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JOSÉ MARÍA CALLEJA
Viernes, 29 de septiembre 2017, 08:33
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Aún sin saber el nivel de destrozo al que se puede llegar este domingo en Cataluña, lo cierto es que hoy ya se ha producido una dolorosa fractura en la convivencia entre los catalanes. Es como si la pasta de dientes hubiera salido del tubo y fuera extraordinariamente complicado volver a introducirla. De un lado, tenemos a los 'soviets' de la CUP, que ya han dicho que 48 horas después del domingo se declarará la independencia. Se trata de saber si Puigdemont obedecerá a esa estrategia, como vienen haciendo los restos del partido fundado por Pujol desde, pongamos, la defenestración de Artur Mas y su sustitución por el actual President.
No parece que los dirigentes del PDeCAT estén por la labor de hacer esa declaración unilateral, que les llevaría directamente a la derrota y que algunos de sus portavoces ya han descartado. Entraríamos entonces en un juego de enfrentamiento más abierto en el seno del bloque que nos ha llevado hasta aquí. Esa posible división no debería evitar, quizás la estimularía, la necesidad de una negociación entre el Gobierno de España y el gobierno autonómico catalán que intentara desatascar el problema y llevarlo a otros términos, no a los de la violencia callejera en los que los más radicales lo han situado con jolgorio, mística y euforia del mañana nos pertenece.
La cosa ha pasado de supuesto referéndum por la independencia a un ansia, por parte de algunos de los movilizados, de revolución que acabe con el sistema, de el poder a los 'soviets' y termine con la burguesía, esa que se reconocía en el partido de Pujol. El asunto es grave y por si no lo fuera tanto ya se ha producido, desde hace semanas, una efervescencia en algunos medios de comunicación que puede estar atizando frustraciones futuras. Se ha creado un clima de opinión enardecido, que mete en la espiral del silencio a los considerados enemigos y que se está llevando por delante relaciones personales, familiares, antiguos afectos que han saltado hechos trizas.
El partido del domingo primero de octubre no se podrá jugar porque los convocantes pretenden jugar con un balón de rugby un partido de baloncesto. Mientras tanto, hemos tenido que ver cómo se llama 'fascista' a Joan Manuel Serrat o se tacha Barcelona como lugar de nacimiento de Juan Marsé. De 'los otros catalanes', como se llamaba a los inmigrantes, hemos pasado a los no catalanes, con el que se etiqueta a todos aquellos que no tragan con el pensamiento único independentista.
La política de señalamiento a los que se opusieron al atropello a la democracia perpetrado el 6 y 7 de setiembre en el Parlament, ha espoleado la campaña de estigmatización a los desterrados de su condición de catalanes por no ser independentistas. La pasta de dientes.
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