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Cárcel de Esserhem, una de las prisiones reformadas por el Gobierno holandés.
Holanda ‘necesita’ delincuentes

Holanda ‘necesita’ delincuentes

El descenso de reclusos ha dejado vacías las cárceles holandesas. El Gobierno las alquila a Bélgica y Noruega para evitar el despido de un millar de funcionarios

Susana Zamora

Lunes, 27 de febrero 2017, 00:10

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Si las cárceles holandesas fueran una empresa privada irían camino de la bancarrota. Sus ingresos no han dejado de mermar y a muchas no les ha quedado otra que echar el cerrojo. Su población reclusa ha pasado en una década de 14.468 a 8.500 inquilinos en un país que roza ya los 17 millones de habitantes. Cuando muchos sistemas penitenciarios en el mundo tienen que lidiar con el hacinamiento, los Países Bajos presumen de tener más guardias que presos. Esta disminución, que va unida a una caída en los índices de criminalidad, ha obligado al Gobierno holandés a cerrar en los últimos tres años 22 cárceles (una más lo hará en este 2017) y a colgar el cartel de se alquila en sus más de 2.000 celdas disponibles para evitar que un millar de funcionarios pierdan su empleo.

Hoteles y hogar para refugiados

  • El regreso de los prisioneros belgas a su país ha vuelto a dejar huérfana la cárcel holandesa de Willen II. Por eso, el Gobierno de La Haya ha buscado soluciones alternativas para este edificio y otras prisiones que siguen vacías. Las celdas de una docena de ellas se han convertido en hogares temporales para miles de familias provenientes de países en conflicto, como Irak o Siria. En otros casos, la transformación ha sido total, como en la prisión Het Arresthuis, de Roermond. Tras más de siglo y medio como una de las cárceles más temidas, en 2010 volvió a abrir sus puertas convertida en un lujoso hotel de 40 habitaciones a 200 euros la noche. Y funciona muy bien.

La medida, que busca una reinvención del modelo penitenciario para hacerlo viable, ha encontrado una rápida respuesta en países del entorno. Bélgica, con los índices de criminalidad más altos de Europa (96,8 infracciones penales por cada 1.000 habitantes), solo después de Suecia, con 147,9 delitos, ha sido uno de los primeros en llamar a la puerta. En 2010, las autoridades belgas llegaron a un acuerdo con los Países Bajos para alquilarles, a razón de 42 millones de euros anuales, una cárcel entera que diera cabida al excedente de reclusos que tenía en ese momento: 11.762 presos para sus insuficientes 9.592 plazas. Siete años más tarde, esta prisión de Willem II, en Tilburg, sirve de hogar a refugiados, ya que los últimos prisioneros belgas regresaron a su país el año pasado al no necesitarlas por más tiempo.

Noruega ha seguido el ejemplo de Bélgica ante el colapso cada vez mayor que sufren sus 42 centros. Desde finales de 2015, un total de 242 reos cumplen condena en la prisión de Norgerhaven, en el norte de Holanda, a cambio de un alquiler anual de 25 millones de euros. Muchos pidieron voluntariamente el traslado y, en la actualidad, esta cárcel se ha hecho tan popular entre la población reclusa que hay lista de espera para ser trasladados. ¿Motivos? Más tiempo para estar al aire libre, para caminar sin compañía y para desplazarse a la biblioteca, al comedor o a la enfermería a través de patios del tamaño de cuatro canchas de fútbol, rodeados de frondosos robles, mesas de pícnic y redes para jugar al voleibol. «El aire fresco reduce los niveles de estrés de los reclusos y de los funcionarios», aseguran desde esta cárcel.

Además, para compensar las escasas visitas que reciben de sus familiares, se les otorga más minutos para hablar por teléfono y la posibilidad de contactar con ellos mediante Skype. Los presos con condenas muy largas puede cultivar su propio huerto e, incluso, cuidar animales, porque el objetivo, afirman, es que la vida entre rejas se aproxime lo más posible a la de fuera para que la reinserción sea real.

Es la filosofía que imprime el gobernador de Norgerhaven, que es noruego y aplica las directrices del sistema penitenciario de su país. Pero lo hace en Holanda, con trabajadores holandeses que han tenido que aprender las normas penitenciarias de Noruega, realizar una inmersión cultural y recibir clases de inglés, que es el idioma oficial de la cárcel.

También hay quienes no reconocen los beneficios. En declaraciones a Efe, la investigadora del Centro de Estudios de Criminología y Seguridad holandés, Anja Dirkzwager, cree que el acuerdo resulta caro para el sistema penitenciario noruego y atenta contra ciertos derechos de los presos, como el uso del idioma y las visitas de sus familiares, que son más complicadas a cientos de kilómetros de distancia.

Un plan para cuatro años

Actualmente, Holanda se encuentra inmersa en el desarrollo del plan plurianual 2014-18 para el cierre progresivo de algunas de sus prisiones por ser demasiado pequeñas o no reunir los estándares de calidad que el Gobierno exige. «A cambio, hemos construido una nueva y moderna en la ciudad de Zaanstad», confirma a este periódico un portavoz del Ministerio de Justicia holandés. El fin de la reforma es ir reduciendo paulatinamente la capacidad de sus cárceles al mismo tiempo que baja la tasa de criminalidad (68,1 infracciones penales por cada mil habitantes). Pero si en Holanda se cometen pocos delitos, en España aún menos, tan solo 43,2 por cada mil habitantes. ¿Cuál es el secreto entonces para que las cárceles holandesas se queden vacías y las nuestras tengan el doble de presos?

La respuesta está en el propio sistema penitenciario. Un informe reciente de la Red de Organizaciones Sociales del Entorno Penitenciario español (Rosep) pone sobre la pista: «España no es un país inseguro, pero las reformas del Código Penal desde 1995 han aumentado la duración de las penas», recoge el estudio.

Frente a esta posición, Holanda sostiene la despoblación de sus cárceles sobre dos pilares: el uso de más alternativas, con períodos de servicio a la comunidad, multas o el marcado electrónico de los que violan la ley, y sentencias de prisión más cortas. «A veces, es mejor que las personas permanezcan en sus puestos de trabajo, se queden con sus familias y paguen el castigo de otra manera», confesó a la BBC la directora del Servicio de Prisiones de los Países Bajos, Angeline Van Dijk.

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