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Cuando la cobaya es un ser humano

Cuando la cobaya es un ser humano

Experimentos en Alemania, Holanda y Estados Unidos midieron los efectos de emisiones de motores diésel en humanos. A pesar de la estricta regulación de los laboratorios, los Comités de Ética denuncian que «hay resquicios por los que se cuelan» las malas prácticas de la industria

antonio corbillón

Miércoles, 21 de febrero 2018, 00:43

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Los efectos de los gases de los motores diésel trucados han afectado a algo más que al medioambiente. Se han colado en los despachos y extendido un viciado manto sobre los límites de los ensayos científicos. Toda Alemania se avergüenza al descubrir que al consorcio industrial más poderoso del país (Volkswagen, Daimler, BMW y Bosch) le valía cualquier cosa con tal de esquivar las restricciones en la emisión de contaminantes a la atmósfera.

En 2014, un año antes de que se supiera que Volkswagen manipulaba las mediciones, un lobby a su servicio metió a 25 personas en la Policlínica de Aquisgrán (frontera con Bélgica). Todas sanas y voluntarias, aceptaron inhalar durante cuatro horas dióxido de nitrógeno (NO2) para valorar sus efectos en el sistema respiratorio. Hubo incluso algún asmático anónimo que juró que aquello «era aire limpio».

Monos gaseados para estudiar la contaminación

  • 4 horas permanecieron diez monos encerrados en una pequeña jaula y obligados a respirar los gases de motores diésel, en un experimento financiado por fabricantes automovilísticos alemanes.

  • Angustia y animación Para combatir el estrés que se producía a los animales, se les proyectaban películas de animación durante el experimento. Mientras, se les introducía un endoscopio por la nariz o la boca hasta los bronquios para hacer análisis de sangre.

  • «Repugnantes» El presidente de Volkswagen, Matthias Müller, calificó los ensayos, realizados en mayo de 2015, como «repugnantes y antiéticos», y anunció una investigación interna. El apoderado general de la firma, Thomas Steg, ha sido cesado temporalmente.

De forma paralela pagaron al Instituto Lovelance de Investigación Respiratoria de Alburquerque (Nuevo México, EEUU) para que hiciera lo mismo con primates. Encerraron a diez monos tras una cristalera y les sometieron a un bombeo de gases diésel. Situado en una base militar, este centro acumula media docena de denuncias por el uso sin límites de experimentos en animales. Hasta la canciller, Angela Merkel, ha hecho público su estupor. El cese del director de Desarrollo Sostenible de Volkswagen, Thomas Steg, no parece que vaya a mitigar la indignación de los germanos.

«Invertimos horas y horas en evaluar y no todos los ensayos se aprueban»

Lluís Montoliú Comité de Biotecnología del CSIC

Ni la del resto de europeos. Porque el asunto ha saltado a Holanda, donde su secretaria de Estado de Medio Ambiente admitió el martes ante el Parlamento que se «han hecho estudios donde un grupo de personas inhalaron gases de motores de tubos de escape, nunca dañinos». Los hizo el propio Instituto para la Salud Pública holandés, que esboza sus excusas: «Se trabaja con seres humanos, pero no se puede comparar con el caso alemán. No lo pagó la industria automovilística».

Alemanes y holandeses insisten en que no vulneraron ninguna ley. Cualquier experto en la aprobación de planes experimentales lo pone en serias dudas. «Es muy grave. No tiene justificación científica ni ética. La sociedad exige y dispone hoy de una extraordinaria protección y estoy seguro de que ninguno de estos experimentos pasó por ninguna comisión ética», resume el portavoz del Comité de Ética del Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), Lluís Montolíu. «Si alguien hizo esto y pensó que le podía servir para algo merece ser despedido», completa la directora de Ética en la Investigación de la Universidad del País Vasco, María Isabel Marijuán.

«El foco debe estar sobre el sujeto. Sobre la muestra y no sobre el objetivo»

Todas las sociedades entendieron que los fines no justifican los medios después de la II Guerra Mundial, cuando se conocieron los inhumanos ensayos nazis con los deportados en los campos de concentración. Unas prácticas que no acabaron tras el conflicto. En 2011, Barack Obama creó una comisión para desentrañar ciertas prácticas desarrolladas por científicos americanos en Guatemala en la década de los 40. Los médicos inocularon sífilis y gonorrea a más de 5.500 personas. Al menos 83 fallecieron del contagio. Ese tratamiento de las personas como si fueran objetos, al trascender a la opinión pública, obligó a regular cualquier ensayo.

Cuatro décadas en España

Por aquel tiempo empezaron las primeras voces que reclamaban la necesidad de crear comités éticos con expertos en todos los campos que autorizaran o no cualquier ensayo. En España se cumplen estos días 40 años del Real Decreto que creó la figura del Comité de Ensayos Clínicos. Hoy, no hay hospital ni centro de investigación que no tenga el suyo.

En los últimos diez años, y al igual que el resto de Europa, las directivas comunitarias y las leyes españolas (Ley de Investigación Biomédica, 2007) han tratado de poner coto a experimentos como los denunciados ahora en Holanda y Alemania. «Hoy día es complejísimo incluso trabajar con ratones. Cualquier prueba está sometida a una regulación muy dura. No se discute el sitio ni los objetivos sino con qué se trabaja», insiste Lluís Montolíu, que también es miembro del Consejo Europeo de Investigación Bioética.

¿Pueden garantizar quienes velan por métodos éticos que estas vulneraciones no son habituales?

–En los escándalos concretos que conocemos ahora estoy seguro de que no han pasado por ninguna comisión ética. Me gustaría decir que sí pasan todos. Pero...

Quienes vigilan las maniobras de la industria, en especial farmacéutica, en sus planes de investigación, son despachos como Almodóvar&Jara. Su fundador, Francisco Almodóvar, lleva 15 años defendiendo a pacientes que participan en ensayos clínicos y sufren algún daño. «Muchas veces, esos comités éticos no defienden al ciudadano. En cuanto hay denuncias, se desentienden. He conocido casos de cierta connivencia e incluso falseo de datos y esos organismos no lo han denunciado».

«Muchas veces los comités de ética no protegen al ciudadano»

Francisco Almodóvar Abogado defensor de pacientes

El CSIC es el organismo español que tutela más laboratorios y centros de experimentación, con o sin humanos. Incluso dispone de un Comité de Conflictos. Pero su portavoz, Lluís Montolíu, insiste en que «intentamos educar a los científicos, no dar cachetes. Cuando una solicitud no cumple la norma, lo que intentamos no es desaprobar sino corregir».

Sin embargo, que países como Holanda y Alemania vulneren estos códigos de forma tan zafia está generando un gran debate en toda la comunidad científica. Hasta ahora, nadie tenía dudas de que era casi imposible un abuso así en los ensayos clínicos con nuevos fármacos. En ellos se exige siempre el consentimiento informado y no puede haber contraprestación económica alguna. Pero «la ciencia avanza de forma transversal y las normas van un poco por detrás», razona la directora de Ética en la Investigación de la Universidad del País Vasco.

Los laboratorios implicados en el escándalo del diésel insisten en que «no han cometido ninguna ilegalidad». A María Isabel Marijuán eso le parece «casi imposible», pero esboza una posible explicación. Un «hueco» por el que se cuelan estos ‘piratas’ de la ciencia con ética. «Esto va a levantar la liebre de que en cualquier proyecto cuyo destino final sean seres humanos deben aplicarse las regulaciones estrictas de los ensayos biomédicos». Es decir, «hay un momento en que cualquier aparato (las emisiones de un coche, por ejemplo) acaba en el ámbito humano. Probablemente se va a enfadar mucho la industria, pero hay que evitar a toda costa el ‘comité ético florero’».

También el letrado Francisco Almodóvar detecta «una delgada línea entre el marketing y la investigación. Pero en cuanto hay humanos en el horizonte, deberían saltar todas las alarmas». En el pasado se denunció que las tabaqueras pudieron pagar informes para demostrar la inocuidad del humo. Otras industrias alimentarias (bebidas con azúcar...) intentan minimizar los efectos dañinos de sus productos apoyados en supuestos trabajos científicos.

¿Puede una empresa de hamburguesas investigar en humanos el consumo compulsivo para probar sus efectos en el colesterol? Más allá de los fármacos, «nutrición, alimentación y psicología son los campos que más demandan nuestra opinión», resume el portavoz del Comité de Ética del Centro Nacional de Biotecnología. Hoy día, ninguna revista científica o gran empresa propone un estudio sin escuchar a su comité de ética, formado por profesionales de varios campos. Pero «hay que acabar con el hecho de que la gran industria financie a los laboratorios. Eso silencia a esos organismos de control para no perder investigaciones», advierte el letrado Almodóvar.

La legislación: Muchas normas frente a una realidad cambiante

El control ético de la investigación científica sufre una continua revisión de sus muy estrictas regulaciones. Aún así, los expertos insisten en la necesidad de «afinar a diario para controlar a una ciencia cada vez más transversal», explica desde los programas de investigación de la Universidad del País Vasco su directora, María Isabel Marijuán.

España define los Comités Éticos de Investigación Clínica (CEIC) por un Real Decreto de 2004 como «organismos independientes, con profesionales sanitarios y no sanitarios, encargados de velar por la protección de los derechos, seguridad y bienestar de los sujetos que participen en un ensayo». Tres años después se aprobó la ley 14/2007 de Investigación Biomédica que regula de forma aún más estricta los trabajos de laboratorio.

Por último una directiva europea recogió la sensibilidad en defensa de los animales y restringe su uso como cobayas a niveles que los investigadores sitúan «a la altura de la protección a los humanos». Todas las comunidades autónomas españolas tienen regulación específica y casi todos los hospitales presumen de tener un comité ético como seña de calidad. Ni uno solo de los expertos consultados admite conocer vulneraciones como las denunciadas en Alemania, Holanda y Estados Unidos.

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