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El deporte de insultar

El deporte de insultar

La Liga de Fútbol quiere erradicar la violencia verbal de las gradas y confeccionará una guía de cánticos punibles. «Ya era hora, así tendrán que usar la metáfora y el ingenio»

carlos benito

Domingo, 21 de diciembre 2014, 02:15

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Sobre esto no hay estadísticas, así que no se pueden aportar porcentajes exactos, pero un poco de trabajo de campo demuestra que insultar, lo que se dice insultar, es algo que casi todo el mundo acaba haciendo en un estadio de fútbol. Resulta difícil encontrar a algún aficionado que no atesore alguna anécdota sobre ese tema: la madre anciana, virtuosa y católica que le ladra un «cabrón» al árbitro; el amigo desinteresado por el deporte que siente un arrebato repentino al pasar el linier («piernas blancas, hijo de puta» es un ejemplo particularmente absurdo, tomado de la realidad) o, por qué no, uno mismo, que se deja arrastrar por la tremenda fuerza gravitatoria de alguna barbaridad cantada por cientos de voces, como un agujero negro que anula la voluntad. El insulto se ha vuelto casi consustancial a este deporte, es algo así como el juego ofensivo de las gradas.

Lo que han dicho

  • Diego Simeone «¿Sabéis lo que es en Argentina? Aquí ir al fútbol es como ir a un teatro, esto es Disney».

  • José Mourinho «Cuando vas a países como España y te dicen 'hijo de puta portugués', sabes que es un sentimiento profundo, un odio real. Sienten lo que dicen. En Inglaterra la hostilidad es diferente, son más irónicos».

  • Álvaro Negredo «Habrá campos que se quedarán vacíos».

  • Cosmin Contra «Aquí no ha habido nunca problemas. Nos insultan a nosotros, no a los rivales», bromea el entrenador del Getafe.

  • Carlo Ancelotti «Es un problema de cultura y educación. En Inglaterra no te insultan y la afición no pelea. Hay niños en el partido. Yo nunca he recibido un insulto en ningún estadio de Inglaterra».

Al menos, hasta ahora, porque la Liga de Fútbol Profesional se ha propuesto desterrar también la violencia verbal de los partidos. El primer aviso de esta mano dura fue la expulsión de diecisiete ultras del Real Madrid por gritar «Messi subnormal» durante un encuentro contra el Celta, quizá con la confianza de que sus voces viriles llegarían hasta el lugar del mundo donde se encontrase en ese momento el astro argentino. El Consejo Superior de Deportes ha anunciado la confección de «un manual» que se entregará a los aficionados a la entrada de los estadios y recogerá «de forma expresa» las manifestaciones punibles. Vamos, que su intención no es aportar directrices generales, sino descender al fango y enumerar ofensas, del mismo modo que los informes remitidos a la Comisión Antiviolencia hacen constar los insultos de forma textual, de manera que leerlos acaba teniendo algo de transgresión infantil: sabemos así que en Granada gritaron «Negredo maricón», en el Deportivo-Málaga se escuchó «Tino, cabrón, sal de Riazor», en el Bernabéu volvió a sonar el eterno «Puta Cataluña» y en Vallecas tiraron también de los clásicos, con «mucho Betis, mucha mierda».

El propio presidente de la Liga, Javier Tebas, ha preferido no andarse por las ramas: «Gritos famosos como 'Messi subnormal', 'ese portugués hijoputa es', 'puta Cataluña', 'puta España', así coreados, son intolerantes», ha puntualizado. «Periquitos bastardos podría ser otro», ha dicho también. Estos ejemplos ya dejan claro que, en el deporte de insultar, España está muy lejos de ser campeona mundial y, más bien, chapucea en las categorías regionales. Los intentos con más vuelo lírico son creaciones como «que lo vengan a ver, eso no es un portero, es una puta de cabaré» o «tú aquí pitando y tu mujer follando». La ironía prácticamente no se conoce -una excepción admirable son los aficionados guasones del Cádiz que han desempolvado estos días pasados su pancarta de «árbitro guapetón», que ya usaban hace más de una década- y lo que prima es el trazo grueso, llamar «tonto, tonto» a Cristiano Ronaldo, «asesino» a Pepe y «enano» a Messi o perpetuar la cansina ruleta de la ofensa política y el léxico escaso, la del «puta Cataluña», el «españoles hijos de puta» o el «puto vasco el que no bote».

Desde luego, estos exabruptos elementales no tienen nada que ver con lo que se escucha en el Reino Unido, donde los cánticos de apoyo y de hostilidad son un arte refinado y en constante renovación, que suele aprovechar la melodía de canciones populares. Ni siquiera tienen inconveniente en reírse un poco de los suyos (y un mucho de los demás), como en aquella coplilla que dedicaban al coreano Park Ji-Sung los propios hinchas del Manchester United: «En tu país os coméis a los perros, / pero podría ser peor, / podrías ser de Liverpool / y estar comiendo ratas en tu casa de protección oficial». Sid Lowe, el corresponsal que cubre la liga española para el Guardian, relativiza el asunto: «Me incomoda un poco lo que se está diciendo, porque yo creo que el ambiente normal en un partido inglés es incluso más amenazante que en España, pero es cierto que allí se canta más y se insulta de manera más irónica, más creativa. Mis amigos, cuando vienen al Bernabéu y al Camp Nou, dicen que se aburren porque nadie canta. Están todos callados y, en cuanto el árbitro toma una decisión, empiezan a llamarle hijo de puta». Lowe también alerta sobre la «falsa equivalencia» que se está estableciendo entre violencia física y verbal: «No se puede comparar al que apuñala con el que grita. No toda persona con una perspectiva pasional del fútbol es problemática».

Zabaleta y Puerta

Para ciertos jugadores, el insulto se ha convertido en un hábitat natural, hasta el punto de que algunos periodistas deportivos sostienen que Cristiano Ronaldo juega peor cuando no le están acribillando con afrentas desde las gradas. Y hay casos obsesivos como el de Míchel, que después de tanto tiempo soportando el «Míchel maricón» (una fórmula que se remonta, según los exégetas, a aquel episodio de palpación con Carlos Valderrama) ha tenido que escuchar, ya de entrenador del Olympiacos, cómo se lo actualizaban con un «Míchel sigue siendo maricón». Por supuesto, estos sótanos del deporte tienen unas mazmorras aún más sórdidas: los insultos racistas y ruidos simiescos hacia los deportistas negros, las alusiones despectivas a Aitor Zabaleta (seguidor de la Real acuchillado en Madrid) y a Antonio Puerta (el fallecido jugador del Sevilla) o las referencias directas a hijos de jugadores, como Milan Piqué.

«A lo mejor insultas a alguien por la calle y no pasa nada, o dices policía asesina en una manifestación y ningún número se acerca siquiera a tomarte los datos, pero, en los campos de fútbol, los especialistas dicen que hay una relación directa entre la laxitud ante estas cuestiones y otros hechos más graves», justifica un portavoz del Consejo Superior de Deportes. Los que están más cerca del césped, en cambio, no parecen ver mucho futuro a estas medidas. La valoración pragmática de Luis Enrique -«si los echan por insultar, nos quedamos solos»- ha tenido eco en otros jugadores, que no se imaginan una lluvia de flores desde las gradas. Hay pocos casos de evolución positiva en este terreno: uno de ellos es San Mamés, pero la mejora no parece achacable a la concienciación ni al cambio político, sino más bien a que el nuevo estadio bilbaíno arrincona a los más vociferantes y diluye su efecto.

Al menos, el rigor contra los insultos ha disparado la creatividad en las redes sociales, donde esta semana han proliferado los llamados 'cánticos correctos', con logros como «tú aquí pitando y tu mujer viéndote en casa tan tranquila», «a ese luso, de ser hijo de alguien yo le acuso» o «respetamos tu opción sexual, que es tan válida como cualquier otra». Tal vez la campaña sirva de acicate para evolucionar hacia escarnios menos toscos, tal como desea el escritor y editor argentino Hernán Casciari: «Las hinchadas van a tener que usar a la fuerza herramientas que antes no usaban: la metáfora, la sinécdoque, el sarcasmo, el ingenio. Y ya era hora, porque hace quince años que voy a la cancha en España y me muero de aburrimiento cuando miro las tribunas y escucho lo que dicen. Ahí no hay ni incorrección ni xenofobia, lo que hay son pocas ganas de pensar algo divertido para herir mejor al delantero contrrio».

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