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Las farmaceúticas alemanas fabricaron 35 millones de pastillas de 'Pervitin' para las tropas nazis. :: R. C.
Nazis metanfetamínicos

Nazis metanfetamínicos

Norman Ohler detalla la administración masiva de drogas entre las tropas del III Reich y la población alemana

MIGUEL LORENCI

Lunes, 24 de octubre 2016, 00:59

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Madrid. Theodor Morell, médico de Adolf Hitler, le administraba 74 estimulantes distintos para mantenerlo activo. Goering se chutaba morfina y esnifaba éter. Rommel, el zorro del desierto, diseña sus campañas atiborrado de anfetas. Las drogas fueran uno de los pilares del poderío militar del III Reich. La metanfetamina corrió por la sangre de los solados alemanes desde la invasión de Polonia al cerco de Stalingrado, la defensa de Normadía o la caída de Berlín. Se administraba a escala masiva en todos los frentes donde combatían unos militares nazis híperestimulados y metanfetamínicos. Tanto como los civiles.

A investigar el alcance de este aquelarre químico en el III Reich ha dedicado cinco años el historiador Norman Ohler (Zweibrücken, 1970). El resultado es 'El gran delirio' (Crítica), un ensayo alabado por muchos de sus colegas que llega ahora a los lectores españoles. El uso de drogas para envalentonar a las tropas y vencer el agotamiento es tan viejo como la humanidad. Pero de las hierbas y pócimas que se administraban mongoles, tracios, griegos o las legiones de Roma a las pastillas suministradas a los combatientes de Las Ardenas, Corea o Vietnam media un abismo químico.

Lo realmente novedoso, cuenta Ohler, es la dimensión que la distribución de drogas alcanzó entre las tropas y la ciudadanía alemanas durante la II Guerra Mundial. Algo que convierte al ejército nazi en la avanzadilla del uso masivo de estimulantes sintéticos. Revela Ohler como la Wehrmacht reclamó a la industria farmacéutica nazi la friolera de 35 millones de pastillas y como con esas píldoras cambiaron para siempre su forma de batallar.

La farmacopea nazi fue variada y abundante, pero Ohler destaca entre todas las drogas de las que ha tenido noticia el 'Pervitin', un tipo de metanfetamina similar al 'cristal', suministrada a espuertas a las tropas alemanas. Una sustancia «especialmente pérfida, potente y adictiva» que sería decisiva en la 'blitzkrieg', la guerra relámpago que Ohler no duda en definir como «un colocón» con sus consecuentes «subidones y bajones».

El fulgurante movimiento de las tropas alemanas y sus divisiones acorazadas tenía su 'gasolina química' en las toneladas de 'Pervitin' que provocaba brutales «tormentas químicas» en el organismo de unos soldados trasmutados en seres temerarios e híperactivos.

«Todos frescos y despabilados. Máxima disciplina. Leve euforia y gran dinamismo. Ánimos levantados, mucha excitación. Visión doble y cromática tras la toma de la cuarta pastilla», se lee en un informe oficial de la Wehrmacht que el historiador ha manejado sobre el efecto de las sustancia euforizantes sobre la tropa.

Detalla Ohler la fabricación el consumo y la distribución de estas drogas de guerra con infinitud de testimonios. Cuenta como muchos motoristas ejercían de camellos uniformados y recorrían el frente con cargamentos de pastillas que libraban a los soldados del pánico, el hambre y el agotamiento. «Una pastilla de 'Pervitin' al día y dos por la noche» era la dosis recomendada en un texto autógrafo del comandante en jefe Von Brauchitsch.

Para sus consumidores era la 'pervitina' o la 'pastilla Stuka', ya que era la que se administraba también a los pilotos y efectivos de la fuerza aérea, la 'Lutwaffe', para sus razias aéreas. La 'pervitina' corría también entre las tripulaciones de navíos y submarinos, pero donde más demanda tuvo fue entre los aviadores. «Me siento extasiado, como si volara por encima de mi avión», confesó uno de estos pilotos metanfetamínicos. También era de uso común ya que «la mentalidad del dopaje alcanzó todos los rincones del país». «Se llegó a vender bombones aderezados con metanfetamina», destaca Ohler.

Al otro lado de las líneas alemanas también había consumo bélico-militar de drogas, pero menos potentes. La 'bencedrina', mucho mas suave con menos efectos secundarios, era el aliado químico de los británicos. En tono jocoso explica Ohler como «los franceses recurrían al vino tinto y los rusos al vodka». Dedica una parte del libro a Hitler y al «policonsumo desbordante» del genocida, el «Paciente A» de Theodor Morell en la Guarida del Lobo, su bunker en Berlín. Un Führer abstemio y vegetariano pero contumaz consumidor de 'Prostakrinum', un producto fabricado a base de testículos y próstatas de ternero, ademas de cocaína y opiáceos como 'Eukodal' y 'Luminal'.

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