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En nombre del pueblo

JUAN CARLOS VILORIA

Lunes, 11 de septiembre 2017, 09:27

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En nombre del pueblo de Cataluña, una camarilla de políticos unidos por el mismo interés de blindar su control político y social sobre un pedazo de territorio está perpetrando un golpe de mano institucional. En nombre del pueblo se puede justificar todo. Desde la democracia al fascio. Desde la revolución a la autocracia. Desde el tiranicidio hasta el genocidio. El pueblo es un ente inaprensible. Es todo o una parte. Se puede tomar una parte por el todo. Se puede sintetizar en una manifestación. O en la mayoría silenciosa. Se puede identificar con el territorio, con la lengua, con la historia. Eso ya depende de quien mande. El pueblo puede ser los que me votan o los que no; los que hablan una lengua aunque no me voten o no se manifiesten. Los que viven en un territorio aunque no hablen esa lengua. Las combinaciones son diversas. Y siempre se pueden acomodar a los objetivos del que ordena y dispone. Así pues, «en nombre del pueblo», se ha convertido en un comodín perfecto para el abuso, la coartada, la autocracia. Pero la cultura política moderna y la experiencia democrática en los países más evolucionados ha elaborado el concepto de ciudadanía como la espina dorsal del estado/nación que nos debe mantener unidos y conciliados pese a nuestras diferencias ideológicas, económicas, regionales, folclóricas.

La ciudadanía se basa en la igualdad de todos ante la ley, más allá de la lengua, educación, ideología o religión que se puedan desarrollar, practicar o profesar. Además, el engrudo que mantiene cohesionada a esa ciudadanía tiene como ingredientes las experiencias comunes, el sentido de la historia compartida y los derechos y responsabilidades a que compromete la pertenencia a una comunidad. La evolución democrática se ha ido distanciando de la tribu como núcleo y sistema de organización social, elaborando otros niveles de representación y empoderamiento para organizar mejor las nuevas sociedades, más complejas, transversales, mixtas, mestizas y desiguales.

Ahora, sin embargo, asoma otra vez con fuerza el narcisismo de las pequeñas diferencias. Las tesis nacionalistas vuelven en sociedades consolidadas y en estados maduros como España. Vuelve la teoría de las naciones como matriz, origen y destino. De momento, los temerarios e imprudentes que se planean abrir la caja de Pandora ya han señalado tres naciones dentro de la española. Pero pueden reclamarse otras tantas. No se sabe muy bien los requisitos para ser nación. Ni tampoco los privilegios. Lo que parece evidente es que para dar encaje a las naciones que algunos proponen la nación España debe ir haciendo sitio. Es decir, de prosperar la teoría de las naciones, España se convertiría en un «estado sin nación». Eso en el mejor de los casos. No habría pueblo español. Habría pueblo «del estado» y la nacionalidad estaría determinada por el narcisismo de las pequeñas diferencias locales.

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