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Irene Aguirre, 23 años, promesa del boxeo nacional y estudiante de periodismo, se retoca el pintalabios después de boxear.
Nicaragua no soporta más golpes

Nicaragua no soporta más golpes

Cada vez más chicas saltan al cuadrilátero, hartas de recibir en casa. El país más seguro de Centroamérica es el más violento con las mujeres

zuriñe ortiz de latierro

Martes, 7 de julio 2015, 00:36

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Cuando Irene Aguirre termina sus clases de periodismo, vuela hasta el gimnasio del instituto nacional del deporte de Managua para perfeccionar su veloz jab y luego cena algo ligero. Entonces le vienen a la cabeza Marlene Peralta, 30 años y tres niñas pequeñas, las cuatro asesinadas a tiros; o Ada Lila Rizo, otra joven rematada de cinco balazos por su compañero, las últimas víctimas del feminicidio que lastra Nicaragua. Allí cae una mujer cada cinco días y a Irene se le hace insoportable pensar que mientras ella esquiva un croché, besa a su novio o remata sus estudios en la universidad, hay decenas de chicas que podrían estar hundiéndose bajo una lluvia de golpes o viviendo sus últimos minutos.

Promesa del boxeo nacional, aunque en esto tampoco las hagan mucho caso, Irene ha posado como es, hermosa, poderosa, coqueta, para decirles a sus compatriotas que ya vale: se acabó la sumisión afectiva, la impunidad del hombre en un país donde sale barato someter y acabar con la compañera. Se puede amar sin sangrar. La región más segura de Centroamérica lidera el ranking de informes médicos de maltratadas en el hogar, con 170 casos por cada 100.000 habitantes y 14.600 denuncias en los tribunales durante 2014. Según un estudio reciente realizado por investigadores de la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua, un millón de mujeres lo está pasando realmente mal: «De 7 a 8 de cada 10 soportan violencia reiterada, sea física o psicológica por parte de sus parejas».

La media anual de crímenes ha oscilado entre los 65 y los 80 durante la última década. El año pasado tuvieron las mismas muertes que aquí, con la salvedad de que ellos son 6 millones de habitantes y nosotros, 46,4. Con semejante panorama no es de extrañar que el diario La Prensa, el mayor del país, abriera hace unos meses su portada con una foto espeluznante donde aparece el cuerpo de una joven junto a una cama convertida en pesadilla. Sábanas, paredes, suelo, todo rojo.

Carmen Martínez, los 25 recién cumplidos, decidió escapar del yugo de su novio, Walter Galán, de la misma edad y una brutalidad pavorosa: cuando ella intentó romper la relación, él le respondió con el machete. Alguna de las heridas, según el rotativo, era de 25 centímetros. Cientos de compatriotas salieron a la calle para recordar a la pobre Carmen y su infierno en La Paz Centro, un pequeño poblado que jamás había saltado a la primera de los periódicos. Las organizaciones de mujeres claman que el asesinato de Carmen responde a un patrón preocupante en el país: las víctimas y sus verdugos son cada vez más jóvenes. De postre, muchos de ellos quedan impunes. Walter se largó con lo puesto y nunca más se supo.

El número de la bestia

Las boxeadoras dan guantazos al maltrato, los artistas conciencian en el teatro y el Gobierno de Daniel Ortega ha desarrollado la Ley 779, que no contenta a nadie. Aprobada en 2013 con una fuerte controversia, castiga con 30 años de cárcel a los asesinos y eso no ha gustado en algunos sectores de la Iglesia católica. «Hemos dicho repetidamente que el número de la bestia ya no es 666, sino el 779, porque justamente está destruyendo a las familias. Cuántas veces se reacciona por la ira, por revanchismo y una vez pasadas las aguas las personas que han acusado al marido, al tío, al primo, reconocen que la posición ha sido demasiado dura y piden revertir el caso», sermoneó monseñor Abelardo Mata.

Las organizaciones nicaragüenses de mujeres están que trinan contra el obispo y el Gobierno porque al final se incluyó la figura de la mediación en el polémico reglamento. Es decir, si Carmen no hubiese sido destrozada a machetazos o si Ada no hubiera encajado esos cinco balazos, si simplemente hubiesen sido golpeadas, tendrían que haber negociado con sus agresores después de denunciarlos. Intentarlo de nuevo para no romper la familia. «La Policía Nacional presiona para que las mujeres entren en un proceso cuyo resultado es la muerte», denuncia Magali Quintana, de Católicas por el Derecho a Decidir. En Acción Ya, colectivo que gestiona albergues para mujeres en riesgo, dicen que los altos niveles de crueldad en el hogar deberían ser causa suficiente para que el Ejecutivo declare una alerta preventiva, como con el dengue.

Quizás sea esa violencia que molió a madres y abuelas la que ha empujado a un grupo creciente de estudiantes al cuadrilátero. Irene Aguirre ha vuelto con medallas de Costa Rica, Guatemala y China. Si a alguno le entran ganas, que se atreva con ella.

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