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Inmigrantes momentos antes de ser rescatados en alta mar cerca de la costa de Lampedusa (Italia).
«No puedo curar las heridas del alma»

«No puedo curar las heridas del alma»

El médico Pietro Bartolo es el encargado de atender a los inmigrantes cuando llegan a Lampedusa

Álvaro Soto

Domingo, 16 de abril 2017, 20:55

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Pietro Bartolo recuerda la Lampedusa de cuando él era un niño: una isla mediterránea de gente humilde, un territorio virgen sin turistas, unas playas extraordinarias, pesca en abundancia. «Por eso me duele tanto que un lugar maravilloso se haya convertido en un mar de muerte», se lamenta este médico, la primera persona a la que ven los inmigrantes que llegan a su isla. Desde hace 26 años, Bartolo trabaja en el Hospital Policlínico de Lampedusa. Su testimonio es la base de la película 'Fuego en el mar' ('Fuocoammare' en italiano), ganadora del Oso de Oro del Festival de Berlín en 2016 y del libro 'Lágrimas de sal', en el que colabora la periodista Lidia Tilotta y que acaba de publicar la editorial Debate en España.

«Cuando llegan, no piden nada. Lo único que dicen es 'gracias, gracias, gracias'. Nosotros los acogemos como lo que son, seres humanos, y queremos que se den cuenta de que lo son. Vienen de ser tratados como animales, han sufrido violencia, torturas, abusos, y quieren venir a Europa solo para vivir con dignidad», recuerda Bartolo.

Deshidratados, hambrientos, con las vejigas hinchadas por no haber orinado durante toda la travesía... Escuchar sus historias no deja indiferente a nadie con un mínimo de sensibilidad. «No puedo olvidar a una familia siria. El padre lloraba y lloraba. Me contó que su barca naufragó y que estuvieron a merced de las olas, luchando por no ahogarse. Su mujer y sus hijos se agarraban a él, pero ya no tenía fuerzas para aguantar. Si quería que alguien sobreviviera, tenía que soltar a uno de sus hijos. Lo hizo, y su hijo se alejó de él. Solo un minuto después, llegó el helicóptero enviado para rescatarles. Este hombre no dejaba de pensar que si hubiera aguantado un minuto más, solo un minuto, si no le hubiera soltado de la mano, su hijo no hubiera muerto y su familia estaría otra vez reunida. Me decía que no quería vivir más. Un médico puede curar las heridas del cuerpo, pero no las heridas del alma», se emociona Bartolo.

Octubre de 2013 pudo suponer un antes y un después en el drama de la inmigración en Lampedusa. El 3 de octubre murieron ahogadas 368 personas. Ocho días después, el 11, fallecieron más de 800. Fue entonces cuando Italia y Europa abrieron los ojos. El Gobierno italiano lanzó el 18 de octubre la 'operación Mare Nostrum' y un año después, la Unión Europea preparó la 'operación Tritón', con los buques de Frontex. ¿De qué sirvió aquello? «De poco o de nada. La sangría de muertos no solo no se ha detenido, sino que la situación ha empeorado. Las medidas que se tomaron hicieron que los traficantes cambiaran su forma de actuar, así que ya no utilizan barcos sólidos, sino embarcaciones de goma, de manera que las travesías se han vuelto incluso más peligrosas», sostiene Bartolo.

Sin embargo, pese a todo lo anterior, el médico lampedusano quiere seguir siendo optimista y para el medio y largo plazo plantea unas cuantas soluciones. «Se pueden hacer muchas cosas, pero hay que tener la voluntad y la dignidad de ver a los demás como seres humanos. Lo primero que habría que hacer es ayudarles en sus países, pero si no queremos, debemos dejarles en paz. Se escapan de su tierra porque nosotros les estamos robando el petróleo, los diamantes... África es el continente más rico, pero allí vive la gente más pobre. Nosotros somos ricos porque se lo hemos quitado todo. La responsabilidad es nuestra: o les ayudamos o les dejamos en paz», remacha.

Y una vez en Europa, «tenemos que aprovecharnos de esta gente. En nuestro continente no nacen niños, y ellos son jóvenes, quieren trabajar y están deseando ocupar los empleos que nosotros rechazamos. Podemos crecer juntos. Pero llevo un cuarto de siglo diciendo esto a los políticos y no me hacen caso. Pues si no me hacen caso a mí, que se lo hagan al papa Francisco, que dice exactamente lo mismo», culmina Bartolo, que pudo haber tenido una buena vida como médico en la península italiana y decidió comprometerse con su tierra en la labor más difícil.

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