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Soldados en un entrenamiento de la Brigada Paracaidista.
Hay tortas para entrar en el Ejército

Hay tortas para entrar en el Ejército

En España no ocurre lo mismo que en Suecia. Se acaban de convocar dos mil puestos de soldado profesional y habrá más de 30.000 aspirantes, entre ellos 200 licenciados universitarios. «Soy ingeniero, me quedé en el paro y aquí he encontrado una oportunidad», dice un militar

José antonio guerrero

Martes, 21 de marzo 2017, 00:20

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Luis se empleó a fondo para sacarse en seis años la carrera de ingeniero de caminos. Con su título de licenciado bajo el brazo se lanzó al mercado laboral con más certezas que dudas: aquel otoño de 2011 la crisis golpeaba como nunca, pero un ingeniero siempre es un ingeniero y siempre se ha dicho que a estos se los rifaban. A él le tocó un trabajo en prácticas en una constructora de su Almería natal. Su futuro laboral no pintaba mal. Ganaba 1.500 euros brutos y no le faltaba dinero en el bolsillo para invitar a unas rondas. «Pero aquello era un contrato de obra, así que cuando terminó la obra se terminó el contrato y me quedé en el paro». Tenía 26 años. Volvió a repartir currículums, a visitar empresas, a ojear todos los días los anuncios por palabras en busca de algo relacionado con lo suyo, «pero todo estaba muy mal».

«Se quejan de los test verbales; leen y escriben poco»

  • las pruebas

  • Con la convocatoria en el BOE de las dos mil plazas de soldado, las academias que preparan a los aspirantes empezarán a notar un aumento de las matriculaciones. Las pruebas no son sencillas las hay numéricas, de razonamiento abstracto y mecánico, de percepción especial, de memoria... pero son los test verbales los que más quebraderos de cabeza dan a los futuros soldados. «Se nota que están poco acostumbrados a leer y escribir», cuenta José Luis Grande, profesor de la academia Proa, en Zaragoza. Al margen de los centros civiles, están las academias militares, donde se imparte la enseñanza oficial (pueden simultanearla con estudios civiles) y a los cinco años se sale como teniente y el grado de ingeniería. Están en Zaragoza (Tierra), San Javier, Murcia (Aire) y Pontevedra (Escuela Naval).

Recuerda que coincidió con muchos arquitectos, ingenieros y aparejadores que, como él, buscaban activamente un empleo. Nada. La construcción estaba arrasada y la obra pública no existía. «Y lo que es la vida, un día vino a verme un amigo que también estaba en paro y me comentó la posibilidad de buscar nuestra oportunidad en el Ejército. Me dijo que él lo iba a intentar. Me quedé con esa idea, así que me informé de los requisitos, miré si mis estudios podían encajar y me animé a intentarlo. Era una opción mejor que la de seguir en paro».

Aunque tardía, la vocación castrense no tardó en prender en el joven ingeniero, que se agenció los temas de las pruebas de ingreso, preparó los test (incluido uno verbal de definiciones de palabras y sinónimos) y esperó impaciente a la convocatoria. Sacó una de las puntuaciones más altas entre los casi 42.000 aspirantes que aquel año buscaban hacerse con una de las 3.450 plazas para militares profesionales de tropa y marinería, que es como se denomina oficialmente a lo que antes se conocía como soldado raso.

Luis lleva un par de años destinado en tareas administrativas en una unidad del Ejército del Aire y se le nota a gusto. «Es muy diferente a lo que quizá la gente piensa. Hay muy buen ambiente entre los compañeros y los mandos nos tratan como personas. Creo que hay una visión bastante tergiversada de lo que es esto. Tal vez porque una noticia negativa empaña diez positivas. No es justo, y te lo dice alguien que nunca hasta ahora pensó en ser soldado profesional».

Tanto le ha enganchado el uniforme que el ingeniero ya prepara las oposiciones internas para promocionar en la escala de oficiales, un puente laboral que le permitiría pasar en un par de años de soldado a teniente, lo que supone también un importante aumento de sueldo: de sus actuales 1.150 euros brutos mensuales al doble de esa cantidad. Esa nómina puede, además, verse incrementada con complementos de peligrosidad y destino (si es enviado a misiones especiales) o de insularidad (si desarrolla su trabajo en las islas Canarias, por ejemplo).

Luis ya está dentro de las Fuerzas Armadas y respira tranquilo. Si su progresión no se tuerce, se jubilará en el Ejército. Al igual que sucedió cuando él se presentó a las pruebas, este año volverá a haber muchos más aspirantes que plazas. Todo lo contrario que en Suecia, donde acaban de anunciar que, a partir de 2018, recuperarán el servicio militar obligatorio, la vieja mili que en España desapareció completamente hace tres lustros.

El de Suecia no es, desde luego, nuestro caso. Aquí a lo largo de este año saldrán al menos tres mil plazas, de las que dos mil se acaban de convocar, la mayoría para el Ejército de Tierra (1.500), y el resto para la Armada (270) y el Ejército del Aire (230). A ellas podrán acceder jóvenes de ambos sexos de 18 a 29 años, con el título de la ESO, sin antecedentes penales, sin tatuajes contrarios a los valores constitucionales y sin argollas, inserciones, automutilaciones «que pudieran ser visibles vistiendo las diferentes modalidades de los uniformes de las Fuerzas Armadas», tal y como reza uno de los requisitos.

A tenor de los datos que manejan en el Ministerio de Defensa, se presentarán unas 17 personas por plaza. Así lo estima el teniente coronel José Francisco Navarro, un veterano militar que dirige el área de procesos selectivos de la Dirección General de Reclutamiento y Enseñanza Militar. «Llevamos tres ejercicios consecutivos (los de 2014, 2015 y 2016) sacando entre tres mil y cuatro mil plazas y este año, en el primer ciclo, sacamos dos mil», explica Navarro. En cada uno de los tres ejercicios, el número de aspirantes superó ampliamente los 40.000. Ya los querrían los generales suecos.

Difícil para los ni-nis

En España, en los lejanos tiempos de la bonanza económica, y con el ejército profesional plenamente desplegado, hubo años de serias dificultades para cubrir los puestos de tropa y marinería ofertados. En 2004, apenas un solicitante por plaza (41.466 aspirantes para 34.751 puestos), y eso que poco antes se había eliminado el requisito de tener como mínimo el graduado escolar. Incluso se llegó a rebajar el cociente intelectual de 90 a 70, lo que se considera la frontera de la normalidad. Una legión de psicólogos contestó aquella decisión.

Hoy en el Ejército los ni-nis lo tienen difícil. Para ingresar en sus filas es necesario acreditar un mínimo nivel académico (el título de Secundaria o equivalente), que se ha superado con creces en las últimas convocatorias. De hecho, uno de cada tres aspirantes ha finalizado sus estudios universitarios o los está cursando. Concretamente, en la de 2016 consiguieron su plaza de soldado 210 licenciados o graduados universitarios (seis añaden, además, a su currículum un doctorado o un máster) y 306 diplomados. Otros 1.658 han completado sus estudios de acceso a la universidad o a un grado de ciclo superior; el resto cuenta con la titulación de la ESO. Por cierto, solo entraron dos extranjeros (un colombiano y un uruguayo), a diferencia de lo que sucedía en la pasada década, cuando los jóvenes latinoamericanos cubrieron las bajas españolas.

Así las cosas, el perfil de los que se convirtieron en soldados el año pasado es, según describe el teniente coronel Navaro, el de varón (las mujeres apenas representan el 8%), español, de entre 23 y 24 años y con la titulación académica para poder ir a la universidad o con el título de técnico de grado superior.

En la academia Proa, de Zaragoza, una de las muchas que preparan a los futuros soldados (también a suboficiales, oficiales y guardias civiles,) corroboran el creciente nivel académico de la tropa. «Por aquí tenemos a licenciados en Geografía, Filología, Periodismo, arquitectos, ingenieros jóvenes que, ante la falta de oportunidades laborales en sus campos, quieren buscarla en las Fuerzas Armadas», detalla José Luis Grande, profesor y copropietario del centro.

Precisamente Luis, el soldado que cambió su título en Caminos por el uniforme, se ha matriculado en una academia para preparar los exámenes con los que quiere promocionar en la escala de oficiales. Su horario laboral, de ocho a tres, le deja tiempo para estudiar. «Hombre, somos soldados y tenemos una especial disponibilidad para lo que nos pidan». Soltero y sin hijos, puede centrarse en ello al cien por cien. Ya lo hizo para sacarse una carrera compleja como la de ingeniero con asignaturas hueso como mecánica de fluidos, cálculo de estructuras, diferenciales...

En su actual trabajo no se aburre. Unos días le toca el papeleo de la oficina, pero va rotando y otros son de prácticas de tiro con fusil y pistola, manejo de armas o maniobras en campo abierto, seguro que con menos frío que en Suecia. En su unidad la mayoría son licenciados universitarios. Vive fuera del cuartel y comparte un piso de alquiler con dos compañeros. Suele almorzar en los comedores militares, donde el menú de tres platos cuesta 3,5 euros «y no está nada mal». Con su mes pagado de vacaciones, sus fines de semana libres, las dos extras en Navidad y verano, las ocho horas al día Luis aún duda en la última pregunta:

¿Y si mañana te llama una empresa para trabajar de ingeniero?

Uff no creo que dejara esto. Tendrían que ser unas condiciones muy buenas y aún así no sé. Aquí estoy feliz.

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