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Lunes, 25 de septiembre 2017, 08:10
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El 'procés' está produciendo una cantidad abrumadora de literatura, o más bien de textos, que se corresponde con el peso que el tema tiene ya en la vida cotidiana. Uno de los grandes cronistas de la cosa decía, en tono un pelín altanero, que habría que preocuparse cuando ya se hablara en los bares de Cádiz, como si Cádiz fuera el Finis Terrae, (aparte del lugar de nacimiento que da derecho a asaltar y violentar a una mujer, que hay que ver las excusas que se pueden llegar a inventar para lo inexcusable, como ha hecho el empresario denunciado por Teresa Rodríguez). Pues en los bares gaditanos, y en las playas, como en los de todas partes, se habla de la crisis causada por el independentismo y crece la preocupación y la incertidumbre por lo que va a pasar de aquí al domingo y en los días siguientes. Por eso, lamento no tener otro tema para esta cita de lunes y créanme que lo he intentado.
Percibo entre los ciudadanos de a pie con los que hablo, a los que oigo en este sur del sur, un cierto sentimiento de angustia derivado de que le han comprado la moto a ese supremacismo que impregna el independentismo catalán, aunque ellos lo quieran disfrazar de buenrollismo. Como parece que en ciertos ámbitos se transmite una cierta simpatía hacia los manifestantes como si fueran pueblos sojuzgados que se levantan contra el poder despótico del Estado, cuando en realidad se trata de una 'revolución' inspirada desde arriba, desde el poder, un poder que se ha puesto al servicio de la causa de parte, sin respetar a la mayoría de su pueblo, al que ha dividido y enfrentado.
Por supuesto que no sé cómo acabará esto. Solo me da luz una idea, de la última canción de Jorge Drexler: «Nunca estamos quietos, somos transhumantes, somos padres, hijos, nietos y biznietos de inmigrantes. Es tan mío lo que sueño que lo que toco. Yo no soy de aquí. Pero tú tampoco».
Luchar contra los nacionalismos, pienso, esa sí que es una hermosa tarea.
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