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Venezuela, la utopía sangrienta

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Jueves, 3 de agosto 2017, 07:53

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Los acontecimientos venezolanos se suceden a tal velocidad que ni siquiera las redes virtuales pueden contar sin algún desfase la demolición de una democracia y las víctimas que está ocasionando esta demolición, porque, desgraciadamente, cinco minutos más tarde se producen más muertos seguidos por más griterío, nadie se libra. Para colmo, el discurso político de Nicolás Maduro, si alguna vez lo hubo, ya no intenta explicar, sino imponer vociferando, una infamia programática anacrónica, aislacionista, semejante a la que combatieron, por lo que se ve sin demasiado éxito, los patriotas analizados en el gran ensayo 'Las Repúblicas del aire' de Rafael Rojas, donde se aborda a los fundadores, llamados Libertadores, que desde la Patagonia hasta bien adentrado el norte de México se enfrentaron a una decadente monarquía ibérica a su vez secuestrada, paradójicamente, por otro libertador: Napoleón Bonaparte. Uno llega a la conclusión de que en el territorio perteneciente a la antigua América española, convertido en apenas dos décadas en repúblicas de facto, el control social en realidad ha sido un freno para el avance económico y educativo, es decir, para el progreso, mientras los fantasmas del imperialismo, del enemigo exterior, han sido utilizados como armas que en su momento fueron ciertas pero que hoy, cuando el conflicto no es del todo Norte/Sur sino Este/Oeste, son una falacia, una escapatoria, un truco para esconder el fiasco que protagonizaron, y protagonizan, los distintos estamentos que componen aquel continente poseedor tanto de riquezas incalculables como de élites insaciables, protagonistas de proyectos nacionales frustrados. Siempre existe un 'otro' al que echarle las culpas. La otredad, en este caso, supone un eslabón más de la astucia maniobrera imprevisible de los demagogos populistas, es su cuento predilecto, lo que ocurre es que el cuento ha sido tan repetido y manoseado que lo único sorprendente sería que de verdad viniera el lobo, como en los años cincuenta, sesenta y setenta del pasado siglo, y Trump recordara la doctrina Kissinger, y la estrategia que ordenó, a través de la actualización de la doctrina Monroe, la administración Nixon, respecto a Latinoamérica. Esperemos que aquello nunca vuelva a ocurrir.

En la Gran Colombia, las utopías fundacionales, por cierto disímiles, de Francisco Miranda, Andrés Bello o Simón Bolívar, sucesivamente, se fueron al garete. Al final de su vida, el propio Bolívar, que ahora invoca Maduro para dar ¿legitimidad? histórica a su golpe constitucional, escribió desencantado que «intentar establecer una democracia en estas tierras es como arar en el mar»; hay que decir que ni Bolívar, ni los que le sucedieron, ni el régimen liberal, ni el dictador Pérez Jiménez, ni la supuesta social-democracia de Carlos Andrés Pérez tuvieron excesivos escrúpulos en sus acciones gubernamentales. No obstante, el proceso desatado por Maduro, apoyado por un ejército cansado y empobrecido, y por un sector de la sociedad civil manejada por soflamas y consignas, ha traspasado todos los límites, y Maduro tendrá que asumir graves responsabilidades si toda esta falsa utopía, alimentada por el tongo, el secuestro y el miedo, termina ahogada en sangre.

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