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El ‘Lignum Crucis’ de Santo Toribio, en Liébana, es el trozo de la cruz más grande que se conserva en todo el mundo.
Lo que queda de la cruz

Lo que queda de la cruz

España atesora una veintena de ‘Lignum Crucis’, un sudario con la sangre de Cristo, un par de paños de la Verónica... y hasta sesenta espinas de la corona

julia fernández

Sábado, 26 de marzo 2016, 00:04

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En Caspe, los tambores y las cornetas rompen el silencio de la noche. El pueblo, de unos 10.000 habitantes, que baña sus pies en el Mar de Aragón, se vuelca con su Semana Santa, fiesta de interés turístico en la comunidad. Cientos de fieles se dan cita en las estrechas calles del centro para ver las procesiones. Los cofrades, ocultos bajo los capirotes, dejan a su paso carne de gallina y alguna que otra lágrima. Hoy recuerdan el descendimiento de Cristo de la cruz. Pero su día grande es mañana, con el Santo Entierro y el paseo de la Vera Cruz.

En un delicado relicario gótico, hecho en oro y plata en el siglo XVIII, este pueblo custodia un auténtico tesoro para los cristianos: un trozo de la cruz en la que murió Jesús. Mide 19,5 centímetros de alto por 14,5 de ancho y se puede visitar cualquier día en la Colegiata Santa María La Mayor desde hace poco. Durante 75 años estuvo guardado en la caja fuerte de un banco a la espera de que el templo rehabilitase la capilla. Este Lignum Crucis es solo uno de la veintena larga que hay en España, aunque por tamaño es el segundo del país, solo superado por del Monasterio de Santo Toribio de Liébana, en Cantabria. La pieza que duerme a los pies de los Picos de Europa, de 63,5 centímetros de largo por 39,3 de ancho, formó parte del travesaño en el que clavaron el brazo izquierdo de Cristo, según el benedictino Padre Sandoval. Y acabó en la recóndita comarca cántabra en el siglo VIII, cuando llegó con los restos del que fuera obispo de Astorga. Dicen que Toribio se trajo este trozo de la cruz tras un viaje a Jerusalén como premio por los servicios prestados al patriarca Juvenal.

Las reliquias de Cristo, y en concreto las que rodearon su muerte y resurrección, cotizan alto en la Bolsa del turismo. A nadie se le escapa que contar con una de ellas supone un interesante foco de atracción de visitantes. Ni ahora, ni hace diecisiete siglos, coinciden el catedrático Antonio Piñero, experto en Cristianismo primitivo, y el historiador del arte José Miguel Ortega del Río. La mayoría de estos supuestos vestigios del Calvario tienen su origen en un viaje que Elena, la madre del emperador Constantino, hizo hacia el año 326 a Tierra Santa, una vez que se legalizó el cristianismo en el Imperio Romano con el Edicto de Milán. Durante aquel peregrinaje, la mujer ordenó derruir un templo en la zona del Gólgota, donde tuvo lugar la crucifixión, y se encontraron numerosos objetos, entre ellos, varias cruces, una con la inscripción INRI, y unos enormes clavos. Al parecer, quiso llevarse todo eso a Europa, pero el obispo de Jerusalén insistió en que dejara algo, «se sospecha que ya vio cierto negocio en ello. Acababa de empezar el turismo religioso», relata Piñero.

De Galicia a la Alhambra

A lo largo de los años, los sitios que creen poseer alguno de estos vestigios se han esmerado en contarlo a los cuatro vientos. «El negocio existe desde los primeros años, pero no solo por razones económicas, también por colocar ese lugar en el mapa de la Cristiandad», apunta Ortega. El ejemplo más claro es Liébana. Santo Toribio, gracias a su Lignum Crucis, es uno de los cuatro lugares santos para esta religión a los que se peregrina. Desde 1512, ha habido 72 jubileos. El próximo será el año que viene. El Gobierno regional prevé ingresar diez millones de euros en patrocinios y calcula que recibirá dos millones de visitas. Los hosteleros de Potes, la localidad más cercana al templo, se preparan para el boom.

Tanto interés por las reliquias ha dado lugar a situaciones curiosas, como la de la cruz. En España, hay repartidas astillas de mayor o menor medida por Banyoles, Vilabertrán, Caravaca, León, Málaga, Sevilla, Jaén, Valladolid, Salamanca, Cáceres... La última en conocerse certificada por el Vaticano se puede visitar desde el sábado en la Alhambra de Granada y fue donada por una familia gallega. Calvino decía que con todos los trozos que se reivindican habría para llenar un barco. Aunque en realidad, según los cálculos hechos en el siglo XIX por Charles Rohault de Fleury (y refrendados ya en nuestro siglo por Michael Hesemann), la cruz original tendría un volumen de 36.000 centímetros cúbicos y los trozos de más de un centímetro documentados apenas llegarían a los 4.000, ni el 10%.

Pese a esto, la idea de Calvino no era tan descabellada. A Cristo lo clavaron en la cruz con tres o cuatro clavos (dependiendo de si tenía los pies cruzados o no), pero hay siete lugares (Monza, Milán, val dElsa, París, Austria, Tréveris y Bamberg) que aseguran tener uno. Y luego está lo de la corona de espinas. Más allá de si hay una o varias, lo llamativo es el destino de sus espinas. Las ramas, guardadas en una estructura circular de cristal, se encuentran en la Sainte Chapelle de París. Allí, fueron depositadas por Luis IX tras comprárselas a Balduino II, último emperador latino de Constantinopla. Sin embargo, se trata de una corona sin pinchos. Estos están repartidos por todo el mundo y suman unos 700. En nuestro país, se conservan 60, una de ellas en el Monasterio de la Santa Espina de Valladolid. Cuentan que fue entregada por el rey francés Luis VII a doña Sancha de Castilla en 1147.

El tráfico de reliquias es una posible explicación de su abundancia. «Ha existido siempre, pero en la Edad Media fue especialmente intenso», explica Ortega, uno de los dos investigadores encargados de documentar si el cáliz de doña Urraca, guardado en la Colegiata de San Isidoro de León, es el de la Última Cena. «Lo que hemos demostrado tras cuatro años de estudio es que es el mismo que en el año 400 se tenía como tal. Antes, no tenemos ni idea de qué pasó con él», subraya. No hay documentos fiables previos al siglo IV. En Valencia se custodia otro grial de calcedonia, «también romano», que las instituciones valencianas dan por bueno con apoyo de la jerarquía eclesiástica: fue usado por Juan Pablo II y Benedicto XVI en misas multitudinarias.

El Pañolón de Oviedo

La sábana santa de Turín es, probablemente, el recuerdo de la Pasión más conocido y, también, el más polémico. Esta tela, de 4,42 metros de ancho por 1,13 de largo, era «una reliquia» para Juan Pablo II, aunque su sucesor, Benedicto XVI, la tomó como un «icono». A día de hoy, no hay consenso sobre su verosimilitud. Más cerca tenemos el Pañolón de Oviedo, guardado en la Cámara Santa de la catedral de esta ciudad asturiana. Solo se muestra en público tres días (uno de ellos es mañana). Se supone que cubrió la cabeza de Jesús tras su muerte.

«El tema de las reliquias hay que mirarlo con cierto escepticismo», confirma Piñero. ¿La razón? Cuando Cristo fue crucificado, el número de cristianos era reducido «a la muerte de Pablo no había más de 3.000 y para el año 100, no superaban los 20.000» y, por tanto, el interés en guardar recuerdos de este tipo «no era tan grande». «Además, ¿por qué diablos se necesitaba si estaba vivo?», lanza. Por tanto, certificar si un objeto ha estado en manos de Cristo es casi imposible.

En el caso del velo de la Verónica, el paño con el que esta mujer le limpió el rostro a Jesús durante el Viacrucis, hay media docena de ciudades que dicen tenerlo, entre ellas, Alicante y Jaén. Se ha llegado a elaborar una teoría para explicarlo (además de que se hicieron copias en el siglo XVII): estaba doblado en cuatro partes que se repartieron. La última supuesta reliquia de Cristo ha aparecido hace menos de un mes en la Basílica de la Natividad de Belén. Se trata de un «objeto de latón, plata, conchas y piedra» con «gran valor histórico y religioso», según las autoridades. Todavía no hay fotos ni estudios, pero en la ciudad palestina ya se frotan las manos.

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