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El pequeño George Stinney vestido de preso en 1944.
El pequeño George era inocente

El pequeño George era inocente

El reo más joven ejecutado en EE UU. La justicia llega siete décadas después para el chaval negro de 14 años que fue condenado a la silla eléctrica por el asesinato de dos niñas blancas

fernando miñana

Martes, 23 de diciembre 2014, 01:09

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Betty June Binnicker, una niña de 11 años, y Mary Emma Thames, de 8, salieron el 24 de marzo de 1944 a coger flores silvestres y nunca volvieron a casa. Las dos amigas, blancas, aparecieron muertas a golpes en una zanja de Alcolu, un pueblecito del condado de Clarendon, en Carolina del Sur. Cuando un niño muere, la gente se revuelve y reclama justicia con vehemencia. Lo mejor es encontrar al culpable cuanto antes. Y eso ocurrió. El problema es que la justicia condenó a la silla eléctrica a un adolescente de 14 años que siete décadas después se ha demostrado que era inocente. Un error fatal.

George Stinney, un chaval inofensivo que había pasado el día con su hermana, se convirtió en la víctima que saciaba las ansias de venganza de los vecinos de Alcolu. George era negro y fue condenado a la pena de muerte por un jurado compuesto íntegramente por 12 blancos, después de diez minutos de deliberación. El juicio no había durado más que un par de bochornosas horas.

El chico fue condenado porque imperó la única prueba incriminatoria del caso, el testimonio del jefe de policía. «George hizo una confesión y me dijo que había utilizado una barra de hierro de 15 centímetros», afirmó. Aquella supuesta declaración se produjo sin que el niño hubiese contado con el asesoramiento de un abogado. Ni siquiera pudo ser interrogado en presencia de sus padres. Por aquello fue condenado a morir y se convirtió en el reo ejecutado más joven de Estados Unidos en el siglo XX.

El 24 de abril de 1944, justo un mes después del doble homicidio, a George Stinney lo defendió un abogado sin experiencia que se enfrentaba al primer caso de su vida y que durante la vista no presentó ningún testigo. El letrado no se atrevió a enfrentarse al clamor contra ese chiquillo negro de Carolina del Sur.

Pesaba 40 kilos

El 16 de junio de 1944 murió injustamente aquel niño aterrado. En Carolina del Sur, en aquella época, a los 14 años ya eras considerado legalmente adulto, pero George era tan pequeño que su verdugo se encontró con un problema inesperado: medía 1,55 y pesaba 40 kilos, no daba la talla para una silla eléctrica ideada para personas más corpulentas. La única forma de colocarle los electrodos en la cabeza y los brazos fue sentándolo encima de un grueso listín de teléfonos. La ejecución fue espantosa, como recordó años después James Gamble, hijo del sheriff del condado en 1944. «Las convulsiones le arrancaron la máscara y acabó mostrando su rostro a los cuarenta testigos que había en la sala, incluidos los padres de las niñas».

Las hermanas de aquel adolescente injustamente llevado al cadalso vivieron aquel año la injusticia marcada por el color de la piel. Cuando conoció la noticia, lo primero que hizo el padre de George, despedido de su trabajo de manera fulminante, fue hacer las maletas y salir pitando por temor a un linchamiento en un pueblo donde el barrio de los blancos y el de los negros estaba separado por las vías del ferrocarril. Pero su hermana Aime Ruffner, la que estaba con George cuando se cometió el crimen, nunca pudo liberarse de la angustia de saber que había sido ejecutado inmerecidamente.

El testimonio de Aime Ruffner nunca fue aceptado, pero no cejó, jamás olvidó a su hermano. «La policía buscaba a un culpable y utilizó a George», declaró al canal de televisión WLTX. La historia inspiró a David Stout para escribir en 1988 'Carolina skeletons', el libro que recoge este extraño caso, que se cerró con la ejecución de la persona más joven del siglo XX en Estados Unidos.

Feliz a los 77 años

Ya en 2013, un bufete de abogados presentó un recurso para la repetición del juicio. Con el tiempo se demostró que George fue obligado a autoinculparse y, además, en la zanja donde aparecieron las niñas apenas había sangre. Eso significaba que las habían matado en otro lugar y resultaba imposible que aquel chico arrastrara los cuerpos.

El miércoles, la juez Carmen Mullen rectificó el fallo tras aceptar el testimonio de Aime Ruffner, una mujer de 77 años que no pudo contener la emoción al ver que, al menos moralmente, se hacía justicia. Nadie le va a devolver la vida de George, pero podrá descansar tranquila después de salvar el honor de su hermano y demostrar que en 1944 se produjo una lamentable injusticia por el color de la piel. Y todavía tuvieron que pasar seis décadas para que la Corte Suprema de Carolina del Sur prohibiera la pena de muerte a los menores de edad.

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