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La Tribuna

Esa Navidad

Frente a otras religiones, la cristiana, por suerte para muchos y desgracia de unos pocos, se ha ido desacralizando y sus fiestas religiosa se han paganizado

JOSÉ LUIS RAYA

Miércoles, 27 de diciembre 2017, 07:47

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Hay una suerte de postureo antinavideño, que se encuentra por encima del bien y del mal y que suele mirar por encima del hombro a todo ese aborregamiento adocenado que sigue las pautas del conservadurismo doctrinario y acérrimo, que se ha impuesto a lo largo de siglos de tradición rancia y obsoleta. Vale, pues entonces no juzguéis y no seréis juzgados.

En ocasiones, se escudan en los hijos o en los sobrinos para justificar su intransigente posición, al menos les queda ese ápice de ternura navideña. Aprovechan el Black Friday para hacer las compras prenavideñas y regalar a sus seres queridos, sin saber que siguen el mismo sendero que esa retahíla de acémilas ciegas y obedientes que compran compulsivamente aprovechando una oferta más que cuestionable, por lo que se ha invertido hasta llegar a ella. Intentan escabullirse de las ruidosas comidas o cenas de empresa aduciendo cualquier tipo de dolencia, y luego acuden porque el amigo de confianza les ha insistido - tan sólo un poco- y luego son los últimos que no quieren marcharse porque ya están animados. Predicen que no van a comer mazapanes, turrones o chocolates y concluyen estas fiestas con seis kilos de más, porque como todos sabemos el cordero engorda y el alcohol mucho más.

Siguen rajando de la Navidad mientras mastican esas copiosas comidas que les prepara su suegra o su abnegada esposa. No les gusta el cava -y menos si es catalán-, prefieren la sidra bien escanciada. No saben si reivindicar los Reyes Magos frente al avasallador Papa Noel, que va ganando terreno como el independentismo; terminarán los Reyes Magos arrinconados y acojonados por ese empuje foráneo y global omnipotente. No suelen felicitar las navidades porque se alejan de ese tufo religioso que tiene la fiesta, prefieren celebrar el año nuevo porque es más cool, sin embargo afloran las lágrimas a sus ojos con el anuncio de El Almendro, que vuelve a casa por Navidad. Tampoco compran la lotería porque el gordo nunca toca y se reconcomen por dentro cuando ven por TV a los agraciados brindando y saltando de alegría por esa lluvia de millones, que de un tiempo a esta parte es Hacienda quien los destripa. Por supuesto que detestan los villancicos y echan de menos aquellas películas como 'Mujercitas', la del 33 que salía Khaterine Hepburn -la mejor- y que siempre ponían por estas fechas. En aquella época no estaba de moda estar en contra de la Navidad, era como ir contra 'Barrio Sésamo'.

Algunos de ellos son tan consecuentes que no se les ocurre rajar de la fiesta del cordero por ejemplo o la del dragón, ya que esto implicaría ir contra la diversidad cultural. Su coherencia es tan sorprendente como un pavo balando. En efecto, acuden a todo tipo de compromisos porque no tienen más remedio, suelen dejar caer alguna pulla, mientras tragan y tragan o beben y beben como los peces en el río; siempre hay, por cierto, otros seguidores que se les unen en su comparsa, sin ver que la gran mayoría de nosotros disfrutamos de la Navidad porque es una fiesta de asueto, no hay que madrugar y nos gusta un fiestorro más que a un tonto un lápiz. La gran mayoría, por suerte, es una suerte de mayoría ruidosa y silenciosa que disfruta de la vida en todo su carpe diem y esplendor, tampoco enmudecen ante la Semana Santa, son los que aprovechan esa semana de pasión para salir y divertirse. Nadie de mi entorno solloza ante esto, ni celebran el Nacimiento propiamente con fe ciega y radical, ni siquiera complaciente, ya que son muchos los que cuestionan la veracidad de la leyenda y sitúan el legendario nacimiento en pleno mes de agosto, cuando los supuestos reyes de Oriente podrían ofrendar las mieses y no en el gélido diciembre. Así los romanos trasladaron esa fiesta cristiana al invierno y la paganizaron de alguna manera, pues tan sólo perseguían una especie de Black Friday, ya que necesitaban ingresos para su incipiente declive imperial.

Frente a otras religiones, la cristiana, por suerte para muchos y desgracia de unos pocos, se ha ido desacralizando y sus fiestas religiosas se han paganizado. Pocos son los que se ponen a cantar villancicos frente al portal de Belén, ni rezan fervorosamente ante el paso de un Cristo cualquiera. Son tradiciones que se han preservado porque es la excusa perfecta para reunirse con familiares y amigos, regalarnos ese perfume que tanto nos gusta y besarnos y abrazarnos porque a nadie nos amarga un dulce. Así que dejad ya de rajar tanto de estas fechas porque sois los primeros que las sostenéis con vuestras compras y comilonas, que tan mal os sientan porque no sabéis comediros. Os habéis convertido, sin saberlo, en una réplica de Scrooge, y terminaréis comprando el pavo más grande para enviarlo a la casa de Bob Cratchit.

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