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:: i. jáuregui
Un hombre sentado, II (Munich / Alemania)
CUADERNOS DEL PASEANTE INVISIBLE

Un hombre sentado, II (Munich / Alemania)

Beberse una cerveza en Munich es asunto serio

IGNACIO JÁUREGUI flaneurinvisible.blogspot.com.es/

Sábado, 7 de junio 2014, 00:32

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A los meridionales nos es extraña la costumbre de beber solos. Uno puede, por aprovechar un solecito inesperado, sentarse en una terraza, pedir un vermú y un plato de aceitunas, desplegar el periódico y echar un rato: eso está dentro de nuestros parámetros. Pero así, por norma, salir del trabajo y encajarse medio litro de cerveza mirando al frente, sin hablar con nadie, sentado junto a desconocidos en un banco común, eso otro no lo acabamos de entender.

El marco, desde luego, ayuda: esas cervecerías al aire libre son sitios de una amabilidad pedestre, de andar por casa, invitadora. Deberíamos copiarlas: no se necesitan más que unos tablones sobre troncos a modo de mesas y bancos corridos, un cobijo mínimo para los tiradores y el espacio justo de mostrador para ir pasando a por las jarras. Los árboles que aporta el suelo nacional se bastan para crear un emplazamiento donde ciertamente se está a gusto con o sin compañía. El tópico reclama, y más en vísperas de Oktoberfest, alegres grupos de borrachines cantando a coro, pero lo cierto es que el viajero ha coincidido más bien con bebedores sosegados, poco expansivos.

Nuestro hombre ha llegado a última hora (uno, con su horario español ya se encontró aquello un poco en retirada), pero nada más lejos de su intención que apresurarse. Para describir su actitud habría que recurrir a las eliminaciones sucesivas: no bebe alegremente, pero desde luego tampoco con amargura; es concienzudo, sistemático, aunque no nos atreveríamos a decir que se aburre; consume una gran cantidad, pero no a la ansiosa manera inglesa, sino a la medida de su apetencia; aunque parezca que cumple con un deber, diríamos que bebe por gusto: desde luego el sabor, la calidad y la temperatura son importantes; está claro que este hombre no aceptaría cualquier cerveza.

Hay, no quisiéramos exagerar su importancia pero tampoco desdeñarlo, un matiz desafiante en su mirada al frente que nos da un hilo del que tirar. Es la mirada del que sabe que está ejerciendo un derecho y advierte a quien haga falta de que no se lo va a dejar arrebatar. A un mediterráneo le parecerá siempre un error ponerse así de tenso, en la medida en que eso echa a perder sin remedio el disfrute, pero para esta gente parece más cierto lo contrario: no podrían abandonarse al menor de los placeres si no estuvieran seguros de habérselo ganado. Es justo tomarse una cerveza tranquilamente al mediodía de la misma manera que es justo dedicar cada uno de nuestros minutos laborales a la ejecución precisa y empeñada de las tareas, y la satisfacción deriva más de ese equilibrio logrado que del momento en sí.

Lo que tienen los hilos es que cuando uno empieza a tirar ya no sabe detenerse. Ahora todo en el personaje -la cazadora de cuero un poco raída, los zapatos de faena, la gorra gris, el bigote incluso- nos habla de lo mismo: del orgullo tranquilo y sin alharacas del trabajador, de una firmeza basada en la conciencia de tener los deberes hechos, de un sindicalismo honesto, a la antigua que entre nosotros se perdió hace tiempo, si alguna vez lo hubo. Antes de embalarnos e inventarle un pasado heroico echamos el freno y lo dejamos ahí, tranquilamente, con su cerveza rubia de medio litro. Que sin duda se la merece.

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