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Ser lo que somos

Manuel Castillo

Málaga

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Domingo, 7 de enero 2018, 10:02

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Hay motivos más que suficientes y argumentos sólidos para concluir que vivimos en un gran país y que nuestro estilo de vida es uno de los más sabios del entorno europeo y mediterráneo, quizá como resultado de la impronta que han dejado grandes civilizaciones a lo largo de la historia y durante siglos. Y aquí, en el Sur, disfrutamos, por si fuera poco, de unas condiciones naturales que mejoran si cabe el vivir mientras andamos el tiempo.

España es un país tolerante, con madurez democrática y una historia y cultura que, irremediablemente, marcan nuestra forma de ser y estar. Disfrutamos de un Estado del Bienestar que, si lo comparamos con el resto del mundo, es uno de los más avanzados y protectores. Estamos integrados en Europa y nuestra economía es dinámica y ofrece oportunidades. Y hemos tenido el acierto de configurar una forma de vida que es la envidia de nuestros vecinos. Y sí, también trabajamos mucho, somos creativos e imaginativos, improvisamos, somos resolutivos, eficaces, pragmáticos y tenemos un gen que nos predispone a disfrutar de la vida, de la calle, de los amigos, de la familia y, como dice ese anuncio, nos gusta tocarnos, abrazarnos y querernos. Hablamos por los codos (no todos), y a veces muy alto, reímos, bailamos, bebemos y amamos. Hemos sido capaces de convertir en un ritual sagrado el hecho cotidiano de sentarnos alrededor de una mesa, porque las cosas de comer son muy serias como para hacerlas rápido, de pie, con urgencias o en soledad. Inventamos la siesta y las eternas sobremesas. Aquí, en España, y sobre todo en Málaga, se vive muy bien. Y hay innumerables ejemplos que nos recuerdan que somos un lugar próspero dotado con un clima y unas condiciones que explican por qué fenicios, griegos, romanos o musulmanes decidieron asentarse aquí y no en Islandia, por ejemplo.

Por supuesto que hay carencias, problemas, crisis, desajustes, desempleo, pobreza, injusticias, agravios y calamidades, pero todo ello no debiera ocultar algo esencial, el orgullo de ser lo que somos, cómo lo somos y dónde lo somos. Málaga es un gran lugar, con ciudades como la capital, Marbella, Mijas, Nerja o Torremolinos donde millones de europeos se mueren por venir; con un entorno natural privilegiado y un legado monumental, histórico y cultural que nos recuerda lo que fuimos. En estos tiempos de fuego y furia, donde todo es definitivo y radical, donde todo parece ser un desastre, donde se busca la excepción negativa para generalizarla, donde se prefiere destruir a construir, corremos el riesgo de olvidarnos de todo lo bueno que hemos sido capaces de hacer e inocular en la sociedad el veneno autodestructivo de la confrontación. Hoy es de valientes enarbolar la bandera de nuestra forma de ser, nuestra cultura y nuestra patria; abrir las ventanas y fronteras para compartir sin exclusiones, para mezclarnos como siempre hemos hecho. España y el español no necesitan botones nucleares para ser un imperio, basta con ese ingenio incrustado en nuestra cadena de ADN que nos enseña cómo vivir y convivir. Y si es en Málaga, mejor que mejor.

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