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La sirenita malagueña

La sirenita malagueña

La tribuna ·

La farola ha sido testigo de guerras, ha llorado con los muertos y los heridos que regresaban de las sangrías del norte de África; y le han apagado su luz en la Guerra Civil mientras fue republicana

JAIME AGUILERA /ESCRITOR

Sábado, 4 de noviembre 2017, 11:14

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Tenía muchas ganas de ir. Y al final encontré un hueco para visitarla: la Farola de Málaga cumple doscientos años y bien que se merece una exposición como la que se abrió la semana pasada en el Aula del Mar, Museo Alboraina. Si Málaga existe es por su bahía, si los fenicios decidieron instalarse en ella, si decidieron convertir así a Malaka en una de las ciudades más antiguas de Occidente, fue por su mar y su clima: acogedores y hospitarios ambos dos.

«Aquí no llega el frío, ni la nieve, y corren apacibles de continuo los marítimos céfiros suaves a recrear los hombres dulcemente». Estas palabras no están atribuidas a un turista europeo del siglo XXI sino a un griego -Homero para más señas- de hace casi tres mil años -ahí es nada-. Y reflejan desde un principio, desde hace tres milenios, la esencia de la ciudad: lo benigno de su clima y su mar. Bien es cierto que no le contaron a Homero los contados días donde sí ha nevado desde entonces, o aquellos más numerosos donde el terral ha convertido a la ciudad en un infierno: sencillamente no se lo contaron a Homero porque son las excepciones que confirman una regla.

Y si Málaga existe gracias a su clima, este no sería posible sin su mar. Y si hay un símbolo que represente todo lo anterior, no cabe duda, ese es su Farola.

Cuando alguien visita mi casa, especialmente si no supera los doce años, disfruto jugando a adivinar cuando será el próximo parpadeo de la Farola. En las cartas marinas aparece 3+1 destellos cada veinte segundos. Yo lo transformo en cinco segundos, destello fuerte, destello medio, destello suave, cinco segundos, destello... y así voy adoctrinando a pequeños grumetes de tierra adentro, y les digo que si es de día se fijen en el monte de San Antón, en «las dos tetas de Málaga», y se ríen con malicia...; pero les advierto que si alguna vez se pierden en el mar, en la noche..., que cuenten los tres destellos seguidos y después el único, y entonces sabrán que están en Málaga, porque esos destellos no pueden venir de otro sitio que de la Farola de Málaga.

En los miles de kilómetros de la costa peninsular española solo hay un faro con nombre de mujer: nuestra Farola (la otra hay que buscarla en territorio insular: en Santa Cruz de Tenerife). Porque no podía ser de otra forma: una ciudad milenaria, coqueta y zalamera como Málaga tenía que tener como símbolo a alguien con género femenino.

Hay varios símbolos universales de ciudades que están en su bahía (La neoyorquina Estatua de la Libertad o el Golden Gate de San Francisco, por ejemplo). También el símbolo universal y portuario de Copenhague es su sirenita, invención de un ilustre visitante de la ciudad, Andersen, que también se enamoró también de nuestra Farola. Todo lo anterior me lleva a proponer que entre 'El Cenachero' y 'La Farola'como reconocidos símbolos de Málaga, yo, sin lugar a dudas me quede con la Farola: nuestra sirenita malagueña.

La Farola en una sirena novia de Málaga, una novia que existe desde hace poco, no llega ni a un cuarto de milenio, y por eso no ha visto a los marineros fenicios, griegos, bizantinos o musulmanes, ni al Gran Capitán embarcar con infantes y caballos rumbo a Italia, ni a Velázquez camino de Roma, ni al rey Felipe IV. Por el contrario, nuestra Farola sí ha sido testigo, en 1831, del fusilamiento de Torrijos y sus hombres a su poniente; del incendio y hundimiento en 1859 del vapor Génova a su verita, en el mismo puerto; de las visitas reales de Isabel II, embarcando rumbo a Almería a bordo del vapor Isabel y de Alfonso XII, que es recibido por la Farola a bordo de la fragata Victoria. La farola ha sido testigo de guerras, ha llorado con los muertos y los heridos que regresaban de las sangrías del norte de África; y le han apagado su luz en la Guerra Civil mientras fue republicana. La farola ha aguantado estoicamente temporales y tempestades en un Mediterráneo con una rabia muy ocasional pero no menos rubicunda, tanto que hunde en 1900 a la fragata imperial alemana Geissneau, que rechaza su protección en la tormenta.

La Farola, en definitiva, ha visto como en doscientos años se ha ido transformando la ciudad y su puerto, como se ha ganado tierra al mar para el Parque, como se ha construido el dique de Levante, el Muelle Uno, el Palmeral de las Sorpresas.

Todo ha ido cambiando hasta tal punto que ya ni siquiera necesitan su luz los marineros: los gepeeses y toda la tecnología actual la hacen innecesaria. Sin embargo, su luz no se debería apagar porque hay muchas personas que necesitamos seguir alimentándonos de su luz no para nuestro barco -que no tenemos- sino para nuestra alma: por eso les invito a que antes que termine el mes de septiembre visiten esta exposición en el edificio de la autoridad portuaria.

Y por supuesto les invito igualmente a que, cuando llegue la noche, se dejen llevar por la protección de la luz intermitente de la Farola de Málaga, nuestra particular sirenita malacitana, que acompaña sus noches tibias con su canto silencioso de destellos de luz en el horizonte.

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