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EL CARTEL DE 2017

ANTONIO GARRIDO

Jueves, 19 de enero 2017, 00:59

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No es frecuente la unanimidad en el aplauso pero al que esto escribe no le ha sorprendido, muy al contrario, la alta valoración del cartel de Raúl Berzosa, el que anunciará a los cuatro puntos cardinales la Semana Santa de 2017. Las obras del pintor, especialmente las que creó para el oratorio de las Penas, muestran su dominio de la técnica, su inspiración y unas dotes eminentes para el más que difícil terreno de la pintura religiosa.

Siglos de arte y una tradición que cuenta con obras maestras universales debidas a los más grandes. Una serie de calidades excepcionales. ¿Se puede renovar, se puede frecuentar nuevos territorios? Berzosa nos muestra que sí. Voy a detenerme en dos aspectos del cartel: la técnica y los valores simbólicos.

Sea el realismo trascendido del referente la virtud principal del Señor de la Humildad que es el motivo clave de este conjunto barroco y equilibrado al mismo tiempo. El rojo del manto es el color dominante por su fuerza que se impone al conjunto, manto rico en bordados para cubrir el verismo de la imagen. No se trata de una reproducción hiperrealista pese a lo minucioso del detalle.

Es el tono de la piel, ese rosado quebrado por las heridas el color dominante de los elementos representados y que se va difuminando en la profundidad del horizonte como vértice de una nueva manera de interpretar esas singulares representaciones de la cabeza de Jesús de frente y con dos perfiles. Es una libre variante que completa el triángulo: Jesús en su entrada en Jerusalén y Jesús Resucitado. Compare el observador el rojo del Señor de la popular Pollinica y las potencias de las dos imágenes.

El artista ha elegido la rotundidad con efectos de transparencia, casi de irrealidad. Lo rotundo frente a lo sugerido en delicadeza cromática. El Señor de la Humildad en un marco con los colores heráldicos de la ciudad bajo la albura de su nombre en grafismo que contrasta con el de la parte inferior, áureo y con movimiento, donde la primera A de Santa es escudo de la Agrupación de Cofradías.

Como en juegos de ilusión las imágenes salen del marco, al modo de la mano del autorretrato de Murillo. Cerrando el espacio, la Catedral y el trono de la Virgen de la Paloma, cofradía a la que pertenece el artista. El primer templo de la ciudad y uno de los grandes galeones de nuestras Indias particulares. Son muchos los elementos y armónicamente organizados por la gradación cromática que acentúa los valores escultóricos de la representación menos con el icono central.

Paleta sobria, pincelada suelta, agilidad en la composición son cualidades principales de la técnica.

La lectura simbólica presenta aspectos interesantes. El principio y el fin, el Alfa y el Omega de la celebración son los hitos del discurso propuesto con un eje de dolor en la figura del Ecce-Homo que resume toda la teatralidad de la celebración.

La monumentalidad de la Catedral y del trono, la rotundidad de sus formas arquitectónicas, la seguridad que transmiten, se convierte en fragilidad frente a la tragedia del inocente. Queda un elemento de mucho relieve: los nazarenos, el pueblo anónimo que saca las imágenes en procesión, que ha bordado el manto de la burla, el manto de la vergüenza para mitigar la humillación.

Todo está en un gesto. Las posiciones frontales del triunfo, momentáneo en un caso y eterno en el otro se hacen cabeza inclinada en la humildad, en la dignidad de la aceptación. La imagen metafórica, esa leve inclinación, es un universo en sí mismo. Tanto dolor y tanta belleza en la sencillez suprema del instante.

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