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Ilustración: Carolina Cancanilla
Hombres de hoy y referentes masculinos

Hombres de hoy y referentes masculinos

A Cuatro Manos ·

Lalia gonzález-santiago / juan josé téllez

Málaga

Domingo, 15 de julio 2018, 00:35

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Tras el 8M, toca revisar cómo son los hombres de hoy y cuáles son los referentes masculinos que se han tomado hasta ahora

Lalia González-Santiago

El mismo hombre de siempre

Cuenta José Ángel Lozoya, un hombre pionero en la lucha contra el machismo, que cuando daba los primeros talleres feministas, en las pedanías de Jerez de la Frontera y en los años 90, digo el lugar por hacernos cargo del ecosistema, que no era Manhattan, una de las participantes le espetó: sí, todo está muy bien, yo salgo muy convencida de que tengo los mismos derechos, que nadie me tiene que levantar la mano, que las tareas domésticas son cosa de dos, me voy muy concienciada, pero luego llego a mi casa y allí está el mismo hombre de siempre. Un hombre bueno, decía ella, pero educado en que él es el rey de la casa, al que nunca se le ha ocurrido pensar en otra cosa. No solo eso, añado: un hombre sometido a todo un sistema de pensamiento, también subliminal, que sitúa a las mujeres como objetos, incluso como ganchos, de consumo y que a ellos les ha colocado, por nacimiento, como en un estrato superior.

Ahora, en este verano después del 8M, las cosas no han cambiado demasiado. Nos podemos hacer, y nos hacemos, ilusiones, pero los hombres siguen sin dar el paso para salir de su 'zona de confort' y acompañar a sus parejas en el camino de la igualdad. Se resisten a ceder un gramo de poder. Incluso, si me apuran, la situación puede hasta ser peor que entonces, porque ahora se detecta una ola de lo que Octavio Salazar llama «movimiento postmachista», a modo de reacción defensiva masculina. Los estudios académicos hablan incluso de una 'revancha patriarcal' y de 'terrorismo antiemancipatorio' que quiere presentar a los hombres como víctimas o incluso como héroes por dar el biberón o por ocuparse de sus hijos, como hacen los papás blogueros.

«A mí muchas de las pegas que oigo desde el otro sexo me parecen excusas de niños pillados in fraganti»

En la vida cotidiana, en el territorio común donde nada es demasiado extremo, hay muchos hombres perdidos, desorientados, ante el avance del feminismo, que no saben cómo manejarse para encajar en este nuevo mundo igualitario y hasta con miedo a ser arrollados. No estaría mal (sonrío) que experimentaran por una vez siquiera alguno de los 'mil hilos tenues' del sometimiento, por no hablar de otras violencias mayores. Pero no se trata de eso. Las feministas no estamos contra los hombres, como tanto repiten los neomachistas. En general nos gustan, a veces mucho, y les queremos a nuestro lado. Sin ellos no sólo no es posible avanzar sino que, como en el caso de la mujer de que hablaba antes, se genera mas frustración y se agudiza el conflicto.

A mí muchas de las pegas que oigo desde el otro sexo me parecen excusas de niños pillados in fraganti. Necesitan, ellos también, tomar conciencia de que no es un divertimento de salón, de que hay una situación de emergencia por la violencia incesante, que lleva camino de nuevo récord de asesinatos este año, y que han de bajarse del pedestal. Les irá mejor, además, en un mundo en el que no tengan que ser todo el rato el gallo del corral. Qué cansancio.

Juan José Téllez

John Wayne tiene miedo

Tantos siglos jugando a ser machos alfa no se curan en una generación. Mi madre no consentía que yo hiciera lo más mínimo en casa. Cierto que yo tampoco ponía demasiado interés al respecto. Ni mi padre se desvivía demasiado por llevarle la contraria en esos casos. Transcurría el franquismo, ya saben, los manuales de urbanidad de la Sección Femenina. Con la democracia y con la adolescencia empecé a conocer chicas que leían a Simone de Beauvoir y a Lidia Falcón. Con las primeras, cabía la posibilidad de un tonteo. Con las segundas, era más improbable, por más que Lidia sea ahora amiga mía y nunca lograra coincidir en cambio con la autora de 'El segundo sexo' o 'La mujer rota'.

Aprobé primero de feminismo con una novia jipi que estaba suscrita a 'Vindicación feminista'. Era la teoría, claro. Las prácticas se nos siguen atragantando. Existe un abismo entre las convicciones en materia de igualdad que los machos zeta formulamos en público y las que ejercemos en el cuerpo a cuerpo de la convivencia, aunque el viejo reñidero de las tareas domésticas vayamos apaciguándolo con más éxito que el que cabría esperar de un país de hombres que han creído históricamente que la bayeta es una inmigrante del Este de Europa o la lejía, la cabra de la Legión.

«Hay un abismo entre las convicciones sobre igualdad que los machos zeta formulamos en público y las que ejercemos en el cuerpo a cuerpo de la convivencia»

El actual escenario de la guerra de los Rose no está entre las cuatro paredes de una relación consolidada sino en las primeras escaramuzas del tonteo: algunas de mis amigas me cuentan, por ejemplo, que se le desinflan los ligues en cuanto los pretendientes descubren que ellas son independientes o poderosas. Eso no gusta, parece, no es fashion o como leches se diga ahora.

Viví en un tiempo en que los tipos debían ser como Humprey Bogart o John Wayne. Cuando descubrí a Woody Allen me alegró saber que existían alternativas a dicho modelo. Ahora empieza a darme repelús ver los capítulos de 'El cuento de la criada'. John Wayne siente miedo y no hay peor criminal que un cobarde.

Hoy, más allá del parte diario de mujeres muertas por quienes supuestamente más les querían, veo energúmenos que derrochan en fuerza bruta todo lo que no invierten en seducción e ingenio. Por no hablar de los que convierten cualquier divorcio en un campeonato de rugby, violan en grupo o derrochan testosterona en una despedida de soltero. Los chats se llenan de imbéciles que llaman feminazis a cualquier mujer que no renuncie a serlo. ¿Son mayoría? No creo. Sin embargo, echo de menos una respuesta mayoritaria contra esa suerte de costumbres. Un simple desplante ante los chistes machistas de la barra de los bares. O zambullirte ante la mujer que tienes enfrente y que tal vez sea Premio Nobel de algo, directora general o tal vez la primera de la clase pero que, justo en este instante, te está poniendo ojitos. Y no te exige que seas Bogart, Wayne o ni siquiera Allen, sino que seas tú mismo, quizá sin oficio ni beneficio, ni talento suficiente para darle una réplica en cualquier cena de cuñados. Conscientes ambos, no obstante, de que el mayor poder que existe es el deseo y no el oficio que reza en la tarjeta de visita. Ya discutiremos luego a la hora de la colada.

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