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‘Novia profesional’, película de 1933, protagonizada por Ginger Rogers.
Hollywood sin censuras

Hollywood sin censuras

La meca del cine vivió en los años 30 un excepcional periodo libre de controles, que se reflejó en películas como ‘El ángel azul’ o ‘Baby Face’

magdalena tsanis

Martes, 26 de agosto 2014, 01:00

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Adulterios felices, prostitutas sin complejos, delincuentes convertidos en héroes y fiestas en las que no faltaba la cocaína. Hubo un tiempo en el que las películas del viejo Hollywood escaparon del control de la censura, un periodo fascinante entre 1930 y 1934 al que corresponden títulos como El ángel azul o Baby Face.

Si la primera descubrió al mundo los muslos de una entonces desconocida Marlene Dietrich, en la segunda Bárbara Stanwyck dio una lección sobre cómo usar el sexo para ascender en la escala social. Son los ejemplos más conocidos, pero hay muchos más.

En España, Vértice acaba de publicar una edición de DVD con algunas cintas pre-code de los estudios RKO. Es el nombre con el que se conoce ese periodo de libertinaje cinematográfico que Hollywood vivió entre sus primeras producciones de cine sonoro y la implantación, en 1934, del llamado código Hays.

Denominado así por el apellido de su impulsor, William Hays, el primer presidente de la Asociación de Productores y Distribuidores de Cine de América, el código fue una especie de autocensura adoptada ante las presiones religiosas y de los sectores más puritanos.

«No permitía mostrar en pantalla las consideradas como desviaciones sexuales, la vulgaridad, la ridiculización de las religiones, el alcoholismo o la drogadicción», explica Guillermo Balmori, experto en cine y responsable del libreto incluido en la edición de Vértice.

O sea que el asesino debía morir o ser castigado, el adulterio no incentivado ni mostrado de modo atractivo, y suma y sigue.

Ventajas de tener amantes

Pero la cuestión es que al principio, en plena depresión posterior al crack del 29, hubo cierta permisividad. Así, al comienzo de Apartamento de soltero (1931), de Lower Sherman, podemos ver a una criada en un salón recogiendo con naturalidad lo que parecen restos de una fiesta, incluido algún porro y cocaína desperdigada.

Y en Nuestros superiores (1933), una de las primeras películas de George Cukor, aparece Constance Benett en el papel de nueva rica americana que se muda a Londres por amor, pero que después de casarse descubre las ventajas de tener amantes. La cinta también incluye uno de los poquísimos personajes gays del cine clásico.

«La RKO no fue uno de los estudios que más desafiasen el código», indica Balmori. Sus primeras espadas, actrices como Ann Harding, Ginger Rogers, Irene Dunne, Katherine Hepburn y la propia Constance Bennett eran «mujeres fuertes, nada pusilánimes, que vivían su sexualidad sin alardes, pero de un modo decididamente libre», afirma.

Esa imagen «molestaba aún más y era más perturbadora» que los delincuentes y prostitutas con los que se «regodeaba» Warner, añade Balmori. Hasta la conservadora Metro Goldwyn Mayer mostró a una Joan Crawford quitándose las bragas mientras bailaba un charlestón en Vírgenes modernas (1928).

Por supuesto el desnudo estaba vetado por el código Hays. La diosa de Montmartre (1931), de Paul L. Stein, es de las pocas de la época que muestra uno, eso sí, lejano y difuso: de nuevo Bennett como joven rebelde que decide trabajar como modelo (desnuda) para un pintor norteamericano (Joel McCrea).

Ni qué decir tiene que muchas actrices no tanto ellos pagaron el precio de su atrevimiento y quedaron apartadas de la industria una vez que la censura se intensificó.

Es el caso de Helen Twelvetrees, protagonista junto a John Barrymore de La última acusación (1932), en la que interpretaba a una prostituta que seducía a su abogado. O de Dorothy Makaill, la meretriz que en el sórdido melodrama de Warner Safe in Hell (1931) asesina a uno de sus examantes y huye a Sudamérica.

La permisividad tocó a su fin cuando empezaron a multiplicarse las amenazas de boicot del sector católico y la retirada de fondos de algunos inversores. Si hasta ese momento la aceptación del código era una mera declaración verbal, entonces se creó un organismo específico para dar el visto bueno a los estrenos, la PCA (Administración del Código de Producción).

El resto es más conocido. En la época dorada de Hollywood, el código campó a sus anchas e impuso un puritanismo que aún pesa hoy en día en la industria norteamericana. Eso sí, a algunos, como a Lubitsch o a Hitchcock, les sirvió para aguzar su ingenio.

Sirva de célebre ejemplo la larga secuencia del beso entre Cary Grant e Ingrid Bergman en Encadenados (1946). La censura imponía un límite de tres segundos de contacto labial, y puede decirse que Hitchcock cumplió: cada tres segundos, una pausa, y en medio, un sensual diálogo que acabó alargando la escena hasta más de dos minutos y medio.

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