Borrar
I. JÁUREGUI
En tierra extraña (Apollonia / Libia)
CUADERNOS DEL PASEANTE INVISIBLE

En tierra extraña (Apollonia / Libia)

El lugar más inverosímil para ver un clásico

IGNACIO JÁUREGUI flaneurinvisible.blogspot.com.es/

Viernes, 21 de noviembre 2014, 00:34

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Desde por la mañana hay en el grupo una inquietud sorda. Los catalanes, visiblemente nerviosos, no quieren señalarse; el viajero, escondiendo su propio forofismo, se limita a darles toquecitos para que tomen ellos la iniciativa y, unos por otros, se les echa encima la hora sin haber resuelto. El viajero está por tirarse a la calle a la desesperada cuando la maquinaria de intermediación se pone en marcha. Un muchacho del lugar nos lleva ante un señor con aspecto de no saber muy bien qué queremos. Faltan veinte minutos y estamos en medio de un callejerío oscuro y desierto con dos guías que no hablan más que árabe: la posibilidad de perdernos el clásico empieza a cobrar una consistencia espesa, amenazante.

Todo se arregla, sin embargo, en el proverbial último minuto. Tras un intento fallido en el único bar abierto nos encontramos a la puerta de un cuchitril abarrotado. Se trata -el viajero toma aliento para observar a toda prisa antes de que saquen de centro- de una sala cuadrada, con las paredes desnudas, un mostrador ante una trastienda de la que salen pipas de agua y tres filas de sillas frente al exiguo televisor. No cabe un alfiler: el público es joven, sosegado y más o menos imparcial. Hay varias camisetas blaugranas y alguna blanca, pero la mayoría son de Liverpool, Manchester o Chelsea. Hacemos ademán de salirnos fuera para ver mejor por la ventana pero, inmediatamente y sin mayores alharacas, nos abren paso y encajan tres sillas en la segunda fila. Se usa aquí con el extranjero, ya lo hemos visto otras veces, una cortesía sobria y digna, a años luz del servilismo interesado de otros lugares. Ni la pareja catalana ni el viajero están, en tan críticos momentos, para aspavientos rituales: agradeciendo apenas entre dientes nos abalanzamos a las sillas y clavamos la vista al frente.

Este año, para variar, el Madrid se ha plantado en el Camp Nou con buenas maneras y un aire de peligrosidad evidente. El partido, para quien no ande con las mandíbulas crujiendo de apretadas, ha de ser bonito de ver: el Barça ejecuta sus pasos de baile con la cadencia de siempre, aunque un soplo casi imperceptible de inseguridad les hace elegir el pase más facilito en vez del mejor. No les falta razón: el Madrid, cada vez que la agarra, monta un vertiginoso dispositivo de diagonales asesinas. El público, el timorato público blaugrana siempre acomplejado ante los blancos, flaquea mucho antes que su equipo. Hay un rumor nervioso en la grada cuando Marcelo, navaja en la boca, enfila el pasillo que le ha abierto el lateral adelantado. Desde la otra punta del campo, aparece Carles Pujol cruzándose en un tackling homérico, al límite: el viajero que, fiel a su temperamento cenizo, daba ya por clavado el gol, cree entender que ahí se ha decidido la batalla. Todavía otra vez rebañará el coloso greñudo un gol inminente pero, en efecto, la partitura que suena ahora es otra, y al descanso se llega con la sensación de que es mera cuestión de tiempo que marque el Barça.

Alivio

Las pipas de agua que circulaban han llegado ya a sus asientos y seguramente algo deben tener de relajante, porque el segundo tiempo lo pasa el viajero menos crispado y más atento al entorno. El público local entra y sale, charla de sus cosas, comenta la jugada. En ningún momento aparece la fraternidad impostada, la fácil conexión momentánea, las palmadas en la espalda que en Dublín, por ejemplo, se darían automáticamente viendo un partido de estos. Ni siquiera cuando, a su debido tiempo, justo antes de que empezáramos de nuevo a dudar, llega el gol de Ibrahimovic.

Los españoles saltamos en un gesto que tiene casi más de alivio que de euforia, los libios se felicitan o lamentan según, pero en cualquier otro lugar nos habrían tomado como mascotas, abrazado, jaleado. Esta gente nunca entenderá el fútbol, se dice el viajero, pero enseguida se corrige: lo que falta aquí es la cerveza.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios