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Lluís Estrada, médico catalán partidario de la criopreservación.
La esperanza de revivir

La esperanza de revivir

Un puñado de personas promueven en España la criopreservación:quieren ser congelados a su muerte, confiando en que la ciencia podrá algún día reanimarlos

carlos benito

Jueves, 15 de enero 2015, 01:31

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Francisco Roldán ya se ha acostumbrado a que, de vez en cuando, le suene el móvil a horas intempestivas. Al contestar, escucha alguna voz desconocida, dominada por una emoción incontrolable. «Me llaman llorando a las dos de la mañana para decirme que su esposa acaba de fallecer y que quieren congelarla», explica. También le llegan consultas de padres de niños enfermos, angustiados al ver acercarse el desenlace fatal después de años de sufrimiento, e incluso le aborda gente que no está contemplando la muerte tan de cerca, como el joven esquizofrénico que le planteó su esperanza de conocer un futuro donde le resulte posible «vivir como una persona».

Roldán se ha convertido en la figura más visible de la pequeña comunidad que promueve en España la criopreservación de seres humanos, es decir, la conservación de cuerpos a temperaturas muy bajas (la más habitual son 196 grados bajo cero) tras inyectarles sustancias especiales que evitan la formación de cristales de hielo. Hablamos de cadáveres, claro, aunque esa palabra adquiere una complejidad inusual cuando se habla con los partidarios de esta práctica, que distinguen entre la muerte clínica y la muerte de los órganos y los tejidos: para ellos, esos organismos preservados en nitrógeno líquido son 'pacientes', porque confían en que algún día la ciencia será capaz de reanimarlos, curar sus dolencias y proporcionarles una larga segunda vida.

En todo el mundo, casi trescientas personas han optado por esta opción. Son exactamente, según las últimas cuentas, 297, y entre ellas no figura Walt Disney, por mucho que la leyenda urbana se haya perpetuado tozudamente a través de las décadas. En la actualidad hay tres entidades que ofrecen estos servicios: los dos grandes clásicos estadounidenses, en activo desde los años 70, son el Cryonics Institute (fundado por Robert Ettinger, el autor conocido como 'padre de la criónica') y Alcor, a los que se añadió hace una década la rusa KrioRus. Otro dato relevante es el de los 'miembros', es decir, las personas vivas que tienen contratado ya que su cadáver sea sometido a este tratamiento: entre Alcor y el Cryonics Institute suman algo más de 2.100.

En España, la historia de la criónica se puede encarar desde dos perspectivas. Por un lado está el entusiasta colectivo dedicado a divulgar esta práctica, con entidades como la Sociedad Española de Criogenización, fundada en 1998 para «reunir a todas las personas interesadas», y webs como Crionica.org, que lleva más de una década difundiendo información sobre este asunto. Pero, en realidad, el punto de partida de la criopreservación en nuestro país fue un episodio desgarrador y dramático, muy alejado de la recopilación más o menos académica de argumentos a favor y en contra y más parecido, en realidad, a esas llamadas nocturnas que suele recibir Francisco Roldán.

En 1989, Cristina Comos, una joven de 21 años, falleció de un ataque cardiaco mientras trabajaba en un hotel propiedad de sus padres, en Mallorca. «Yo encontraré un camino para ti, querida mía, que no sea el de la tumba. Yo tengo ahora un deseo irrevocable, matar a la muerte», escribió su madre, Eulalia Castillejo. Los allegados no se resignaron a enterrar a la infortunada muchacha y tomaron la determinación, insólita en aquel tiempo y en este país, de criopreservar sus restos: mientras el cadáver se mantenía congelado en la morgue local, los familiares emprendieron una búsqueda contrarreloj a través del teléfono -no había llegado aún la era de internet- hasta que lograron ponerse en contacto con Alcor. La fundación de Arizona no admitía cadáveres de personas que no estuviesen inscritas como miembros, pero les convenció la «voluntad de hierro» de aquellos españoles desesperados, que suplicaban desde su corazón roto. Los padres lograron doblegar también la resistencia de la burocracia española y trasladaron el cadáver hasta Estados Unidos en un avión de Iberia, de manera que Cristina se acabó convirtiendo en el primer 'paciente' extranjero de Alcor.

Desde entonces descansa en un vaso Dewar, el recipiente utilizado por Alcor para conservar los cuerpos en nitrógeno líquido. Cada una de estas cápsulas tiene capacidad para cuatro personas colocadas en vertical, con los pies para arriba como precaución contra un posible calentamiento del cerebro en caso de emergencia, y también para cinco cabezas, ya que algunos miembros optan por la llamada neuropreservación, más barata: entienden que la identidad está contenida en el cerebro y creen que la ciencia futura podrá suministrarles un nuevo cuerpo o, en el caso de las tesis más extremas, escanear esos restos físicos y extraer de alguna manera su yo consciente. «Qué triste me pareció Alcor. Olía a cloroformo. Qué rara me pareció toda la gente y qué extraño era todo», ha evocado la madre de Cristina. Aquellas primeras impresiones negativas pronto dejaron paso a una nueva sensación, menos incómoda: años después, Eulalia y su esposo criopreservaron también a la madre de él, fallecida con 98 años, y ellos mismos se han hecho miembros de Alcor y se han construido un chalé cerca de sus instalaciones, para que la intervención tras su fallecimiento sea lo más rápida posible. También, cómo no, para estar cerca de su hija: «Nos sentimos reconfortados con su proximidad».

Una situación «rarilla»

«En España, la situación legal es un poco rarilla», resume Lluís Estrada, que lleva tres décadas dándole vueltas a esta disciplina y trata de promover en Cataluña una cooperativa de criopreservación. El interés de este médico tarraconense ya jubilado, que fue jefe de la sección de neurofisiología del hospital Juan XXIII, se centró inicialmente en la biología del envejecimiento: «Quería ver cómo se puede alterar eso que se suele ver como inexorable. Yo siempre he considerado el envejecimiento una enfermedad, algo patológico contra lo que se debería luchar. Pero la solución de variar radicalmente el envejecimiento va muy lenta y a algunos se nos va pasando la edad, así que la criopreservación se presenta como una salida», explica el doctor, cerca de cumplir los 70. La ley española no contempla la criopreservación e impone unos procedimientos mortuorios que chocan con la celeridad exigida por esta fórmula: «Se ha adaptado la normativa para actuar con rapidez en el caso de los trasplantes, pero se considera una excepción en medio de un proceso muy lento».

Los traslados internacionales de cadáveres también resultan problemáticos, porque se establece como requisito el embalsamamiento. «En el caso de tener una enfermedad que pinte mal, sería bastante recomendable irse a vivir en Estados Unidos», admite Estrada, que no duda en plantear las «ventajas importantes» de una hipotética criopreservación 'pre mortem': «No se llevaría a cabo un instante después de la parada cardiaca, sino un poco antes. Cuando entran en marcha los servicios paliativos, con sedación para reducir el sufrimiento y acompañar al paciente hasta morir, lo lógico sería criopreservarle si así lo desea. En Estados Unidos lo solicitó el matemático Thomas Donaldson y lo consideraron suicidio, cuando, en realidad, lo que este señor quería era no morirse».

Francisco Roldán se propone solventar las dificultades de criopreservarse en España mediante la creación de una infraestructura dedicada a esta tarea, que evite la necesidad de ir a morir al extranjero o de trasladar los cadáveres. Este experto en comunicación política lidera una empresa denominada Instituto Europeo de Criopreservación, Iecrion, y se muestra convencido de que su nuevo centro podrá empezar a funcionar dentro de un año, aunque todavía no está decidida la ubicación definitiva. Sostiene, además, que la Justicia carece de argumentos para interponerse. «Nuestro enemigo no es la vida, sino la muerte. Atentamos contra la muerte, ¿quién va a oponerse a eso, si además ya se puede hacer en Estados Unidos y Rusia?», pregunta. Según sus previsiones, criopreservarse en Iecrion, dentro de cápsulas de patente propia que mantendrán una temperatura de 130 grados bajo cero, saldrá por 155.000 euros, pero -al igual que sucede en Estados Unidos- existirá la posibilidad de contratar el servicio mediante un seguro que costará 2.000 euros al año. En Alcor, la tarifa asciende a 170.000 euros, mientras que el Cryonics Institute ofrece una modalidad de 24.000 euros, que no incluye el traslado del equipo de emergencia. Los rusos, por su parte, cobran 30.000 euros. Las tres entidades, como aspira a hacer también Iecrion, congelan además mascotas.

Cara fantasía

Las objeciones de muchos científicos a la criopreservación son tajantes. Argumentan que se está cobrando un dineral a cambio de nada, de una fantasía consoladora, de un hilo de esperanza que probablemente no lleve a ninguna parte: pese a los avances en la preservación de células, tejidos, embriones y pequeños órganos, la reanimación de un ser humano completo sigue siendo materia de ciencia ficción. Según recuerdan los escépticos con crudo realismo, un muerto congelado sigue siendo un muerto, y a eso se suma el grave problema del criopreservante, que previene los dañinos cristales de hielo pero es tóxico en sí mismo. También se han esgrimido consideraciones éticas y psicológicas, como la superpoblación de un planeta sin muerte, la injusticia de que los menos pudientes no cuenten con esta segunda oportunidad o la inmensa soledad de un ser humano revivido en un futuro que le es ajeno. Pero tampoco resulta difícil dar con científicos que no contemplan esta práctica con tan malos ojos: «Hoy en día, decir que algo es imposible en cuestiones de biotecnología sería una tontería», sentencia Ramón Risco, profesor de la Universidad de Sevilla que investiga la criopreservación de tejidos y órganos.

«Yo jamás te aseguraré que lo que planteo va a ser posible. Yo simplemente digo que creo en la ciencia y que las evidencias me hacen pesar que sí será posible, y de hecho soy el primero que lo ha pedido. Si esto es un engaño, el primero que se estará engañando soy yo mismo», reflexiona Roldán, que el pasado verano presentó en el Registro de Voluntades Anticipadas de la Junta de Andalucía un documento en el que reclama formalmente ser criopreservado. «Hace unos pocos años -añade-, este teléfono que tengo en la mano también era ciencia ficción. En una escena de 'Star Trek', ves al comandante coger una 'tablet' y hacer una videoconferencia: supuestamente se encuentran en un futuro muy lejano, pero eso lo tenemos ya». El doctor Estrada argumenta en la misma línea: «La historia -apunta- está llena de frases célebres sobre cosas que no se iban a poder hacer nunca y que hoy hacemos a diario».

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