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Crecer, sin duda, es una gran meta. Es un objetivo plausible, al que aspira cualquier empresario y por el que trabajan las administraciones en cualquier destino turístico. Sin embargo, los volúmenes que alcanza la oferta en la Costa deben ser entendidos como una alerta inequívoca de que ha llegado el momento de que hay que fijar nuevas prioridades. Donde caben dos, caben tres, pero no 33. Y eso es lo que está pasando y por lo que hay que anteponer la planificación al ansiado signo positivo sobre cualquier indicador turístico. Muchos hemos insistido en la necesidad de cambiar el chip para festejar el aumento de los ingresos turísticos más que celebrar los aumentos de llegadas de viajeros para festejar. Un antiguo presidente del Patronato de Turismo recordaba que lo importante no es cuánta gente entra a un supermercado, sino cuánta compra en el mismo y cuánto y en qué gasta. En turismo esta debe ser también la filosofía que debe convertirse en dogma, porque el desmesurado crecimiento de la oferta, con la regulación de las viviendas turísticas, obliga a actuar para planificar bien qué turista se quiere atraer. Y aunque es de locos pensar que un destino pueda elegir al visitante, sí es cierto que hay estrategias que te conducen a, al menos, hacer una criba. Si la oferta es de calidad y con precios acorde a ella, el viajero estará en consonancia. Si la promoción se dirige hacia mercados que emiten turistas con mayor capacidad de gasto, también se conseguirá aumentar el nivel del viajero. Y lo mejor de todo ello, es que la Costa del Sol lo tiene fácil porque la mayor parte de la oferta es de calidad y, además, ha logrado consolidar su fuerza en países de los que llegan visitantes con más poder adquisitivo. No se puede crecer por crecer.

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