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Paul Allen posa junto a uno de los cazas de su colección de aviones de la II Guerra Mundial.
El millonario a la sombra de Bill Gates

El millonario a la sombra de Bill Gates

Coleccionista de aviones, ‘picassos’ y megayates, el cofundador de Microsoft busca ahora buques hundidos. Acostumbrado a vivir a la sombra de su exsocio y amigo Bill Gates, despliega una frenética actividad de empresario, mecenas y coleccionista. A Paul Allen le gusta que sus aficiones sean también rentables

borja olaizola

Sábado, 28 de marzo 2015, 01:54

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Nada humano me es ajeno». Es probable que Paul Allen, nacido en Seattle hace 62 años, se haya sentido más de una vez retratado en la vieja máxima latina. Un vistazo a la lista de sus intereses empresariales revela una versatilidad poco común: dueño de equipos de fútbol y baloncesto, accionista de estudios de cine, promotor de museos de rock, mecenas de un sinfín de programas de investigación médica, inversor inmobiliario, visionario de la aviación, buscador de pecios marinos... La serie podría alargarse unos cuantos renglones más, pero por abreviar digamos que una de las peculiaridades del multimillonario estadounidense es que sus inversiones están guiadas por sus gustos personales.

acontecimiento que lo cambió todo: le diagnosticaron un linfoma de Hodgkin, un cáncer linfático, y abandonó el trabajo para centrarse por completo en la lucha contra la enfermedad.

Corría el año 1983. Mientras Gates pilotaba Microsoft rumbo a galaxias de rentabilidad insospechada, su socio se sometía a penosas sesiones de radioterapia asociadas a un severo tratamiento de quimio para intentar recuperar su sistema linfático. Un exitoso transplante de médula ósea puso punto final a la pesadilla, que le transformó por completo. Él mismo ha reconocido que cuando los médicos le dieron el alta no era el mismo que cuando le detectaron la enfermedad. Pero ese no fue el único cambio: su empresa se había revalorizado de tal forma durante el tiempo que había estado en tratamiento que al salir del hospital se había convertido en una de las grandes fortunas de los Estados Unidos. De ahí que empezase a ser conocido como el «millonario accidental», un apodo que le ha acompañado desde entonces y que no deja de retratar una realidad pese a que destila cierta dosis de mala leche.

Aunque regresó a Microsoft en 1990, el tiempo de reflexión forzosa que le había proporcionado la convalecencia le llevó a replantearse por completo lo que quería hacer en la vida. Lo primero fue fundar la Paul Allen Family Fundation, una organización con fines caritativos que desarrolla programas contra la pobreza y que financia un sinfín de proyectos de investigación tanto en EE UU como en el resto del planeta. Luego puso en marcha un fondo de capital denominado Vulcan Ventures para desarrollar una estrategia de inversión que le convirtió en fundador o propietario de medio centenar de empresas, muchas de ellas relacionadas con sus aficiones. La primera de sus apuestas fue la compra en 1988 del Portland Trail Blazers, un equipo de baloncesto al que catapultó hasta la final de la NBAen las dos siguientes temporadas. La revalorización de la franquicia por efecto del éxito deportivo le confirmó que su instinto no le engañaba.

Allen no se ha separado desde entonces del mundo del deporte: en 1997 compró el equipo de fútbol americano de su ciudad, el Seattle Seahawks, en una operación que buscaba sobre todo ganarse el favor de sus vecinos. Pagó 194 millones de dólares por la franquicia y aportó otros 130 para levantar un nuevo estadio. Tras hacerse la temporada pasada con su primer anillo de la Super Bowl, los Seahawks se revalorizaron hasta el punto de que Bloomberg los valoró en 1.250 millones, seis veces más de lo que había pagado Allen. El multimillonario es también dueño de los Sounders, el equipo de fútbol europeo de su ciudad.

Colección de arte

Pero el deporte no es la única afición en la que ha realizado inversiones: guitarra eléctrica de una banda de country rock (The Underthinkers) con la que ha grabado un par de discos, ha sido el principal impulsor del Experience Music Project, un museo dedicado a la música popular contemporánea realizado por Frank Gehry que se alza en las afueras de Seattle. En el espectacular edificio hay una sala donde se exponen algunas de las obras de su colección de arte, entre ellas lienzos de Picasso, Monet, Van Gogh o Renoir. Como se ve, si Florencia despuntó en el Renacimiento gracias a los Médici, Seattle se ha hecho un hueco en el mapa del siglo XXI por el generoso mecenazgo del cofundador de Microsoft. Su influencia en su ciudad natal lo abarca todo: hace un par de años vendió a Amazon un complejo de edificios por 1.160 millones de dólares, una suma que reinvirtió en un proyecto para crear un polígono urbano especializado en empresas de investigación biotecnológica.

Ha ganado muchísimo dinero en negocios como el sector energético gracias a su apuesta por la Formación Bakken de Dakota del Norte, el nuevo Eldorado petrolífero de EE UU, pero también ha perdido millones en proyectos como la televisión por cable. De Microsoft se fue definitivamente en el año 2000 después de vender una parte de sus acciones aunque todavía conserva el 2% de la compañía. Su fortuna asciende a unos 17.500 millones de dólares (unos 16.300 millones de euros), lo que le garantiza un puesto destacado en la lista Forbes (el número 51 en 2015). Muy discreto en su vida personal, no se le conocen relaciones sentimentales ni descendientes aunque los tabloides británicos le han adjudicado sin mucho fundamento idilios con un abanico de mujeres que va de la tenista Monica Seles a la exmodelo Jerry Hall pasando por la actriz Candice Bergen.

Dos de sus grandes pasiones, la aviación y la navegación, consumen buena parte de su tiempo libre. Tiene una de las colecciones de aviones de la Segunda Guerra Mundial más completas que se conocen, además de una empresa para poner naves en órbita a través de un reactor de diseño revolucionario. El último de sus caprichos fue la adquisición de un caza supersónico de combate MIG29 que perteneció a la fuerza aérea ucraniana. Tampoco su patrimonio flotante deja a nadie indiferente: el Octopus, su nave insignia, es el octavo yate más grande del planeta y en su cubierta de 126 metros, mayor que un campo de fútbol, tienen su base permanente dos helicópteros. Con una tripulación de 60 marineros, algunos de ellos antiguos componentes de los Navy Seals, el cuerpo de élite del Ejército estadounidense, equipa dos submarinos, uno de ellos operado por control remoto. Han sido precisamente esos batiscafos los que le han permitido localizar hace poco cerca de Filipinas los restos del acorazado japonés Musashi, hundido durante una de las mayores batallas navales de la II Guerra Mundial.

Acostumbrado a vivir siempre a la sombra de Bill Gates se diría que Allen se esmera en cultivar una personalidad pública de hombre gris para maniobrar a su antojo lejos de los focos que tanto escrutan a su antiguo socio de Microsoft. Su faceta de filántropo, que sacó a la luz tras superar su enfermedad, es inherente a su actividad empresarial: se calcula que a lo largo de su carrera ha realizado donaciones por valor de 1.500 millones de dólares para proyectos humanitarios. La última, 100 millones de dólares para combatir el ébola.

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