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Sergio Ramírez entre las fieras

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Jueves, 26 de abril 2018, 07:57

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El título de este artículo se inspira en la frase del crítico Louis Vauxcelles cuando acudió al salón de otoño parisino de 1905 y vio aquellos lienzos de colores estridentes que rodeaban una escultura de formas renacentistas de Albert Marque. Vauxcelles exclamó, y luego escribió en el periódico «Gil Blas», «est Donatello parmi le fauves», «es Donatello entre las fieras», al contraponer, con sus aguzados ojos, la serenidad clasicista de la pieza escultórica con los tonos fuertes allí representados; precisamente de la frase de Vauxcelles nace el fauvismo, ese estilo de inflexiones vibrantes y radicales donde la impresión óptica triunfa sobre las pautas del razonamiento y de la lógica. Primitivos, amantes de la naturaleza, selváticos y rebeldes, en el mundo fauvista, liderado, entre otros, por el gran Matisse, Derain y Vlaminck, a los que yo añadiría abiertamente a los puntillistas Seurat y Signac, a Rousseau el aduanero con sus falsamente lánguidos, aunque expectantes, tigres y trópicos, y hasta a un Picasso que, como siempre, transitará por todas las direcciones, y que, quizá por ese incesante fuego fatuo, Jean Cocteau acuñaría para él la audaz consigna de 'El retorno al orden', que más o menos suena a advertencia, o al menos, a consejo. Quiero confesarles que la muestra que ahora puede verse en el Museo Carmen Thyssen Málaga: 'Mediterráneo, una Arcadia reinventada' ofrece al visitante un exhaustivo panorama de cómo se gestionó esta ruptura desde los decadentistas ismos de finales del siglo XIX al balbuceo de la abstracción, creadora de una utópica Arcadia con el Mediterráneo al fondo.

Precisamente coetáneo de estas rupturas plásticas fue el poeta nicaragüense Rubén Darío, modernista de pro, decadente de absenta, ajenjo y tules azules y amarillos. El dolor y el placer marcaron su existencia y su proceso literario, también arcádico y sideral, trascendió al parnasianismo de su época. Rubén fue el rey de reyes de una de las naciones mínimas que componían, y componen, la gran América Central, frontera de imperios y piratas: Nicaragua. Hace unos días me emocioné escuchando el discurso de un heredero suyo, Sergio Ramírez, al recibir el Premio Cervantes de este año. Sergio es como Rubén, aparte de profesor, escritor, poeta y diplomático, y por eso su relato oscila entre la belleza formal en estado puro y un compromiso directo con la realidad. Sergio Ramírez, exvicepresidente con los sandinistas, disidente más tarde, lleva tatuado en su piel el tortuoso devenir de su patria cuando, con un lazo negro en la solapa, denunció la represión que ejerce la dictadura de su excompañero de armas Daniel Ortega, contra el pueblo indefenso. De Somoza a Ortega y tiro porque me toca, sobre todo disparo sobre el más débil. Ramírez también recordó la llegada a Portobelo de los primeros ejemplares del Quijote y restauró a Darío en su gloria: «Todo lo renovó Darío: la materia, el vocabulario, la magia peculiar de ciertas palabras, no en vano le escribió Valera: usted lo ha revuelto todo y ha sacado una rara quintaescencia, no en vano dijo Borges que había sido el auténtico liberador de América».

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