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UN VERANO NARANJA

NIELSON SÁNCHEZ-STEWART

Miércoles, 18 de octubre 2017, 09:49

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Había una canción muy pegajosa con ese nombre. Hace un siglo. Empezaba con una interjección y el cantante, que creo recordar se llamaba como el pato de Walt Disney, exclamaba que quería ese sabor añadiendo juventud y frescura como deseos. No sé si estaba patrocinada por la multinacional que fabrica y vende la bebida fantástica o si el nombre se le había asignado como contrapunto a lo que podría haber sido un verano limón. Como los premios que reparte anualmente la Agrupación de Abogados Jóvenes del Colegio y que agradecen el buen trato de jueces, fiscales, letrados de la administración de justicia y funcionarios, afeándoles elegantemente a otros su proceder. Ahora que hemos clausurado oficialmente el período estival -hay que ver lo cursi que se llega a ser para evitar la repetición- vale la pena hacer balance. El verano, ahora sí, terminó en septiembre según dice el calendario pero las calores siguen y el &ldquobuen&rdquo tiempo no nos abandona. Es bueno porque brilla el sol y permite el baño pero es un desastre porque no llueve. La pertinaz sequía, de seguir así las cosas, hará que nos parezcamos a Burquina Faso donde peregrinan los elefantes en busca de agua. Antes, la temporada se prolongaba hasta la Diada, por lo menos en Cataluña pero ahora lo hace hasta el puente del Pilar y como esto continúe hasta el de Todos los Santos donde las castañeras hacen el soberano ridículo evocándonos aquellos tiempos en que nos calentábamos las manos con su producto. O hasta el Puente de la Constitución, tan de moda en estos días ya que hasta los gatos insisten en que hay que modificarla. Para Marbella el solecito viene de perillas porque el turismo no nos abandona y las terrazas están abarrotadas de rubicundos extranjeros en mangas de camisa o en camiseta enseñando sus originales tatuajes. Claro que ha aparecido una chica guapa que dice que no, que se va el anticiclón y que lloverá.

Estos meses han sido pródigos en visitas. Hasta hemos tenido una boda real, bueno gran ducal, pero con mando en plaza. Yo pensé hace años cuando mis niños estaban en edad de merecer, aconsejarles que se casasen en la ermita del Santo Cristo. Permitía invitar a poca gente por la capacidad pero el pilar que hay a la entrada me disuadió del empeño. Es un parteluz que obliga a los novios, ya marido y mujer, a tomar una de tres decisiones: la primera desde que se han matrimoniado. O separarse e ir cada uno por su lado, o coger la derecha o irse por la izquierda lo que podría ser mal interpretado por alguno. Ninguna de las opciones me satisfacía así que no insistí. No sé cómo se las arreglaron los luxemburgueses a los que les deseo toda la felicidad, para superar ese contratiempo.

Además de esta ceremonia, ha regresado por aquí la señora estupenda que tanto brillo le daba a aquellas fiestas que organizaban las instituciones benéficas y que costaban un ojo de la cara. Esta vez ha venido acompañada del nobel a quien oímos vociferar hace poco quizá evocando la época en que pretendió gobernar su país de origen. Una faceta para mí desconocida ya que sólo le sigo por sus libros y por sus discursos académicos. Por suerte dijo cosas muy sensatas, a diferencia de otros intervinientes en manifestaciones de signo opuesto que se limitaban a eslóganes disparatados. Nos hizo el honor también el sobrino y nieto real, este sí que es real, que ha sacado novia y se pasea de lo más ufano. Y ella no cabe en su pellejo. Modelos y toreros no nos faltaron según nos informa la revista rosa por excelencia. Hay varios y varias cuya existencia no conocía pero que gozan de buena pinta y seguro que son famosos. Tuvimos también al irreductible marqués que me ha hecho perder la cuenta de las veces que ha prometido o jurado permanecer al lado de una señora hasta que la muerte los separase. Una auténtica fábrica de marquesas el hombre.

Pero no todo ha sido coser y cantar. La esposa del ex mandamás del universo se nos ha ido a Mallorca que es una lata porque o hace mucho calor o hay tramontana.

Si no se navega véngase a Marbella que no hay comparación, señora.

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