, reímos al sentirnos felices... y no podemos controlarlo. Pero a veces, el cuerpo responde de un modo exagerado, como sucede cuando las adolescentes se desmayan en un concierto de su cantante favorito. Es cierto que para estos desvanecimientos hay explicaciones más que lógicas, ya que pueden producirse por el sofocante calor y la deshidratación, por ejemplo. Pero un estudio publicado por el New England Journal of Medicine en 1995 demostró que no siempre era así. De hecho, y tras examinar a diferentes chicas que habían sufrido desmayos en tales circunstancias, concluyó que de las 40 examinadas 16 se habían desmayado efectivamente a causa del calor y la deshidratación, otras habían tenido un ataque de pánico al sentirse atrapadas en una multitud y otras se habían desmayado a causa de un subidón abrumador de emoción. Un colapso emocional que demuestra la fuerza que nuestro cerebro tiene sobre nuestro organismo.

Cuando esta exagerada respuesta es puntual y no interfiere en nuestra vida y en nuestra salud no hay problema, pero cuando los síntomas físicos provocados por motivos psicológicos exceden la normalidad y dificultan nuestra capacidad para funcionar o ponen en peligro nuestra salud hablamos de enfermedad psicosomática. No somos conscientes de la frecuencia con la que las personas, de forma involuntaria, enferman a causa del pensamiento o de la emoción. Sabemos que el estrés puede provocarnos una hipertensión, una taquicardia, un infarto o una úlcera de estómago, pero ¿con cuánta frecuencia nuestras emociones pueden causar una incapacidad grave sin que exista una enfermedad física que la explique?

La extraña 'enfermedad' de Shahina

  • un caso real

  • A Shahina le pisaron una mano. El dolor que sufrió por esta causa fue grande, pero no preocupó a nadie hasta que la mano se hinchó y se amorató más de lo que suele ser normal. Fue entonces cuando la joven universitaria acudió a urgencias, donde le detectaron una fractura finísima en el metacarpiano.

  • Cuando pasado el tiempo le desentablillaron la mano, ésta estaba muy delgada y tuvo que empezar con fisioterapia. Hasta aquí todo normal. Pero un día sus dedos índice y corazón se encorvaron, dejando la mano inútil, de modo que ni siquiera servía para sujetar el bolígrafo. A pesar de este síntoma, una radiografía mostraba que la fractura estaba curada y todo iba bien, y así se lo hicieron saber a la paciente. «Eso no me ayudó, me pareció que me estaban diciendo que me lo estaba imaginando. Las confirmaciones reiteradas me hacían sentir peor, no mejor», explicaba en su día Shahina.

  • Así un día acudió a la doctora OSullivan, quien le diagnosticó una distonía focal, enfermedad en la que los músculos se contraen y que se produce por un trauma, aunque en este caso se debían buscar otras causas.

  • Un neurólogo experto en trastornos del movimiento inyectó a Shahina toxina botulínica y ¡eureka! La joven en seguida abrió sus dedos y comenzó a moverlos bien. El problema es que el bótox no hace efecto inmediatamente, lo hace pasados un día o dos tras su administración. ¿Qué estaba sucediendo entonces? «La velocidad de respuesta a esa terapia me hizo preguntarme si esa contracción no sería psicológica en lugar de física», escribe la doctora O Sullivan y así se lo hizo saber a su paciente. Pero aquella observación de la doctora no gustó a Shahina, quien afirmaba que no estaba loca. El diagnóstico tampoco gustó a su madre, quien puso una queja contra la doctora. Ninguna entendía que los síntomas psicosomáticos, aunque respondan a una causa psicológica, ni se hacen a propósito ni se pueden evitar, así que abandonaron el hospital muy disgustadas.

  • Un año más tarde, un neurólogo de otro hospital escribió esta carta a la doctora OSullivan «Le agradecería que me enviara los resultados en su haber de todas las pruebas realizadas a esta joven. Según me cuenta, le diagnosticó distonía focal y le administró toxina botulínica con buenos resultados. Cuando la visité por primera vez, la distonía le había recurrido y respondió bien a una nueva administración de bótox. Sin embargo, la mejora no se ha mantenido. Lamento informarle de que, con el tiempo, la contracción distónica pasó a su brazo izquierdo y ahora se le está propagando por el tronco. Parece estar desarrollando una distonía generalizada para la cual no hallo causa. Me pregunto qué pensó usted cuando la visitó. Empiezo a cuestionarme si el problema, en parte, no podría tener un origen psicológico».

  • Este caso y la rebelión contra esa causa psicológica por parte de la joven y de su madre es más que natural. «Estos pacientes rehúsan la posibilidad de que sus síntomas tengan un componente psicológico y buscan otras opiniones médicas que les resulten más fáciles de digerir. Por desgracia, si un tratamiento funciona más debido a su efecto placebo que a su efecto biológico, sus beneficios no siempre se prolongan», explica la doctora O Sullivan.

  • Fuente Extraído del libro Todo está en tu cabeza, de Suzanne O Sullivan

El doctor Manuel Álvarez Romero, especialista en Medicina Interna y presidente de la Sociedad Española de Medicina Psicosomática que del 18 al 20 de febrero organiza en Sevilla un congreso sobre la perspectiva psicosomática en Atención Primaria y otras especialidades, afirma que más de la mitad de las consultas de pacientes que acuden a su médico de familia tienen un gran componente psicosomático. Si nos fijamos en las consultas de medicina psiquiátrica, el componente psicosomático sube hasta el 70%, un porcentaje que también es altísimo en las de dermatología. «Hay que tener en cuenta que la piel se forma en el feto desde el ectodermo, el mismo origen del cerebro, y es la cara de éste, por lo que en ella se manifiestan todas las tensiones con una facilidad tremenda», explica.

De acuerdo con que los trastornos psicosomáticos son enfermedades en las que una persona sufre síntomas físicos significativos que no se corresponden con las exploraciones ni las pruebas médicas que se le realizan, ¿qué sucede cuando los síntomas no se tratan correctamente dada la dificultad que tiene encontrar qué es lo que los causa? «Un diagnóstico erróneo original retrasa el diagnóstico certero y una posible recuperación. Si a una persona le han dicho que tiene epilepsia y se le ha permitido creer que padece una enfermedad cerebral grave y posiblemente mortal, entonces esa creencia queda tan embrollada en su mente que afecta a su capacidad de recuperación. Si uno cree que nunca será capaz de correr una maratón, seguramente nunca lo intentará. Además, un diagnóstico de enfermedad orgánica incorrecto puede acarrear un tratamiento tóxico innecesario. Y podría inducir a la persona a efectuar cambios innecesarios en su vida para convivir con la enfermedad», explica la neuróloga Suzanne O Sullivan, autora de Todo está en tu cabeza.

Según el doctor Álvarez, «si además estos síntomas no se atajan se cronifican. La ventaja de esto es que el síntoma crónico se tolera mejor que el agudo, uno ya lo conoce y sabe que le machaca pero que no le mata. Pero vivir con él es como hacerlo en una calle ruidosa, que conlleva un gran sufrimiento, aunque no se registre como tal. Otras veces ese paciente insatisfecho porque no parece hallar una respuesta a lo que le sucede se convierte en lo que llamamos un hiperfrecuentador de consultas». A muchos de estos pacientes hiperfrecuentadores también les conocemos con el nombre de hipocondríacos, son personas que magnifican la intensidad y el valor de su afección o molestia y necesitan que alguien les asegure que lo que padecen no es grave. «Para ello, primero hay que observarles, pero cuando no hay quien les convenza piden pruebas y más pruebas médicas que le demuestren la normalidad de todo su organismo. Eso conlleva un gasto farmacéutico enorme y un desgaste importante para el médico que les trata», matiza el experto.

El paradigma psicosomático

Hay que tener en cuenta que aunque todo esté en la cabeza del paciente, nadie quiere escuchar esa respuesta de un profesional al que se aferra como tabla de salvación. Y es que, además de sentirse incomprendidos, los síntomas que pueden llegar a padecer estas personas que físicamente están sanas pueden ser tan graves como una parálisis o una ceguera, e incluso pueden dejarles incapacitados. Pero entonces, ¿cuál es el remedio para una enfermedad imaginaria?

Tal y como escribe la doctora OSullivan: «En ocasiones, la obtención reiterada de resultados normales en los análisis decepciona a estos pacientes y, desesperados, buscan otra respuesta. Algunos se sienten arrinconados y forzados a aceptar el papel de ser alguien no diagnosticado, alguien a quien no puede ayudarse, porque cualquier opción se antoja mejor que la humillación de tener un trastorno psicológico. La sociedad es sentenciosa con las enfermedades psicológicas, y los pacientes lo saben».

Estos pacientes deben mirar, pues, hacia los especialistas que sí les van a comprender, los que sí les van a poder ayudar. Ahí es donde entra en el terreno de juego la medicina psicosomática, disciplina que, como describe el doctor Álvarez, trata de abordar en la consulta de cualquier agente de la salud el padecimiento de quien lo sufre de una manera holística, global e integral, teniendo en cuenta todos los factores del paradigma psicosomático. «Este paradigma, o metodología en la actuación, es biopsicosocial y dice que toda enfermedad tiene un componente genético, por pequeño que sea, uno psicológico y otro social. Además, en la Sociedad Andaluza de Medicina Psicosomática añadimos dos elementos más: el ecológico, que son las circunstancias ambientales que están ahí, por ejemplo, no es lo mismo padecer una gripe en una casa con calefacción que en la calle, y el espiritual, que engloba las decisiones que como personas libres tomamos. Podemos usar nuestra libertad como ayuda curativa o como actitud yatrógena, o sea como refuerzo de la enfermedad», explica.

Analizados todos esos elementos, el tratamiento de una enfermedad psicosomática se resuelve con: fármacos, que a veces son solo placebos, terapias como la hipnosis, el mindfulness, la psicofisioterapia, y, sobre todo, con palabras: «Los expertos en este área de la medicina especialmente tenemos que saber escuchar, tenemos que curar con la palabra y la compresión, porque estos pacientes vienen a tu consulta no solo para que les quites ese síntoma, sino para que indagues en el origen, en lo que lo causa, que suele ser el miedo al despido, un fracaso matrimonial, falta de confort profesional...», matiza el experto.

La insatisfacción, la tendencia a la frustración que conduce a la depresión o gastos adaptativos excesivos forman parte importante del perfil de estos pacientes, son lo que se consideran factores de riesgo. «Por ejemplo, quienes padecen el síndrome del anancástico (los exageradamente perfeccionistas) son personas que en general sufren muchísimo, porque tienen unos rasgos de personalidad muy marcados y rígidos, se afanan en controlar absolutamente todo y su anticipación a la hora de ver las cosas es exagerada y negativa», describe el doctor Álvarez.

También las personas con personalidades ansiosas o neuróticas, las que tienen tendencia a preocuparse o a sentir ira, culpa y depresión son más proclives a desarrollar síntomas somáticos. «Lo mismo puede afirmarse de las personas con inclinación a ser muy dependientes de los demás y de quienes contemplan al prójimo como personas de éxito y poderosas y a sí mismos como individuos indefensos e inútiles», agrega la doctora O Sullivan. Pues bien, a todos ellos «hay que enseñarles a ver las cosas de otro modo, a distanciarse de los problemas para verlos desde otra perspectiva, aportarles actitudes saludables y educarles en estrategias eficientes...

En resumen, hay que enseñarles a corregir esos estilos vitales que les hacen difícil el camino, darles unas gafas nuevas para ver la vida adecuadamente. Hay un efecto, al que denomino Gioconda, que es muy interesante porque propone extraer beneficios tras reflexionar sobre cómo nos vemos a nosotros mismos, pero también de cómo nos ven los demás y de cómo actuamos en función de lo que creemos que la gente piensa de nosotros», concluye el doctor Álvarez.

Para más información: El efecto Giogonda, de Manuel Álvarez (editorial Almuzara), y Todo está en tu cabeza, de Suzanne OSullivan (editorial Ariel).

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