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TEMPUS FUGIT PERO NO TANTO

NIELSON SÁNCHEZ-STEWART

Miércoles, 13 de septiembre 2017, 00:27

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EL tiempo no lo inventó nadie. Es un factor que está presente en nuestras vidas y que se nos escapa entre los dedos. Desde la más remota antigüedad, el hombre se dio cuenta que era limitado y, por eso quizá, lo que sí inventó es un método para medirlo. El reloj es un artilugio que nos acompaña desde siempre: clepsidras, el agua, la arena, el sol y la sombra. Mucho tiempo después, la maquinaria a cuerda y ahora los satélites que han puesto fin a interminables discusiones entre los tardones y los puntuales. Ahora es imposible justificar un retraso culpando al reloj en la muñeca o en el bolsillo. Todos disponemos de un teléfono móvil que entre sus muchas e inabarcables prestaciones nos da la hora exacta, con minutos y si investigamos más, incluso con segundos. No atrasan ni adelantan y prosiguen su inexorable andar recordándonos cada vez que miramos la pantalla, esto es, a cada rato, que queda mucho para que termine la jornada laboral, que a la insoportable película que estamos presenciando le queda todavía un ratazo, que el dentista ha calculado mal y que el paciente que nos antecede sigue en el potro del tormento. Para los tribunales el tiempo va por su lado. Si te citan a las diez, puede que no te llamen hasta las once y eso si tienes suerte. Siempre pienso que si me devolviesen lo que he invertido en las esperas sería jovencito y quizá estaría haciendo la mili. A medida que nos hacemos mayores, este importante elemento, el tiempo no la mili, va adquiriendo mayor importancia porque si tenemos algo de imaginación, nos percatamos que nos queda no digamos poco, no hay que ser agorero, pero mucho, mucho, no.

Tampoco tenía mucha importancia para los trenes ni para los aviones. Salían cuando buenamente podían y llegaban también cuando les era posible. Pero ya no: el AVE es de una puntualidad exquisita. En cada vagón hay una pantalla digital, de ésas con cuatro números y apenas coinciden con lo que tienes impreso en el billete se mueven las ruedas y un minuto antes se cierran las puertas y quedas encerrado, con las ventanas también herméticamente clausuradas. Una diferencia notable con aquel ferrocarril que te permitía largas despedidas con la novia, corriendo en el andén y alargando el brazo para tocarla para acortar la ausencia. Y con el inevitable viajero del último momento que se trepaba en marcha. La aviación, por su parte, se aprovechaba de todas las circunstancias para justificar la impuntualidad: la estiba, la maleta facturada sin viajero con posible bomba en el interior, el vuelo de conexión que no llegaba, la climatología, el colapso en el aeropuerto y, por supuesto, las huelgas de pilotos, azafatas, controladores, mecánicos, descargadores, personal de tierra, de aquí y de allí que fastidiaban lo suyo. Pues hoy no. compiten en aterrizar en la hora prevista. Una compañía hace sonar una corneta en medio del regocijo del pasaje que aplaude. Otra presume de precisión exacta. La Unión Europea legisla sobre los derechos de los viajeros que pueden reclamar daños y perjuicios cuando no son transportados cuando corresponde...

Pero en Marbella seguimos a la antigua. Nuestro inefable transporte público que nos conecta con el exterior tiene horarios que los propios choferes califican de &ldquoorientativo&rdquo y no hay conciencia que nuestra ciudad precisa de excelentes conexiones porque vivimos de los que nos visitan. Cuando comenzó a funcionar el tren de alta velocidad que comunica Málaga con la Villa y Corte, que le ha dado un empujón formidable a la capital de la provincia, alguien con muy buen juicio trató de coordinar los autobuses desde nuestra ciudad a la estación. No sé qué pasó con la idea pero ha desparecido su puesta en práctica y no era tan difícil. Por el contrario, hay algunos que llegan cinco minutos antes del horario programado por el tren y, claro, es imposible abordarlo. En el mejor de los casos, hay que esperar una hora. Lo mismo sucede al regreso. La descoordinación es absoluta. Me he pegado unas carreras para alcanzar el bus que salía a su hora exacta, éste sí. Con el aeropuerto pasa algo peor. Aquí, claro, no se puede fletar un bus cada vez que llega un avión pero creo que tenemos suficiente categoría para que saliese uno, digamos, cada hora e incluso cada media en horas punta y en verano. Ya verían los señores empresarios que a poco andar se llenarían. Y, por la noche, llegar condena a pasarla en la sala de espera o invertir un capital en alquilar un coche o coger un taxi.

Leía el otro día un sabroso artículo que hablaba del gigante que está obligado a dormir por la noche: el aeropuerto Costa del Sol, Pablo Picasso o código IATA: AGP, código OACI: LEMG para más señas.

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