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Menos mal que nos queda Portugal

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Jueves, 15 de febrero 2018, 08:30

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La colonia portuguesa en la provincia de Málaga ronda las tres mil personas, muchos habitan en nuestra capital, más menos, unos quinientos lusitanos; además, Portugal cuenta con un consulado honorario frente al Mediterráneo de Huelin. Desconozco el estatuto laboral y familiar de los portugueses que viven en Málaga, lo que sí leo, y lo hago con entusiasmo por mi especial relación -personal y cultural- con este país, es lo que se ha llamado «milagro económico portugués», que se inició meses antes de acceder como primer ministro el prestigioso socialista Antonio Costa, que gobierna, en cabal coalición, con Marcelo Rebelo de Sousa, un presidente católico centro-derechista. El crecimiento de Portugal ha superado las previsiones de la Comunidad Económica Europea, incluso las del propio Gobierno luso, la tasa de desempleo ha disminuido, a pesar del abaratamiento del mismo, y las exportaciones han aumentado, aprovechándose, por primera vez de manera racional, las privilegiadas relaciones de Portugal con sus antiguas colonias africanas, sobre todo Angola y Mozambique. Les recuerdo que hace apenas cinco años Portugal sufría la grave crisis socio-económica que también afectó a los países del sur europeo, entre otros, a Grecia, a España y, en menor medida, a Italia. Traigo a colación que nuestro atlántico vecino ha corrido, desde el pasado siglo, una suerte política paralela a la del resto de la Península Ibérica. Ni quiero entrar en nexos históricos anteriores, porque motivos de todo tipo no faltan para defender, con seriedad, una unidad hispano-lusa o luso-hispana, ya que en 1580, con Felipe II, fuimos un solo reino, perdido sesenta años después por su desgraciado nieto Felipe IV.

En el siglo XX la similitud vino de la mano de dos dictadores parecidos: nosotros tuvimos a Franco, y ellos a Oliveira Salazar, primos hermanos bajo palio y hábiles astutos maniobreros. La hermandad del 'fascio' peninsular impulsó una diplomacia paralela que llevó a los dos países a una neutralidad pactada, y, después, a un aislamiento que duró años, aunque en Portugal fue menos 'albanés' debido al apoyo de su aliado natural, el Reino Unido, nuestra Pérfida Albión. Años más tarde continuarán las semejanzas: en los años setenta del pasado siglo ambos regímenes colapsaron. La Revolución del 25 de abril de 1974, llamada de Los Claveles, hizo caer como un castillo de naipes el Estado Novo que había fundado Salazar y en ese momento dirigía el frío tecnócrata Marcelo Caetano. Un año y medio después, el 20N del 75, Franco pasó a mejor vida. Ni en la Revolución de Los Claveles ni en la España de la Transición se consolidó la democracia hasta mediados de los ochenta, cuando precisamente ambos firmaron el Tratado de Adhesión con la Comunidad Económica Europea el mismo año, 1986. Así han sido las cosas: éxitos sucesivos y sucesivos fracasos. Amo Portugal: su cultura, su gesta marítima, sus mitos, sus gentes, amo Lisboa, por eso no me gusta nada la mutua desconfianza que va remitiendo pero que marca, oscura y reiteradamente, la relación entre dos países hermanos. Es hora de ser un milagro conjunto.

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