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Catalanes en Espanya

Catalanes en Espanya

¿Cómo soportan ese cóctel de tópicos, malentendidos y desaires los 408.000 catalanes que viven en Avilés, Jerez o San Sebastián y que, encima, no podrían votar en un supuesto referéndum de independencia?

juliÁn mÉndez

Domingo, 2 de noviembre 2014, 01:34

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Han sido la locomotora de España. Un pueblo mediterráneo, ilustrado y viajero al que llegaban, antes que a ninguna otra parte, los aires salutíferos de la libertad y el progreso. En un tiempo, ser catalán era una especie de extra, un plus de europeísmo, talento y prosperidad que servía como tarjeta de visita por el mundo. Hoy, a cuenta de los escándalos de corrupción y de los tirones proindependentistas apenas quedan retazos de aquella imagen de pedestal.

Los catalanes arrastran una suerte de leyenda negra alimentada por siglos de tópicos, chistes fáciles y algunas verdades. Luis García Berlanga las sintetizó en La escopeta nacional. Aquel Jaume Canivell, que encarnó a la perfección el barcelonés José Sazatornil, pagaba la cacería en la finca de los lúbricos marqueses de Leguineche y aguantaba carros y carretas junto a su amante para lograr la «implantación a nivel nacional del portero-sereno electrónico» que llevaba su nombre.

«Sencillísimo», trinaba Sazatornil con un BOE en la mano.

«No jodas, Jaime», le replicaba el conseguidor Antonio Ferrandis mientras ponía el cazo.

Canivell no disimulaba su acento y pagaba a tocateja, pero le ignoraban. Una sensación que comparten esos catalanes que declaran a gritos que España no les quiere y amenazan con coger la puerta... «El principal tópico asociado con los catalanes es el de la tacañería... Proviene, nada menos, que de la Divina Comedia de Dante, al harto avaro y ruin de Cataluña, que data de 1313. También se han ganado mejores reputaciones: industriosos, acogedores, sensatos y con humor», resalta el libro Tópicos de España.

¿Cómo viven ese cóctel de tópicos, reconvenciones, sobreentendidos, desaires y lugares comunes los catalanes que viven en el resto de España y que paradójicamente no podrían votar en el referéndum? Ninguna de las personas que han accedido a tratar la cuestión con este periódico ha padecido nada peor que una broma o algún comentario cruzado. Una situación a la que ayuda el hecho de saber plegar velas a tiempo cuando ventean un enfrentamiento... Por el contrario, la mayoría son una suerte de embajadores discretos de su país, acostumbrados a no significarse en demasía para evitar incendios en sus relaciones. Y, ante la posibilidad de discutir, siempre callan. Hasta en familia.

Loquillo, roquero

El disidente profesional denuncia una caza de brujas

José María Sanz Beltrán, Loquillo (Barcelona, 1960), no tiene pelos en la lengua. Esta especie de refugiado político que vive en San Sebastián con su mujer Susana Koska, criado en «una familia de tradición anarquista que luchó contra el franquismo», no cree en patrias ni en banderas, como Lennon en Imagine. «Soy barcelonés, bilingüe, cosmopolita, internacionalista, de cultura urbana y metropolitana. No quiero remarca que Barcelona sea la capital de Cataluña sino una capital del mundo. La ley electoral es un fraude y Barcelona el banco donde se financia la Generalitat», sostiene el autor, un hito insoslayable de la música nacional ligado a un romanticismo urbano y decadente.

Loquillo es un hombre de convicciones. Rotundo. Capaz de cambiar su padrón para poder votar en Cataluña. Para oponerse, claro. «La idea de un país independiente y de una consulta legal me parece muy respetable, no me opongo a ello. Claro que votaré, pero tiene truco. Todo esto esconde años de desgobierno, 30 años de corrupción consentida, la huida de fondos internacionales, un paro del 19%, recortes en Sanidad y Educación en beneficio de las subvenciones a la Asamblea Nacional y al Omnium Cultural que son los que gobiernan Cataluña. El entramado del negocio independentista se oculta tras una bandera. Es el engaño de una minoría que gobierna allí desde hace más de un siglo. Parapetados ahora tras el independentismo democrático están dispuestos a lo que sea por mantener sus privilegios», dice.

Este «disidente profesional» aprovecha el altavoz de la pregunta sobre la imagen de los catalanes para darle la vuelta como un calcetín y aventar una «caza de brujas» con barretina, una persecución de la que se siente víctima. No se puede levantar la cabeza, dice, y menos si uno es tan alto. «La lista negra abarca políticos, periodistas, escritores, intelectuales, artistas, cineastas y músicos que son blanco de las iras a diario. Se impone el pensamiento único. El conseller de cultura, Mascarell, se ha lavado las manos ante las amenazas que se han vertido contra escritores como Cercas, Pérez de Andújar o periodistas como Javier Sardá, mientras músicos, actores y presentadores se convierten en comisarios políticos al servicio de la causa. Se señala al disidente. Conmigo han llegado a utilizar un fotograma de la película La buena nueva, de Helena Taberna, en la que interpretaba a un falangista para acusarme de fascista. Todo por denunciar los ataques. Nos están trasladando a lo más oscuro de nuestra historia reciente», clama.

Carles Drudis, jubilado

Con la pena dentro por no poder votar desde Avilés

«Si el proceso se lleva a término quizá crezca el rechazo». Carles Antoni Joan Drudis i Garcia escribe así su nombre y apellidos. Habla desde Avilés, donde trabajó desde 1978 hasta su jubilación hace cinco años en el Hospital Central de Asturias. Carles es independentista, un hombre que luce un pin con la estelada en la solapa de la chaqueta, que vive conectado con el día a día de Cataluña y que agita su bandera sin temor al qué dirán. «Mi ideología es que cada país sea un Estado: lo pienso para Euskadi, para Escocia, para Bretaña...», resume. «No me escondo. Soy independentista y defiendo mi postura aunque me vengan con mil razonamientos contrarios», dice este licenciado en Biología que ha perdido a su compañera Mandy hace cuatro meses por un cáncer.

Pese a tantos años en Asturias, Carles conserva intacto el acento catalán. Y ha enseñado el idioma a sus cuatro hijos. «Mi compañera también lo hablaba pese a no ser catalana... Nunca me han rechazado ni señalado, aunque he tenido que aguantar esa fama de agarrados y que nos gustan más las mongetas que las fabes... En Madrid, donde vive un hijo mío, es otra cosa. Pero todo depende de en qué medios políticos te muevas: los conservadores son más agresivos. Entre los progresistas encuentro mucha mayor comprensión», señala.

Este jubilado acivo entretiene sus horas encuadernando sus libros en un taller de la Escuela de Artes y Oficios de Avilés. «Un medio ultraconservador», susurra. «Todos saben de dónde procedo, cómo soy y cómo pienso. Nadie se mete conmigo. Asturias es bastante más adelantada que otras regiones. Sí me ha tocado oír comentarios despectivos en Granada y en Sevilla. ¿Qué se piensan estos? Si se atreven a sacar las urnas que salga la Guardia Civil, dicen. Entonces toca aguantarse». Su gran pena es que pensando como piensa, su voto no podrá jamás sumarse al de quienes aspiran a la independencia. Sólo pueden participar los residentes en Cataluña y los catalanes que viven en el extranjero. Como en Escocia. «Me duele, pero lo entiendo. Estoy censado en Avilés. No iré a Cataluña el 9-N. No tengo ánimos. Hubiera ido con Mandy, ella no compartía mi ideología, aunque me comprendía. Pero desde aquí veré algún día el triunfo de la voluntad independentista».

Serafín Marín, torero

Un emigrante a la fuerza perdido entre dehesas

Serafín Marín (Barcelona, 1963) ha sido una especie de tótem nacional, una suerte de empecinado en traje de luces . Mientras se debatía la ley que prohibió los toros en Cataluña, el maestro de Moncada y Reixach hacía el paseíllo en la Monumental y en Las Ventas con la señera como capote y cubierto por una barretina por montera. Ahora ejerce de catalán en Sevilla. «Aquí no nos pueden ni ver», suspira. «Nos miran mal por estos rollos independentistas cuando somos muchísimos los que compartimos la opinión de los demás españoles. ¿Votar yo? Me tienen que matar primero», bufa.

«Por supuesto que soy catalán, pero me he tenido que ir fuera para ejercer mi profesión. Vivir del toreo en Cataluña es una proeza. ¿Roñosos? Pues yo soy muy espléndido. En Andalucía sí que son de la hermandad del puño, tan agarrados que parece que lleven una piedra en el bolsillo», relata. «Cataluña, hablando en plata, es un encanto. Pero está en manos de una gente... Y me callo porque no la quiero liar». Como si el torero se hubiera quedado quieto, como Tancredo.

Luis Goytisolo, escritor

Desde el sillón C mayúscula de la RAE

Deja bien claro el escritor que es «barcelonés», nacido en esa ciudad que los propios catalanes motejan como la millor botiga del món (la mejor tienda del mundo), «ese inmenso Corte Inglés», como dice con sorna el autor de Antagonía. «Nací en 1935 en Barcelona (seguramente, un error del Registro Civil) de una familia con raíces menorquinas y catalanas. Siempre he sentido el ser catalán como una identidad ajena. Algo contrario al ser español. Pero no soy nada patriótico y a los 19 años, lo que a mí me apetecía era largarme a París... Pero me cabreo cuando alguien se mete con España, es cierto», dice.

Goytisolo vivió durante muchos años en un piso cuyos ventanales daban a la mismísima puerta de Los Jerónimos del Museo del Prado. Antes de mudarse a la Torre de Madrid, pasó horas y horas viendo crecer el cedro que medraba ante sus cristales mientras pasaba a limpio, en un trabajo de relojero, sus novelas. Si giraba la vista a la izquierda se topaba con el palacete que acoge la RAE, donde ocupa el sillón C mayúscula. «Yo me siento muy cómodo vinculado al español, me va muy bien para expresarme, como me ocurre también en inglés. El catalán lo hablo relativamente, pero nunca lo he escrito. Para mí Barcelona ha sido siempre una ciudad cosmopolita. Aún en pleno franquismo existía una libertad de costumbres impensable en otros lugares. Las gentes de Madrid, como García Hortelano, iban a Barcelona porque allí encontraban una ciudad más agradable. ¿Problemas por haber nacido allí? Nunca. Incluso he recibido el Premio Ciudad de Barcelona. Existía cierta simpatía en España tanto por vascos como por catalanes porque hacían las cosas bien. Aunque en el caso de los primeros, el asunto de la violencia empañaba esa imagen. Hoy esa percepción ha desaparecido y ha dado paso a cierta irritación por todo lo que se está pasando».

¿Qué opina Goytisolo de lo que sucede en Cataluña? «Creo que se están confundiendo. Los independentistas no son más que un 30%. Si hubiera un referéndum con una pregunta clara ganaría el no, como en Escocia o en Quebec. Una cosa es la Cataluña profunda, de los pueblos, y otra las ciudades. Lo más terrible es que hay gente que llega a pensar que ser catalán es sinónimo de independentista. Les animaría a darse una vuelta por Barcelona, donde se oye más castellano que catalán... Esto que vivimos ahora ya pasó con Pujol. Se creó una burbuja nacionalista que reventó. ¿Cómo veo a los catalanes? Yo no defino nunca a la gente de ningún país. Yo no me siento catalán... como tampoco me siento europeo. Yo sigo pensando en términos de país».

Paco Alcázar, dibujante

La refrescante acidez de un residente en Madrid

El dibujante, guionista y músico Francisco Alcázar nació en Cádiz en 1970 y con 20 años empezó a estudiar Diseño Gráfico en la Escuela Massana de Barcelona. Desde 2003 vive en Madrid. Su personaje más popular, Silvio José, el buen parásito, es un parado de 45 años «egoísta, déspota, vago y maniático» que explota a su padre, con quien vive. Gasta pijama, es adicto a los videojuegos de la II Guerra Mundial, a la Teletienda (compra cacharros demenciales) y se atiborra de salchichas Chisparritas. Alcázar es autor de algunas de las historias más desasosegantes del cómic nacional. Abandonó, al igual que Fontdevila, Monteys y Vergara, su colaboración en El Jueves tras negarse la editorial a publicar una portada sobre la abdicación de Juan Carlos I.

Paco Alcázar se siente también más «barcelonés» que cualquier otra cosa. «Creo que es algo distinto a ser catalán. Fuera de Cataluña se ve a los catalanes como gente trabajadora, formal, preocupados por la imagen, por el dinero y algo antipáticos». El dibujante confía que «jamás» se le haya tratado de modo inusual por su acento o por su origen. «Repito que me siento barcelonés. En general, nosotros nos caracterizamos por una cierta obsesión por cómo nos ven los demás, por estar l día, por un sentido del humor irónico y cabroncete y por apreciar los establecimientos públicos bien decorados».

Joaquín Luna, articulista

Un catalán entre españoles y al revés

«Ser catalán era un plus dentro de ser español. Daba orgullo y distinción. Éramos como más viajados, teníamos más cartel y nos creían siempre más listos de lo que éramos. Todo era muy natural. Pero con el auge nacionalista todo ha cambiado. Hemos pasado a los odios. Y no es cierto que España nos tuviera manía», sostiene Joaquín Luna, corresponsal de La Vanguardia en Hong Kong, Washington y París entre 1987 y 2000, y autor de unas sabrosas, juiciosas y divertidas columnas donde reivindica su certeza de ser «un catalán entre españoles y un español entre catalanes», que respeta la ley y tiene que irse a Castellón a ver torear a Morante de la Puebla «porque en mi tierra es un proscrito».

«Viajando por España se desarrollaba una querencia por aquel país singular, acomplejado y brillante, con una diversidad humana, culinaria y paisajística que te acaba resultando entrañable. Es precisamente porque se viaja mucho y casi siempre lo más lejos posible por lo que muchos catalanes reducen su percepción de España a un Madrid siniestro que viste pantalones rojos y cinturón con la banderita rojigualda», lamenta. «Nunca he ido de nacionalista, pero trato de hacer pedagogía, de explicar cómo vivimos. Y cuando se me ataca defiendo Cataluña a saco».

Jaume Soler, periodista

El secreto de hablar catalán en la intimidad

El periodista Jaume Soler Albertí salió de Palamós (Gerona) con 23 años y no ha vuelto. Ahora vive en Jerez, casado con una gaditana. Tienen dos hijos con los que habla en catalán «en la intimidad», bromea el antiguo jefe de prensa de la Real Federación Española de Vela. «Aquí la independencia es el monotema. No lo entiendo. Me lo sacan mucho en la conversación. No con mala fe ni contra mí. Pero la gente quiere saber en qué bando estás, quieren que te retrates. Yo me siento español y catalán al 50%. No lo entienden y me piden que sea 100% español. En Cataluña creo que hay menos obsesión por el asunto. Alguna vez me he sentido incómodo», admite.

Así que a Jaume, un tipo tranquilo y sensato, de ademanes y voz pausada, le toca templar gaitas cada dos por tres. Tiene amigos «en los dos bandos». «Toda mi familia de sangre vive en Cataluña; soy el único que está fuera. Mis amigos han salido a hacer la V, en plan festivo y reivindicativo. Es un sentimiento. Y no van contra España. En Jerez me toca ser embajador de la convivencia... pese a que oigo un montón de barbaridades. Como que en Cataluña no se enseña español a los niños. Yo nací en 1971, cuando la inmersión lingüística en catalán. Y he aprendido el castellano de manera innata. Soy un ejemplo de que los idiomas son riqueza. Si algo tengo claro es que el debate es más radical en Jerez que en Palamós. Pero no me siento un extraño. Al contrario, soy feliz y siempre me han tratado muy bien. ¿Mi opinión? El núcleo del conflicto está en el Estatuto que se aprobó en 2006 y que fue recurrido ante el Constitucional por el PP... Con aquel Estatuto no estaríamos hoy así».

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