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Un científico observa una representación de las ondas gravitacionales.
La humanidad escucha por primera vez el murmullo del universo

La humanidad escucha por primera vez el murmullo del universo

Los científicos del experimento LIGO detectan ondas gravitacionales, las perturbaciones del espacio-tiempo predichas por Albert Einstein hace 100 años y que abren un nuevo mundo de investigación astronómica

Borja Robert

Jueves, 11 de febrero 2016, 16:19

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Cien años después de que Albert Einstein predijera su existencia, la colaboración científica internacional LIGO ha detectado por primera vez ondas gravitacionales. Unas vibraciones que distorsionan el tejido del espacio-tiempo y cuyo estudio permitirá a la humanidad explorar el 95% del universo que los telescopios no pueden ver. El hallazgo confirma que, por fin, existe una tecnología capaz de curar la sordera de la astronomía. Ahora, además de mirar al espacio, los científicos podrán escuchar los latidos del cosmos. Y nadie sabe qué pueden encontrar gracias a este nuevo sentido.

Las ondas gravitacionales son el equivalente astronómico de las ondulaciones que provoca una piedra al caer en un charco. Pero, en vez de perturbar la superficie del agua, distorsionan el espacio y el tiempo mientras se propagan hacia fuera. A su paso, acercan y alejan las distancias, y frenan y aceleran el paso del tiempo. Aun así, son tan sutiles que ha sido imposible detectarlas hasta ahora, pese a que había muchas pruebas indirectas que estaban ahí, viajando por todo el espacio.

Para escucharlas hubo que construir la máquina más sensible de la historia de la humanidad, capaz de detectar diferencias de distancia mucho más pequeñas que un átomo. «Sería capaz de medir la distancia entre el sol y la estrella más cercana con la precisión de un cabello humano», aseguró David Reitze, director ejecutivo del laboratorio LIGO, en el Instituto Tecnológico de California (Caltech).

Son tan sutiles que LIGO solo ha sido capaz de detectar las ondas gravitacionales causadas por uno de los acontecimientos más violentos del universo: el choque de dos agujeros negros. Lo saben porque cada evento cósmico produce un sonido concreto. Y aunque aún no tenían el aparato para escuchar, los científicos ya habían calculado, con superordenadores y las ecuaciones de Einstein, las melodías que podían esperar. Habían, literalmente, hecho un catálogo.

El primer murmullo del universo que ha escuchado la humanidad se registró el 14 de septiembre de 2015, apenas se puso en marcha la última versión de LIGO y antes de su arranque oficial en las últimas pruebas definitivas, ha sido la fusión de dos agujeros negros gigantes. Uno era 29 veces más pesado que el sol, y otro 38 veces más. El sonido que ha llegado a la Tierra, si se ralentiza un poco, es algo así como una gotita de agua cayendo desde el grifo hasta una bañera llena. ¡Ploc!

«Pero esta detección no es todo. Lo más alucinante está por llegar», aseguró Reitze. «Igual que hace 400 años Galileo apuntó un telescopio al espacio y abrió la era de la astronomía, nosotros estamos haciendo algo parecido, abriendo la era de la astronomía basada en ondas gravitacionales». Con LIGO, y los nuevos aparatos que se construirán en las próximas décadas con el mismo propósito, se abre una forma completamente nueva de estudiar el cosmos. «Y cada vez que hemos abierto una de estas nuevas ventanas de exploración, todas nos han traído grandes descubrimientos», recalcó Kip Thorne, uno de los fundadores del proyecto.

De momento, la detección de ondas gravitacionales ha permitido confirmar algo que hasta ahora solo era una hipótesis venida a más: que los agujeros negros existen de verdad. Y, además, que pueden gigantescos. Una de las particularidades de estos objetos, que pueden pesar mucho más que el sol y ser miles de veces más pequeños que la Tierra, son tan masivos que impiden incluso que la luz escape de ellos, lo que los dejaba fuera del alcance de los telescopios. Todavía no podemos verlos, pero ahora podemos oírlos.

El anuncio se ha realizado en el centenario de que Einstein predijese la existencia de estas ondas gravitacionales. Son una consecuencia natural de las ecuaciones de su teoría de la relatividad general. La misma que predice situaciones tan raras -pero confirmadas experimentalmente- como que el tiempo pasa más despacio para un objeto que se mueva más deprisa.

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