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Los especialistas recomiendan no ignorar las fiestas y hacer el esfuerzo de sentarse a cenar.
Cómo afrontar el duelo en Navidad

Cómo afrontar el duelo en Navidad

Mantener el encuentro con la familia y otros pequeños ritos ayudan a sobrellevar el trance

Ana Pérez-Bryan

Miércoles, 17 de diciembre 2014, 01:39

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A veces la vida coloca a las personas en situaciones tan dolorosas que sólo el que ha pasado por eso sabe el enorme esfuerzo que hay que hacer para luchar contra las bromas pesadas que gasta el calendario. Por ejemplo, que se muera una madre poco antes de la Navidad. O un abuelo. O lo que es peor, un hijo. Visto desde fuera, el mundo parece ponerse de acuerdo en recordar esa ley natural de que la vida sigue y de que el tiempo termina por colocarlo todo en su sitio. Que cure o no es otra historia. Porque para muchos, esta será la primera cena, el primer árbol de Navidad, el primer bocado de turrón... sin ellos. ¿Cómo sobrevivir a esa silla vacía? ¿Cómo sobrellevar esos días que invitan a la fiesta cuando la procesión de uno muerde por dentro? ¿Cuál es el mejor refugio? Y sobre todo: ¿qué hacer si hay niños en casa?, ¿cómo explicarles que justo ahora, en Navidad, han de aprender que la vida ha dejado de ser un juego?

«Tendríamos que hacer el esfuerzo por recordar a diario que lo único que tenemos es el hoy». Aunque para la superación del duelo no existen fórmulas mágicas, Luisa Pedrero, psicóloga y especialista en Tanatología y duelo y psicooncología se aferra a esta evidencia cotidiana que en demasiadas ocasiones pasamos por alto. Ayer la compartió con un apreciable grupo de personas que tratan de gestionar el duelo en plena Navidad y que se reunieron en torno a la cita Es Navidad. Hay una silla vacía, que organiza el grupo ASV Servicios Funerarios. Pedrero, responsable además de los grupos de duelo en Málaga, intercaló sus consejos y experiencias con las de Mª Ángeles Jurado, psicóloga en Cudeca.

No hay dos iguales

Ambas trataron de aportar algo de luz en un panorama que, de entrada, funde a negro. Las especialistas parten de la certeza de que «cada persona es un mundo y por lo tanto no hay dos duelos iguales». Sí existen, sin embargo, herramientas comunes para manejarse con el dolor de perder a una persona cercana: «La sensación es la de estar en una montaña rusa. Hay días muy malos, días peores y días en los que parece que la cosa va a mejor», ilustra Pedrero, convencida de que «todas estas etapas son normales y, además, necesarias». Para conocerlas y reconocerlas como algo que «ha de ser así», la especialista recomienda conocer cuáles son las etapas del duelo: «El primer año es el más difícil. Es ahí cuando hay que pasar la primera Navidad, el primer cumpleaños, el primer aniversario o las primeras vacaciones sin el ser querido. En el segundo año las emociones dejan de ser tan intensas y en el tercero, por ejemplo, ya se puede celebrar la Navidad con cierta alegría». Si pasado este tiempo «persiste esta gama de emociones tan negativas y no se ha avanzado corremos el riesgo de caer en el duelo patológico y habría que ponerse en manos de un especialista».

Como en todo, es recomendable no caer en los extremos, que en el caso del duelo van desde estar todo el día llorando a actuar como si nada hubiera pasado para protegerse del dolor. Ojo en este caso con los niños. «Cuando un niño pasa por una situación de estrés intenso como la pérdida de un familiar, lo primero que hace es mirar a los ojos del adulto, y conforme éste lo asuma así lo hará él», reflexiona Pedrero. Su compañera, Mª Ángeles Jurado, sabe bien por experiencia que «si el mayor no llora él intentará controlarse aunque por dentro esté roto de pena». Por eso, tanto el adulto como el niño han de permitirse el llorar juntos. Los momentos de tristeza, compartidos, pesan menos. Anote otra regla de oro: «Nunca le engañes. Si te hace una pregunta y no sabes qué contestar, mejor un no lo sé que una mentira». «Si le dices que el abuelito se ha ido de viaje y el niño ve que nunca vuelve entonces se siente abandonado», observa Jurado, que recomienda que la información se adapte a cada niño, a su edad, a sus palabras y a sus creencias (religiosas o no).

Por edades, los niños de menos de tres años no suelen enterarse de la muerte de un ser querido. La primera conciencia de la falta surge en torno a los cinco o seis años, «pero es una muerte reversible, porque están acostumbrados a ver que sus personajes de la televisión se mueren pero vuelven en el capítulo siguiente». A partir de los siete, sí se asume como algo definitivo, «pero que les ocurre a los otros, no a sus familias, y sobre todo en personas que ya son ancianas», explica la especialista. En caso de duelo, además, habría que permitirle al niño decidir si quiere o no participar en la despedida de los mayores, «aunque siempre explicándole qué es lo que se va a encontrar». También hay que darles la opción de despedirse de los seres queridos cuando aún hay tiempo, da igual la edad: «por ahorrar sufrimiento al niño lo apartamos del ser querido, y no le permitimos ese período que sí tenemos los mayores de ir asimilando el desenlace».

Hay que evitar aislarse

Existen pequeños ritos que confortan el alma, sobre todo ahora en Navidad. Por ejemplo enviar una carta o un dibujo al cielo atada en un globo de helio, colgar algo que nos recuerde a esa persona en el árbol, o encender una velita al lado de una foto. «No tenemos por qué vivir la fiesta con luces o con grandes comidas, pero no es recomendable suprimir estas fechas por el duelo», insiste Pedrero. Y sobre todo, pasarlas en la medida de lo posible en familia. «Lo peor en estos casos es aislarse. Se tiende a pensar que a lo mejor en familia se va a vivir on más tristeza esa pérdida común, pero si lloras al menos tienes a alguien que te abrace, que te entienda y que lo haga todo más llevadero», añade la especialista.

«En esta época estamos muy sensibles y los recuerdos se acentúan, por eso tampoco estaría mal preguntarle a los niños qué les apetece hacer en Navidad», observa Jurado, consciente de que, a veces, los adultos dan demasiadas cosas por supuestas. «A veces el simple hecho de preguntar les hace sentir que son tenidos en cuenta, que su sufrimiento también importa», concluye. Que llorar, al fin y al cabo, no es sólo de niños chicos.

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