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Vergüenza

La rotonda ·

Antonio Ortín

Málaga

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Lunes, 25 de junio 2018, 08:37

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Esta vez no hubo focos ni políticos de ningún gobierno en los puestos de mando de las ONG. Ni siquiera los pelotas de los partidos se molestaron en desollarse los dedos en el Twitter para vender las bonanzas del jefe, qué bueno es carajo, bla, bla bla. Esta vez andaban de cogorza por las moragas de San Juan y no tocaba hacer CEO con los 800 subsaharianos rescatados en un solo día del naufragio de la esperanza, 315 de ellos en Málaga. Esta vez, digo, fueron el silencio y la oscuridad de los muelles del puerto, de todos los puertos: Tarifa, Motril, Canarias... Y, eso sí, las fieles manos que siempre encuentran quienes tratan de cruzar el charco en busca de una vida mejor donde, al menos, no los maten. Imagino al bueno de Julio Pulido, de Cruz Roja, desvivido al frente de su equipo, corriendo de un lado a otro, sin resuello para proporcionar una térmica, facilitar un traslado al hospital, coger en sus brazos a los bebés ateridos. Imagino también a esos policías y guardias civiles hidratando, alimentando o calmando a quienes han logrado salvar el pellejo de quedar sumergidos y anónimos para siempre al fondo del Mediterráneo.

«Aquí nos hemos encontrado medio 'Aquarius' en pocas horas». Así lo expresan hoy en estas páginas los voluntarios que están atendiendo a los subsaharianos llegados este fin de semana a Málaga. Pero esta vez, insisto, no hubo 'show' en torno al drama. Nosotros estamos a lo nuestro. Aún con la resaca del solsticio de verano y las playas cubiertas de nuestra propia mierda, nos ponemos estupendos de solidaridad de salón, arreglando el problema de la inmigración a golpe de click; muy indignados en las redes, pero incapaces de preguntar qué ha sido de estas trescientas almas 72 horas después de aferrarse a nuestros norays. Mañana, o pasado, quién sabe, nos los cruzaremos a buen seguro vagando entre nuestros invernaderos o camino de los locutorios del barrio. A merced de buena gente como la de CEAR, cuyo coordinador en Málaga, Paco Cansino, es otro ángel de la guarda.

Pero ni ellos ni su destino nos importan en realidad una higa. Quizá porque no lo vemos un problema propio aunque ocurra en nuestras playas. Nos sacude la avalancha, la llegada masiva, pero despachamos con indiferencia el goteo constante, la patera de 40 o 50 personas. Esas ni las miramos, las hemos incorporado al paisaje como el parte meteorológico de cada día. Es la desoladora marca del individualismo que nos define, por muy progres que nos pongamos en el escaparate. Ya nos ocurrió con Aylan Kurdi, el niño cuyo cuerpo varado agitó las conciencias del mundo. Parecía que todo iba a cambiar, pero qué va. Vinieron más cadáveres yacentes en la arena, como siguieron otros barcos a la deriva.

A mí, qué quieren que les diga. Cuando veo sus ojos en esas imágenes de mis colegas fotoperiodistas, que me interrogan, que sé que me preguntan cómo vamos a ayudarles, no puedo evitar bajar la mirada por sentir tanta vergüenza.

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