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Una lancha ecologista trata de impedir el arponeamiento de un cetáceo por un ballenero japonés.
Golpes de mar

Golpes de mar

El ‘Rainbow Warrior’ es el buque insignia de la flota de Greenpeace, que desde hace tres décadas se enfrenta a las amenazas al medio marino. Un libro rescata sus misiones más legendarias

Susana Zamora

Miércoles, 7 de diciembre 2016, 00:00

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El tamaño de aquel ojo impactó en su alma como el sanguinario arpón que segundos después acabaría con aquel ser majestuoso. Solo hizo falta un disparo, solo uno, pero tan certero y cruel como la campaña que promovía la matanza indiscriminada de ballenas allá por el año 2004. Cuatro agotadoras horas tras ella, junto a ella... por ella. Las fuerzas empezaban a fallar, pero la causa no dejaba ni espacio ni tiempo al desaliento. Salvar a aquel ejemplar era el motor del African Queen, una vulnerable lancha neumática del Arctic Sunrise de Greenpeace, que en la gélidas aguas de la Antártida se interponía a modo de escudo entre el imponente cetáceo y sus cazadores.

Pero mientras otro bote, el Orca, intentaba cegar al ballenero japonés Yushin Maru II lanzando al cielo chorros de agua para restarle visibilidad, los que dejaron de ver fueron ellos. El cetáceo había desaparecido de su vista entre las ariscas olas y el pulso se les paró por unos instantes. Fueron solo unos segundos en la inmensidad de un mar oscuro y profundo, pero resultaron interminables hasta que, a proa y por estribor, resurgió sublime de un salto, mostrando entero su colosal cuerpo. La estampa dejó a Maite Mompó petrificada. «Saltó tan cerca que sentí clavados sus ojos en mi rostro de sorpresa e incredulidad. Y en ese momento de ensoñación, tan mágico como efímero, vi por el rabillo del ojo cómo pasaba algo sobre mí. A continuación, un estruendo seco y mortífero me devolvió a la realidad». «Recé para que estuviera muerto; no quería imaginar la terrible agonía del animal tras detonar la granada en su cuerpo». Y así fue, la ballena murió, pero aún quedaba zafarse de los atacantes. «Al arrastrarla hacia el ballenero, quedamos enganchados y la lancha giró como una peonza. Tiraron de golpe y un compañero quedó suspendido en el aire. Cayó a un mar teñido de rojo, pero pudimos recuperarlo y alejarnos mientras los japoneses disfrutaban de su presa».

Esta experiencia, la más «traumática» y «trágica» vivida por esta activista de Greenpeace, forma parte de la historia reciente de esta organización ecologista y de uno de sus buques insignias, ahora recogida en el libro Rainbow Warriors. Historias legendarias de los barcos de Greenpeace. A sus 49 años, Mompó ha dejado el mar, pero no el movimiento ecologista, con el que se casó muy joven, dándolo a conocer por España. Era solo una niña de 11 años cuando tuvo claro lo que quería y a qué dedicaría el resto de su vida: las imágenes de aquel telediario informando de las campañas balleneras la dejaron impresionada. Pocos años después, en 1987, se enroló en Greenpeace y pronto empezaría a participar en acciones, primero como voluntaria y más tarde como profesional.Allí ha vivido algunos de los desastres ecológicos más dramáticos de los últimos tiempos, como el vertido de fuel en Galicia por el Prestige y el accidente nuclear en Fukushima tras el terremoto y posterior tsunami en Japón oriental.

La campaña contra la caza de ballenas en la Antártida fue uno de las experiencias más «duras» para Mompó. Para ser un chica de tierra adentro (nació en Albacete), tuvo que curtirse en peligrosas misiones, pero también en navegaciones extremas. «En la Antártida se juntan los tres océanos y los vientos y la mar son inhóspitos: a los 40º de latitud Sur los llamamos los rugientes y a los 50º, los aullantes. La puñetera lavadora así denominaban al Arctic Sunrise tampoco ayudaba mucho a mantener la calma;una madrugada todos salimos despedidos de nuestras literas por un golpe de mar», recuerda.

Licenciada en Derecho, ejerció como profesora de inglés y hasta trabajó en una empresa de parques eólicos, pero la llamada del océano fue mucho más fuerte. Las idas y venidas desde muy niña con su padre al puerto de Denia, donde tenía un pequeño barco, la marcarían para siempre, forjando un vínculo indestructible con el mar.

En el punto de mira

Del rompehielos Arctic Sunrise saltaría al Rainbow Warrior II, el mítico velero de tres mástiles que continuó la misión del primer guerrero del arcoiris después de que éste fuera hundido por el servicio secreto francés en el puerto neozelandés de Auckland. Un activista falleció en aquel atentado, pergeñado en las cloacas del Estado galo para evitar que el buque ecologista documentara las pruebas nucleares que llevaba a cabo en el atolón de Mururoa.

Al primer Rainbow Warrior lo bautizó la cofundadora de Greenpeace en Reino Unido, Susi Newborn, a partir de un libro de profecías del que tomó también la imagen de la paloma y el arco iris. Pero su símbolo de paz no siempre ha sido bien entendido. Greenpeace ha sido una chinita en los zapatos de gobernantes, empresarios y pescadores sin conciencia medioambiental. En ocasiones, los enfrentamientos han derivado en algo más que palabras.

Así ocurrió en 2004 a bordo del buque Esperanza cuando recaló en Vigo para oponerse a la pesca de arrastre que armadores gallegos realizaban en un caladero entre Irlanda e Islandia y lograr una moratoria para todo el planeta. «¿Niña, ¿cuánto te pagan?», escuchó Mompó que le gritaba alguien desde el muelle. «Nada», respondió ella. «Pues te están engañando», le espetó el pescador. Otros, mientras tanto, increpaban a sus compañeros «¿Dónde estabais cuando el Prestige?», ignorantes de la campaña llevada a cabo por la organización tras el mayor accidente medioambiental de España. La pregunta indignó a Mompó, que había participado en las acciones que Greenpeace desarrolló en Galicia para desmentir a las autoridades y demostrar que el alcance del vertido no era solo superficial. En el enfrentamiento con los pescadores de arrastre, estos llegaron a abordar al Esperanza y quemar su bandera multicolor.

Más miedo sintió Mompó al ser detenida en 2010 en Haifa, a donde llegó a bordo del Rainbow Warrior II. La operación para impedir junto a otros siete activistas que el carguero Augusta siguiera descargando carbón para una central israelí le costó un día de arresto. «Accedimos al muelle y desplegamos una gran pancarta con el lema El carbón mata», relata Mompó. Hubo registros, interrogatorios y entradas y salidas a distintas celdas hasta que el juez la dejó marchar tras pagar una fianza y comprometerse a abandonar el país en 24 horas.

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