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A primeros de diciembre

La vuelta a condiciones económicas óptimas está produciendo un aire de desconcierto, quienes vendían 'período constituyente' ahora se ofrecen como defensores de la Constitución en una catarsis inesperada

JOAQUÍN L. RAMÍREZ

Domingo, 10 de diciembre 2017, 09:42

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No cabe duda de que las circunstancias y los tiempos marcan los desarrollos y condicionan los acontecimientos. Para explicar el comportamiento de los representantes de una generación, muchas veces son los progenitores los que ilustran la conducta de sus hijos aduciendo que -a diferencia de ellos mismos- sus vástagos son hijos de padres ricos. La España del último tercio del siglo XX y los inicios del XXI ha sido un crisol de desarrollo y prosperidad tal que no hay antecedentes. Y ello aderezado con políticas presupuestarias sociales de generoso volumen. A la hora en que llegaban las dificultades, la sociedad a la que asomaban los jóvenes se había vuelto más materialista por la sencilla razón de que era más próspera que nunca y tenía mucho más de lo que disfrutar. Ya no era tiempo de argumentar solidaridad y gasto social, sino de ejercer los derechos que otros fueron capaces de explicar y generar. Inmersos en esa inercia, la grave crisis económica de 2007 en adelante supuso una importante cortapisa, una disminución de liquidez y unas apreturas de cinturón realmente notables e incómodas, a veces duras.

El choque entre lo que ya se sabía ganado y los ajustes propios de una crisis económica fue como un auténtico Big-bang social que algunos han venido a describir como un cambio de era. Pero puede que no haya más que un cambio generacional que ha venido a coincidir con un repentino endurecimiento de las condiciones de vida. Unas condiciones que, por otra parte, han vuelto prácticamente a su nivel estos últimos años. Eso sí, quedan las cicatrices que dejan la tasa de desempleo así como el resto de circunstancias negativas de los años más duros de recortes, contención salarial, impuestos, etc. Como consecuencia de ese choque, hoy se demandan derechos que, en algunos casos, hay que estar muy imaginativos para diseñar, o se demandan cambios legislativos realmente difíciles de explicar o sustentar. Vaya como ejemplo el exhibido desprecio por la Constitución o por los logros y esfuerzos que nos llevaron a su elaboración y aprobación con esa displicente denominación de 'régimen del 78'.

Pero la vuelta a condiciones económicas óptimas y el simple contacto paulatino con la realidad está produciendo un aire de desconcierto por parte de aquellos que tanto se lanzaron a predicar un auténtico cambio político o de régimen basándose en espejismos traídos de lejos. El mero hecho de que los que vendían 'período constituyente' anden ahora ofreciéndose como defensores de la Constitución es una catarsis inesperada. Puede ser que la encrucijada catalana haya tenido que ver, pues a veces las posiciones de tierra de nadie pueden llevar a la irrelevancia política.

Aunque muchos tardan aun en comprenderlo, las asambleas bravuconas por muy nutridas que estén y sus decisiones no pueden sustituir los consensos nacionales. El sufragio universal no puede ser sustituido por las resoluciones de colectivos de esto y aquello. Llamar impostadamente -o con postureo- 'la gente' a las personas que estos grupos de la 'new age' representan, dándoles una especie nominal de mayor legitimidad que las representadas por el resto de partidos, es un ejercicio demagogo que está lleno de falsedad. Cada uno tiene los votos con los que cuenta, es aritmética, y descalificar los votos ajenos aduciendo que son los de los ricos o que están influenciados por las oligarquías es desde ridículo hasta antidemocrático. En esto de la democracia no hay atajos, cualquier camino que haga llegar a la minoría a la máxima jefatura habrá de servirse de instrumentos o asonadas que rompan la propia democracia.

Igual que los gobiernos, por muy mayoritarios que sean, han de gobernar para todos -algo que muchas veces no entienden los seguidores propios-, los grupos de oposición han de ser conscientes en todo momento de que no pueden exigir que se apliquen las políticas que en las urnas perdieron. En el fondo es fácil.

La cuestión catalana, la cacareada plurinacionalidad y la reforma de la Constitución, son quizá los asuntos políticos más insistentes que andan en el tablero. Puede que realmente los tres epígrafes sean el mismo, sus apologetas tendrían que convencernos. La Constitución que estos días hemos celebrado en su 39 aniversario es la ley de leyes, es el marco supremo legal dentro del que ha de moverse o regularse todo el sistema de convivencia y siempre puede modificarse. Pero para cambiar el texto constitucional, para mejorarlo o corregirlo, habrá de hacerse con la autorización del mismo que la creó: el pueblo español. Es el que tiene la palabra.

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