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Con este símbolo se distinguen los locales sin conexión a internet
Un café sin wifi, por favor

Un café sin wifi, por favor

Cada vez más establecimientos renuncian a estar conectados para recuperar la actividad social

guillermo elejabeitia

Lunes, 22 de mayo 2017, 01:10

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Esto acabó pareciéndose más a una biblioteca», reconoce María, responsable del Café Cometa de Barcelona. Este coqueto local ubicado en Sant Antoni, uno de los barrios de moda de la Ciudad Condal, decidió hace unos meses dar de baja su conexión wifi con la esperanza de que, al apagarse los dispositivos electrónicos, se encendiera el ambiente del local. No es ni mucho menos el único; los establecimientos libres de wifi comienzan a proliferar en ciudades como Nueva York, Londres, París, Vancouver o Toronto y, contra todo pronóstico, están cosechando un sorprendente éxito. «La gente agradece un descanso de sus pantallas», dicen sus dueños.

En los últimos años, la conexión a internet se ha convertido en un servicio más casi un derecho en prácticamente todos los negocios de hostelería. Uno pide un café y la contraseña como quien pide otro azucarillo o una servilleta. Un espacio cómodo, música tranquila y esa facilidad para acceder a la red han convertido los cafés en lugares ideales para trabajar o estudiar.

Según una encuesta de Ipsos/Reuters, una de cada cinco personas alrededor del mundo trabaja desde casa, un 103% más de los que lo hacían en 2005. Pero para muchos resulta complicado rendir con las distracciones propias del hogar y buscan el entorno adecuado fuera. Los ingleses lo llaman coffice y el panorama que ofrecen es, en lo esencial, parecido al de una oficina. Un puñado de personas solas, con las cabezas hundidas en las pantallas de sus ordenadores, que teclean compulsivamente entre trago y trago de café. Lo opuesto al bullicio que se supone inherente a una cafetería.

«El comedor se nos llenaba de estudiantes que se pasaban horas aquí con el portátil pero no hablaban entre ellos, ese no era el modelo de negocio que buscábamos», reconoce María. Dejando a un lado que ocupar una mesa durante horas por el precio de un café vale, o dos no parece muy rentable, el sitio estaba comenzando a resultar aburrido para el resto de clientes. «Quienes venían a tomarse una caña empezaron a dejar de hacerlo».

Hace un par de meses, tomaron la decisión de eliminar la conexión a internet. Aún no se han decidido a colgar uno de esos carteles que comienzan a verse en algunos sitios con mensajes irónicos hacia los clientes: «No tenemos wifi, hablen entre ustedes, finjan que estamos en 1993». Creen que no hace falta ser tan explícito, aunque sí han incluido un símbolo como el que ilustra esta página en su menú.

Al darse cuenta de que ya no disponían de conexión gratis, quienes iban solo a trabajar sencillamente dejaron de ir. «Todavía hay algunos que se enfadan cuando se lo decimos, pero, en general, la gente está contenta y nosotros también. El ambiente del local ha cambiado... a mejor», asegura. Las conversaciones han devuelto también cierta animación a la caja. «Nuestras ventas subieron un 20% después de la desconexión», explicaba a la BBC el propietario de un garito en Vermont que hizo lo mismo.

Inhibidores de frecuencia

En Estados Unidos, donde el tiempo que pasa de media la gente frente a sus pantallas supera ya las diez horas diarias, hay locales que han ido más allá llegando a prohibir los portátiles. Los más radicales han instalado inhibidores de señal que dejan a los clientes sin conexión, incluso de la red móvil. Es lo que hizo el canadiense Café Faraday en principio, como un experimento puntual, y ha resultado un éxito. Pese a las reticencias iniciales, la clientela «lo agradece; en el fondo, están hartos de estar todo el día conectados», apunta su responsable.

Al fin y al cabo, trabajar es precisamente lo contrario al objetivo para el que nacieron los cafés, destinados a ser lugares de encuentro y conversación, espacios para desconectar. El sociólogo Ray Oldenburg hablaba de ellos como sitios «esenciales para nuestra salud mental, individual y como sociedad en su conjunto. Privados de esos lugares, la gente permanecerá solitaria dentro de la muchedumbre». Ya en 1989 escribía: «La consecuencia más predecible del avance tecnológico es que estaremos cada vez más aislados unos de otros». No le faltaba razón.

Pero tampoco es extraño que haya quien esté dispuesto a renunciar a las bondades de la tecnología para recuperar algunos de los mayores placeres de estar en compañía. En estos cafés en los que no existe internet, el silencio se ha roto. Pero, con el ruido, han regresado las risas, el flirteo, las largas conversaciones... En definitiva, la vida.

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