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Pantalones de pitillo

Por ahora ·

JOAQUÍN L. RAMÍREZ

Domingo, 17 de diciembre 2017, 10:05

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Era realmente estrecho aquello y, al ir metiendo la pierna entre aquellas angostas paredes de tela vaquera su contacto era más que frío. Casi como unas medias, muy ajustados los perniles, ya podía lucir sus hermosos pantalones de pitillo, era lo que se llevaba, le gustara o no. Nadie parece saber la razón por la que se imponen a nuestro alrededor determinadas estéticas, a veces a pesar de que eran contundentemente rechazadas una o dos temporadas antes. Lo que pareció feo es, a renglón seguido, hermoso, o así se dice que lo es.

Las modas, algunas palabras, determinadas bebidas, hasta un novedoso pensamiento social, son elementos que se instalan en el imaginario colectivo generalizándose su uso, más allá de ser o formar parte de decisión alguna. Finalmente, una inmensa mayoría hace, dice o exhibe lo mismo, porque es lo que toca, porque queda bien, porque lo contrario encuentra algún rechazo, o mucho. Es un fenómeno que se da con todo, ya sea la ropa o hasta algunos supuestos valores, movimientos cívicos u objetivos políticos, que aparecen y parecen conquistar a casi todos los corazones.

Es gregario el ser humano, muy gregario, y precisamos de la aceptación social. A veces, trasgredimos incluso nuestros gustos para poder encajar, recibir un guiño o una sonrisa, todo para disponer de un entorno amable y al que poder mirar con posesividad y pensar y que piensen que es realmente nuestro. Botifler son los otros, nosotros no, y esto sea lo que sea que signifique o suponga. Mucho antes de calibrar por qué, ya lo hemos implementado y puede que lo estemos usando.

El movimiento independentista catalán actual, su masa inmensa sobrevenida, es un auténtico ejemplo de instalación social de un planteamiento superficial que encuentra sus adeptos en su propia propagación. Los razonamientos, esa descomunal minuta de lógicas razones que ponen de manifiesto lo infundado, lo inconveniente, lo inviable, etc. se topa contra un auténtico muro de ingeniería social minuciosamente construido. Es 'mejor' ser y sentirse secesionista en esta foto del hoy, ser español no se lleva nada y requiere un gran esfuerzo decir lo contrario -o hasta sentirlo-, resistirse u oponerse a esta colorida manifestación de grito y pasión.

En los 80, el servicio militar era obligatorio, como es sabido. La norma era que no se hacía la mili en la ciudad o provincia de cada cual, sino fuera -a veces lejos- de la tierra chica. Eran tiempos OTAN, uniforme verde, medios generosos, estupenda comida y un buen trato sistemático a los quintos, eso sí, con disciplina militar. A muchos le gustaba esa vida, las misiones, los viajes, los servicios, el aprendizaje de conducción de carros de combate, el manejo de aparatos de precisión, la pista americana, los ejercicios de tiro... Y tantas cosas. A muchos otros no les gustaba nada la vida militar, conllevaba la interrupción de su trabajo o estudios. Hay -había- de todo, pero aparentemente todos querían licenciarse de inmediato, o eso decían siempre y en todo momento. Conseguir 'la blanca', o sea, la cartilla militar sellada en la que documentalmente se daba por concluido el servicio militar, era 'obligatorio' desearlo. La instalación en este imaginario grupal de la idea de rechazar la mili era tan fuerte que los soldados que estaban encantados de serlo no podían admitirlo. A pesar de que para mucha soldadesca aquello era una gran oportunidad, una experiencia enriquecedora y llena de versatilidad, mostrar su contento o su positiva emoción era una auténtica imprudencia, un gesto recibido con sorna y desprecio que nadie quería recibir. En aquellos años, si cada cual se hubiera podido expresar con sinceridad, la opción favorable a vivir ese tiempo militar habría sido mayoritaria. Algo inconfesable, créanme.

Los sociólogos estudian el comportamiento de la sociedad humana e intentan explicar hacia dónde se mueven las mayorías, el cómo y el por qué, incluso intentan formular pronósticos del hacia qué o qué viene después. Es muy complejo y a veces muy extraño. Es muy posible que si hacemos un referéndum el pantalón de pitillo tenga bastante más rechazo que adhesiones, pero como no votaremos finalmente, esta tarde nos los vamos a poner para salir. Hubo un tiempo -no hace mucho- que se impuso la camisa estampada de flores, parece increíble, sí, un horror, pero tuvimos que hacerlo. No pregunten.

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