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El arzobispo Osoro, durante la homilía.
Carlos Osoro apuesta por una «cultura del encuentro»

Carlos Osoro apuesta por una «cultura del encuentro»

En su toma de posesión, reivindica una Iglesia de puertas abiertas y aboga por una "civilización del amor"

Antonio Paniagua

Sábado, 25 de octubre 2014, 09:38

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Carlos Osoro ya es arzobispo de Madrid con todas las de la ley. Ha costado porque su antecesor, el todopoderoso cardenal Rouco, cuya estrella ahora declina con el pontificado de Francisco, ha puesto muchos palos ruedas a su sucesor. Osoro, vicepresidente también de la Conferencia Episcopal y el hombre que más se parece en España al papa Francisco, está llamado a imprimir un nuevo sello a la importante archidiócesis. En su toma de posesión, que se ha celebrado en la catedral de la Almudena, Osoro ha hecho insistentes apelaciones a apostar por la "civilización del amor y la cultura del encuentro". Desde el mismo momento de asumir el cargo Osoro ha hecho pública su intención de abrir las puertas de la Iglesia para que quepan todos y ésta se convierta en una verdadera "casa de la misericordia".

Madrid no es para Carlos Osoro una urbe extraña. Al contrario, "es la ciudad donde se conocieron mis padres". Partiendo de esa premisa, el camino trazado parece claro. Su aspiración es "globalizar el corazón, no la indiferencia".

En contraste con Rouco, siempre receloso de los que dedican su vocación a la vida consagrada, el nuevo titular de la archidiócesis ha dicho a los religiosos que constituyen una "referencia". A los laicos les ha animado a ser "audaces y creativos", al tiempo que ha tenido un recuerdo para los que sufren la "lacra del paro, los abandonados y excluidos".

Para que todos lo entendieran ha evocado la parábola de los panes y los peces. "Dios toma en sus manos los cinco panes y dos peces y da de comer a la multitud; y sobró. Ésta es la desproporción que tenemos que vivir nosotros".

El nuevo arzobispo llegó en coche explanada de la catedral, escoltado por la Policía y por varias decenas de voluntarios. A las puertas del templo estrechó manos y saludó a una anciana de su pueblo, Castañeda (Cantabria)

Seis cardenales, 60 obispos y más de un millar de sacerdotes han concelebrado la misa que ha servido para que Osoro tome el testigo de Rouco. Entre las autoridades políticas se encontraban el presidente de la Comunidad de Madrid, Ignacio González; de Cantabria, Ignacio Diego, y la alcaldesa de Madrid, Ana Botella. El exministro del PSOE, José Bono, también se ha sentado entre los invitados. Bono, católico practicante, es un verso suelto en el PSOE y su presencia quizá obedezca más a sus propias convicciones que a una representación institucional.

Ha dicho ser consciente de que es difícil, muy difícil, cambiar el mundo, pero merece la pena intentarlo. No se trata de una "utopía vaga". Basta con ponerse en el lugar del prójimo, no perder la capacidad de llorar con él. Y ha exhortado a los jóvenes a no caer en el derrotismo y sean "profetas de la vida con palabras y obras".

Rouco, de su lado, que ha hablado en calidad de administrador apostólico de Madrid, ha expresado su "gratitud filial" a los papas a los que ha servido durante la mayor parte de su carrera eclesiástica: Juan Pablo II, quien por primera vez visitó España en 1982, y Benedicto XVI, el papa emérito, que recaló en el solar nacional por última vez en 2011, cuando se celebró la Jornada Mundial de la Juventud.

Carlos Osoro, que ha derrochado campechanía, llega a Madrid con instrucciones del Vaticano de dejar una impronta renovadora. Jorge Mario Bergoglio llamó a Osoro con el sobrenombre de 'El Peregrino', y con ese apelativo se ha quedado.

Frente al autoritarismo de Rouco y su estilo presidencialista, Osoro encarna la cara amable de la Iglesia, la que quiere acompañar más que reprender. Osoro, que hasta tiene un cierto parecido físico con el Papa argentino, inicia su mandato libre de hipotecas y tutelas.

Retos

Osoro tendrá que hacer frente a una secularización rampante, una crisis de vocaciones muy acusada y restañar las heridas surgidas entre la curia madrileña y las congregaciones religiosas, de la que Rouco siempre ha desconfiado.

El Vaticano espera de Carlos Osoro que pise la calle, que despliegue sus dotes de pastor, que atienda a los parias de la crisis. En definitiva, un clérigo con "olor a oveja", para utilizar un tópico que se ha puesto de moda y que ya produce cierto cansancio de tanto repetirlo.

El Papa se fijó en Ososo por su obsesión por el diálogo y un talante conciliador. Como obispo de Orense, arzobispo de Oviedo, administrador apostólico de Santander y titular de la archidiócesis de Valencia, ha demostrado una aversión al conflicto, una tendencia a contemporizar con el poder político, sea del signo que sea, y una preferencia por el trabajo pastoral en detrimento de las disquisiciones teológicas.

El cántabro, de 69 años, descubrió su vocación de forma tardía, a los 28. Conoce, por tanto las realidades mundanas, y antes de ingresar en el seminario estudió Magisterio, Pedagogía y Matemáticas. Está preparado, pues, para propiciar un dialogo entre fe y razón.

De cumplirse lo que establece la tradición, Osoro se cubrirá más pronto que tarde con el capelo cardenalicio. Deja una diócesis de Valencia gobernada ahora por el cardenal Antonio Cañizares, un defensor a ultranza de la unidad de España, como Rouco, aunque ahora los dos están enemistados.

Francisco no ha mostrado prisas en relevar a Rouco, que ya tiene 78 años y que se tomó de forma destemplada el anuncio de su jubilación.

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