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Dos pasajeros descienden por la tirolina sobrevolando las aguas del pantano de Búbal, en el aragonés Valle de Tena.
Colgados del Pirineo

Colgados del Pirineo

La tirolina más larga de Europa convierte la pequeña aldea oscense de Hoz de Jaca en una de las referencias del turismo de montaña español

borja olaizola

Jueves, 13 de octubre 2016, 00:24

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Algunos gritan, otros cierran los ojos y los más se aferran con sus manos a la barra del trapecio como si fuese lo último que van a hacer en la vida. La plataforma desde la que parte la tirolina más larga de Europa es un buen sitio para contemplar cómo se comporta el ser humano en pleno subidón de adrenalina. La perspectiva de lanzarse al vacío sobrevolando uno de los parajes más espectaculares del Pirineo sin otro soporte que un cable es suficiente para que los pasajeros sientan cómo se multiplican sus alertas y se disparan todos sus indicadores vitales.

La tirolina de Hoz de Jaca se ha convertido en una de las principales atracciones turísticas del Pirineo aragonés. Desde su puesta en marcha el pasado 12 de julio ha revolucionado la pequeña población en la que está ubicada. «Sabíamos que iba a funcionar, pero no hasta el punto en que lo está haciendo», sonríe José Luis Salicio, uno de los principales promotores de la instalación. Han trabajado a pleno rendimiento con una media de 300 clientes diarios y listas de espera de varios días. La novedad y la ausencia de competencia directa explican su tirón. «Es un proyecto que empezamos a estudiar seis años atrás y que se inspira en instalaciones que habíamos visto en Estados Unidos, donde son muy populares».

Otra de las razones del éxito es que es apta para todos los públicos. Sus responsables destacan el alto porcentaje de personas de edad que han asumido el desafío de completar el recorrido. «Hemos tenido hasta un señor de 92 años que estaba emocionado como un niño», explica Salicio, que se declara gratamente sorprendido por la cantidad de mujeres de entre 70 y 80 años que han dado el paso. «Son personas sin más experiencia que haberse montado en alguna atracción de Por Aventura, pero que no cierran las puertas a nuevas sensaciones». La «impresión de seguridad» que se experimenta en el trayecto y el boca a boca hacen todo lo demás.

La tirolina de Hoz de Jaca tiene 980 metros de longitud y desciende desde el pueblo del mismo nombre hasta el embalse de Búbal, que está a sus pies. Se baja de una cota de 1.272 metros a otra de 1.085 en algo menos de un minuto. El viaje cuesta 15 euros y en verano es necesario reservar hora por teléfono dada la gran afluencia de público. Es una tirolina doble: la posibilidad de disfrutar del trayecto en compañía anima a dar el salto a muchos que probablemente se quedarían en tierra si tuviesen que bajar solos.

En España no hay muchas atracciones parecidas: en Huelva funciona una tirolina que salta de España (Sanlúcar del Guadiana) a Portugal (Alcoutim) a través del Guadiana y en Toledo se puede cruzar el Tajo a la altura del puente de San Martín. Ambas tienen recorridos de menor longitud y están en entornos que no pueden competir en espectacularidad con la belleza salvaje de las montañas y los valles de los Pirineos.

Tejados de pizarra

La tirolina de Hoz de Jaca ha marcado un antes y un después en la pacífica aldea pirenaica, que hasta ahora había vivido recluida en sí misma gracias a su privilegiada ubicación. Situada en un alto desde el que se tiene una completa panorámica del Valle de Tena, conocido por acoger las estaciones de esquí de Formigal y Panticosa, Hoz de Jaca tiene un coqueto casco urbano en el que abundan las casas de piedra dotadas de tejados de pizarra con gran inclinación para impedir la acumulación de nieve. Hasta ahora solo conocía cierto bullicio durante las fiestas, que se celebran en agosto, y también el día en que la Quebrantahuesos, la popular prueba cicloturista, atraviesa el pueblo.

«Lo de este verano ha sido espectacular», reconoce la alcaldesa de Hoz, Esperanza López. En la localidad viven unas 70 personas, aunque en verano la cifra crece hasta las 300 porque hay unas cuantas segundas residencias. La afluencia de forasteros atraídos por el señuelo de la tirolina ha colapsado sus calles. «Hemos tenido que poner señales de tráfico porque hasta ahora no las habíamos necesitado», indica la mandataria municipal, satisfecha de que el desafío sea «gestionar la llegada de nuevos visitantes» en vez de asistir a la lenta decadencia de una población con una media de edad muy elevada y escasas perspectivas de futuro.

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