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La lata de refresco que se enfría sola

La lata de refresco que se enfría sola

Su creador ha tardado dos décadas en hacerlo realidad

JAVIER GUILLENEA

Lunes, 28 de mayo 2018, 00:13

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Hay pasos pequeños para el hombre pero grandes para la humanidad, y la Unidad de Intercambio de Calor es uno de ellos. Han sido necesarias dos décadas de investigaciones, con sus errores y aciertos, pero por fin el camino está trazado. Millones de personas de todo el mundo ya vislumbran el paraíso, lo tienen al alcance de la mano sin moverse del sofá. Ya no habrá necesidad de levantarse para viajar hasta el frigorífico, con el gasto energético que ello supone. Todo será más fácil a partir de ahora. Gracias a la Unidad de Intercambio de Calor, la lata de cerveza que se enfría sola puede ser una realidad dentro de poco tiempo.

«El impacto del CO2 de estos envases es irrelevante, pero hay que ver si tiene sentido enlatar café»

José Luis García. Greenpeace

Lo más difícil ya se ha hecho, ahora es cuestión de aguardar con paciencia a que el invento se extienda por todo el planeta. De momento, los primeros afortunados que probarán en sus propios paladares el frescor de una bebida que se enfría como por arte de magia serán los clientes de quince establecimientos de la cadena 7-Eleven del área de Los Ángeles, en Estados Unidos. Será en estos locales donde se pongan a la venta de manera experimental latas de Fizzics Sparkling Cold Brew Coffee, que no es más que una bebida de café disponible en tres sabores: regular, francés y una mezcla de vainilla y caramelo. Cada unidad, de 250 mililitros, costará cuatro dólares, más del doble que un refresco de cola.

Lo especial de estas latas, llamadas Chill-Can por su creador, Mitchell Joseph, es que albergan en sus entrañas la ya mencionada Unidad de Intercambio de Calor. Da igual la temperatura ambiente o que haya permanecido durante horas bajo el sol inclemente de una playa abrasadora; basta con dar la vuelta a la lata, girar su base y esperar a que se opere el milagro de la última gran revolución tecnológica. El consumidor tendrá que aguardar unos noventa segundos mientras escucha un leve siseo en el recipiente. Cuando el sonido se haya apagado, la temperatura en el interior del envase habrá descendido dieciséis grados.

Primer fracaso

Este logro es posible gracias a un pequeño depósito de 150 gramos integrado dentro de la lata que contiene dióxido de carbono (C02) a alta presión. Este gas, que en su forma sólida es conocido como hielo seco, es el encargado de enfriar rápidamente la bebida sin mezclarse con ella. Dicho así parece fácil, pero no ha sido sencillo dar con la solución a un sueño que la industria del envasado ha perseguido infructuosamente durante más de sesenta años.

La empresa The Joseph Company International, creadora de la lata, presentó en 2012 una primera versión para Pepsi, pero el invento no cuajó porque el producto utilizado para enfriar las bebidas, el HFC-134A, resultó ser muy contaminante. La organización ecologista Greenpeace sostiene que se trata de un gas refrigerante «promovido por la industria química que, si bien no daña directamente la capa de ozono, sí tiene una alta incidencia en el calentamiento global». Por si quedaran dudas, según la Agencia de Protección Medioambiental de Estados Unidos, unos 450 gramos de HFC-134A equivalen a más de 635 kilos de dióxido de carbono en la atmósfera. Por poner un ejemplo más visual, abrir uno de aquellos primeros envases equivalía desde el punto de vista medioambiental a conducir 800 kilómetros en coche. Era evidente que aquello resultaba poco práctico y Pepsi se apresuró a rechazar la novedad.

Coco pulverizado

Mitchell Joseph, el padre de la lata, no se dejó hundir por el fracaso y volvió a intentarlo ese mismo año. Presentó un segundo prototipo basado en una tecnología, la del carbón activado, que era respetuosa con el medio ambiente, pero tenía unas cuantas limitaciones. Para conseguir el carbón pulverizó e incineró cáscaras de coco, un material cuyo suministro masivo a largo plazo no estaba garantizado. Además, el sistema era demasiado caro.

A la tercera parece que lo ha conseguido. La nueva lata que ha presentado en sociedad Mitchell Joseph ha recibido el visto bueno de la Agencia de Protección Ambiental y hasta de la NASA y el Ejército de Estados Unidos, que ya están pensando en los usos que se le pueden dar al invento.

Al detalle

  • El sistema El alma del invento se llama Unidad de Intercambio de Calor y consiste en un depósito de 150 gramos de dióxido de carbono a alta presión que se libera cuando se gira la base de la lata. El gas desprendido en esta operación no es contaminante.

  • 160 El sistema de autoenfriamiento del envase hace que la temperatura de su contenido disminuya en dieciséis grados. El proceso de absorción de calor es rápido; no dura más de noventa segundos.

  • Gas sospechoso El creador del sistema, Mitchell Joseph, presentó en 2012 una lata autorrefrigerante que fue rechazada por la compañía Pepsi porque el envase utilizaba HFC-134A, un gas muy contaminante que tiene una alta incidencia en el calentamiento global.

  • 4 dólares es el precio de los refrescos de café que se han puesto a la venta en quince establecimientos de la cadena 7-Eleven en Los Ángeles.Si el sistema tiene buena acogida, se extenderá a otras bebidas, como la cerveza.

Según su creador, la tecnología emplea CO2 que «se recupera de la atmósfera y se reutiliza, por lo que no introduce en el aire ningún nuevo dióxido de carbono». Los fabricantes de la lata que se enfría sola aseguran que el sistema «es seguro para el medio ambiente». Pero, por si se equivocan, nada mejor que acudir a un experto en la materia. «La cantidad de CO2 que lleva una de estas latas es de 150 gramos y no sé cuántas se fabricarán, pero para tener un efecto en el clima harían falta muchos miles de millones. Hay que tener en cuenta que para producir el CO2 que emite una sola térmica de carbón en un año harían falta unos treinta o cuarenta mil millones de latas», afirma José Luis García, responsable del área de energía y cambio climático de Greenpeace. A su juicio, y aunque «lo mejor sería no liberarlo», el impacto del CO2 de estos envases en el medio ambiente «sería irrelevante». Otra cuestión, advierte, es lo que ocurre con la lata en sí. «Habría que preocuparse de si tiene sentido enlatar el café, porque el mayor impacto ambiental vendrá de las latas de usar y tirar».

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