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FEDERICO ROMERO HERNÁNDEZ. EXSECRETARIO GENERAL DEL AYUNTAMIENTO DE MÁLAGA
Lunes, 25 de septiembre 2017, 08:09
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El secretario general del Ayuntamiento de Barcelona ha advertido, como debía, a la alcaldesa de Barcelona, de la ilegalidad en la que incurriría en el caso de realizar cualquier acto administrativo que propicie o facilite el referéndum del 1-O. Es a los secretarios, y no los interventores a los que corresponde la fe pública y el asesoramiento legal preceptivo. A los interventores les corresponde el control y fiscalización interna de la gestión económica, por lo que también deberán advertir de la ilegalidad de cualquier acto encaminado a sufragar los gastos del Ayuntamiento con ocasión de dicho referéndum. En las pequeñas localidades ambas funciones están unificadas. Junto con el depositario o tesorero, pertenecen a un Cuerpo de Habilitación Nacional, lo que significa la dependencia del Estado español para el ejercicio de dichas funciones, por lo que no podrán alegar la eximente de obediencia debida respecto de los alcaldes o alcaldesas, si estos incurriesen en cualquier delito de prevaricación o malversación, convirtiéndose en cómplice y colaboradores necesarios de dichos delitos, amén de personalmente incurrir en una falta grave de incumplimiento de sus funciones públicas. A los Cuerpos Nacionales les corresponde pues cumplir una función con trascendencia histórica.
Hace ya bastantes años fui invitado a impartir algunas lecciones a esta categoría de funcionarios de Cataluña, en cursos de perfeccionamiento. Empezaba siempre mis clases pidiendo perdón por no saber catalán, pero ello no impedía que me escucharan con atención, porque lo que les importaba es lo que decía y no el idioma en el que me expresaba. Todavía no había calado lo suficiente en el colectivo que componíamos un sentimiento de españolismo o de anti-españolismo. Mejor dicho todavía no sentíamos un complejo de ser españoles, catalanes o andaluces. Es decir, en su acepción psicológica, no nos sentíamos ni superiores ni inferiores por haber nacido, o vivido, en un determinado lugar.
Todos tenemos culpa de haber llegado a la situación en que estamos. En lo que concierne al problema catalán, por haber asistido impasibles al adoctrinamiento desde la enseñanza primaria de un conjunto de materias, singularmente la de historia, tergiversadas. Además de la manipulación generalizada de los sentimientos en aras de una finalidad política no exenta de intereses espurios.
Pero de esto se ha dicho ya casi todo. La otra pata del problema deriva de algo que es imprescindible decir. Para no ser identificados con regímenes considerados como autocráticos, desde hace muchos años hemos abdicado de ser patriotas españoles, como si dicho sentimiento formara parte de una execrable pertenencia a la derecha más rancia y anquilosada. Hemos sustituido España por 'este país'. Hemos negado la leyenda negra para, sin embargo creernos todo lo que en ella se contenía. Hemos guardado la bandera roja y gualda para sacarla como un símbolo deportivo en los puntuales momentos en que juegan el equipo nacional de fútbol o de baloncesto o nuestros magníficos tenistas. Incluso cuando afirmamos que somos españoles, enseguida acompañamos tal aseveración con toda clase de matices.
Leo estos días un documentadísimo ensayo de una malagueña, María Elvira Roca Barea, titulado 'Imperiofobia y leyenda negra', en el que prueba que todos los imperios -y el español ha existido- han generado una comprensible fobia. Pero el color que aparece en el sintagma 'leyenda negra' es genuinamente español en su origen. Se gestó por el protestantismo para oponerla al significado positivo de la 'leyenda áurea' de la que fue autor el dominico Santiago de la Vorágine, en el siglo XIII. Aunque la expresión fue reintroducida por Julián Juderías, ya referida a 'lo español', lo malo es que los españoles nos hemos creído esa leyenda oscura que, como su propio nombre indica es infundada y parcial en muchos aspectos, y hemos tendido a considerarla como incontestable verdad histórica para que se nos considere modernos e ilustrados. Y a costa de repetirnos esta falacia, sin pasarla por el tamiz de la cordura y la cultura, hemos ido minando cualquier sentimiento patriótico, aunque en algunos casos estuviera justificado. Y a diferencia de la patria vasca o catalana, legítimamente defendida desde las respectivas instituciones territoriales, aunque ilegítimamente alimentadas y afirmadas como antiespañolas, la defensa de la patria española -ojo, no digo del Estado español (diferenciando la razón política de los sentimientos)- no ha sido defendida sino a título individual, desde Quevedo, pasando por Emilia Pardo Bazán, hasta los que ahora ejercen esa defensa. He aquí por qué, a estas alturas, va a ser difícil atajar un problema que tiene coordenadas históricas y culturales muy complejas y cuyo tratamiento necesita tiempo y una correcta culturización. El orgullo patrio catalán debió tener acomodo e integración dentro del orgullo como español.
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